La Fiesta de Alcorlo

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Actualización 25 nov 2020. Parece ser que desde sus orígenes Alcorlo siempre ha sido fiel celebrando su fiesta el 24 de Agosto, San Bartolomé, independientemente del día de la semana que cayera y así seguimos haciéndolo hoy en día, no como muchos de los pueblos de España que la cambian a su mejor conveniencia.
Varias veces a lo largo de esta década he escuchado comentar a personas mayores tanto de Alcorlo como foráneas que la fiesta de Alcorlo era de las mejores de la comarca, alguno recuerda también lo famosas que eran sus pulgas (en esas fechas) animando el baile de la noche, ja, ja, ja…

En estas líneas trataré de reflejar como las vivía yo desde mi corta edad o sea hasta los 13 años (1975).

Alcorlo en esas fechas se llenaba de veraneantes, en su gran mayoría hijos y nietos que acudían a pasar los meses de verano en compañía de sus familiares ayudando en las labores del campo pero el día de la fiesta ya era por demás, los coches que ya se comenzaban a ver con frecuencia por allí pues en aquellos años España ya comenzaba a «levantar la cabeza otra vez», los autos llegaban hasta el «Barranco la Mata» aparcados en fila india a un lado de la carretera (medio km), las Eras (que en esas fechas estaban ya limpias de grano) también estaban llenas de ellos y no digamos por las calles de Los Arrabales, El Legío, La Fábrica, etc en cuanto había un hueco allí estaba el coche familiar. El coche más popular puede que fuera el Seat 850, también había muchos Seat 600, el Seat 127 llegó un poco más tarde y los más afortunados tenían el Seat 1500. Fotografía de la plaza, creada de una película de 8mm.

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Sin dejar lugar a duda alguna ese día era el más importante de todo el año para cualquiera de nosotros, desde los abuelos a los más niños.
A medida que se acercaba la fecha se iban madurando en nosotros las ilusiones y los ánimos crecían por momentos, solo era un día, ¡UN DÍA y UNA NOCHE!, aunque eso sí, sin abandonar las tareas inexcusables del campo y sobre todo las relacionadas con los animales.

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LOS PREPARATIVOS:
Ese mismo día o incluso el día de antes se preparaba en «El Frontón» un altar o andamiaje para que se instalaran los músicos y nada les molestara; no sabría decir si esa tarea era por sorteo del ayuntamiento o voluntaria de los vecinos el caso es que mi padre siempre estaba en aquel «belén». Se hacía para que estuvieran bien visibles y el sonido de los instrumentos llegase bien a todo el mundo pues era «música en directo» no había electrónica por medio, además era el único espectáculo, no había encierro de vaquillas, tampoco tío vivo, ni aparatos de esos que te hacen perder el sentido por la gran velocidad que llevan y las vueltas que pegan.

Ese día y noche eran especiales, el calor del verano y la temperatura tan estupenda de esa fecha permitía estar en la calle sin más que una camiseta y un pantalón corto. Todo el mundo íbamos «disfrazados» con ropa elegante dentro de lo que se podía llamar «elegante» porque la mayoría de las veces era ropa menos usada y más limpia, ropa en su mayoría (hablo de mi) heredada de primos o familiares con hijos ligeramente mayores. Todavía recuerdo los comentarios de hace más de treinta años de una señora mayor que decía: «nos pasábamos la noche de antes hasta las tantas zurciendo y cosiendo las ropas que se nos pondríamos al día siguiente»… era Vicenta, madre de cinco hijos, me gustaría preguntar cuantos saben hoy el significado del verbo «zurcir».

Todo el mundo sin excepción iba a misa, bueno… mi padre y alguno más se quedaban en la puerta de la iglesia con la excusa de que el local ya estaba lleno. Mi primo y yo éramos los «monaguillos», la iglesia ese día estaba «abarrotá», el olor a cera caliente de la multitud de velas encendidas en el pie del altar y de perfumes de la «gente de dinero» (porque yo en casa no vi nunca colonia alguna más que el aceite que se ponía mi madre en el cabello que se le decía «brillantina»), todo ello generaba un ambiente muy especial en el interior; las mujeres con traje en su mayoría de color negro, mi madre con su único vestido que tenía para estos eventos, negro y su pañuelo bordado del mismo color sobre su cabeza, posiblemente fuera el traje de novia arreglado ya que se casó con un vestido de ese color, los hombres por lo general con chaqueta negra y camisa blanca. Aquí el día de la comunión de mi hermana, vestidos típicos de fiesta.

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En la iglesia había DOS campanas, una más bien pequeña y la otra más bien GRANDE que solo trabajaba el «día de la fiesta» y en alguna otra ocasión como en la Semana Santa que el pueblo también reunía gran cantidad de mozos para voltearla.0026 campanas rep web

Los monaguillos ya con diez  o más años éramos capaces de hacer girar la «pequeña» eso sí, depositando antes un poco de lubricante en los ejes que eran de hierro y el apoyo de madera de haya o roble, lubricante que sacábamos de nuestras vejigas y depositábamos en un botecillo metálico que en su día había contenido posiblemente sardinas en aceite, hacía este pequeño recipiente la función de orinal y aceitera ya que no había otro lubricante más apropiado, el caso es que esa acción surtía efecto porque si no utilizábamos ese método éramos incapaces de conseguir voltearla.

Nos situábamos uno en cada lado de la ventana, con una mano nos sujetábamos a la pared para conseguir empujar con mas fuerza y con la otra intentábamos adaptar la mano a la velocidad de la campana y cierto es que la adrenalina subía de nivel cuando la campana se acercaba a la cara y la mano trataba de hacer contacto con ella acompañando a su giro y obligándola a tomar más velocidad o al menos mantenerla. Recuerdo a mi padre contar que en una ocasión, tal día de la fiesta, estaba él allí con un grupo de mozos volteando las campanas y en uno de los intentos de empujarla el filo de la campana impactó en su sien provocándole un pequeño corte que en un momento cambió el color de la pechera de la blanca camisa por un rojo oscuro por lo que dejó esa faena inmediatamente y bajó a la «fuente de las pulgas» situada cerca de la Iglesia en la misma calle de la fragua a lavarse la herida; posiblemente las copitas de anís ayudaron a la campana a darle el porrazo…

Ese día era especial y lo «especial» comenzaba con el sonido de las campanas, ese día sonaban como locas, la pequeña con su tañido más agudo y la grande con su sonido más grave y potente, creo que hace varias décadas que no escucho sonar una campana «en condiciones» ahora son eléctricas y de poca envergadura.
La última vez que escuché sonar la campana pequeña de Alcorlo andaba de caza en los montes cercanos a Zarzuela, podía ser 1981, hasta  allí llegaba su sonido agudo, fino y penetrante, sonido que me hacía recordar e intuir lo que sucedía en ese momento en el pueblo, las pocas gentes que quedaban en su mayoría mayores se acercarían lentamente a la iglesia vestidos con ropa de «los domingos» porque allí solo había DOS tipos de ropa: la de Diario y la de los Domingos…

Decía que ese día _el día de San Bartolomé_ las campanas estaban locas con sus tam tam…tam tam… tam tam  durante un rato hasta que paulatinamente perdían velocidad y daba comienzo la misa. ¡Qué pena no haberlo grabado en vídeo! , me decía hace una década un vecino algo mayor que yo, para haberlo mostrado a la gente y para nosotros mismos ya que los recuerdos se difuminan en el tiempo

Acabada la misa se hacía una procesión portando a San Bartolomé por las calles del pueblo que era seguida por casi todos los participantes de la misa, una fila larga que serpenteaba y se perdía por las calles más importantes del pueblo, no había prisa, el tiempo se medía de otra manera aunque el reloj siga siendo el mismo de hoy.

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Después de la procesión y en la puerta de la Iglesia se subastaban «los Maneros del Santo», hoy seguimos haciendo lo mismo aunque en vez de Iglesia solo tengamos una Ermita y un Camposanto. Aprovecho la siguiente fotografía para comentar el Pendón que tenía Alcorlo donde se puede ver parte de él, lástima que no sepamos el color exacto…

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En los últimos años además de las campanas también se escuchaba algún cohete pirotécnico, en el álbum de E. Vacas existe alguna fotografía que da prueba de ello.
Después de la misa lo frecuente era visitar y conversar con los familiares emigrados a la ciudad y que en esos días estaban allí, otros se acercaban por los dos o incluso tres bares que ese día existían y luego a comer a casa y un rato de siesta para aguantar bien por la noche.
En mi casa al menos la fiesta de san Bartolomé no la celebrábamos sacrificando un cordero o cabrito para hartándonos de carne o para invitar a los familiares sino más bien era un día exactamente igual que los anteriores, mi madre habría preparado unos días antes unas rosquillas con las que se invitaba a los familiares y mi padre aportaría una copita de anís y coñac, sobre todo por la mañana.

En aquellos años no había «vacas por las calles» ni toros ni na, no es poco que había comida abundante en el plato a la hora de comer… tan solo pueblos ya grandes como Cogolludo o Jadraque son los que se podían permitir el lujo de tener una corrida de toros así que la fiesta consistía en la misa y un gran baile que duraba creo que toda la noche porque yo no recuerdo el haber amanecido sin acostarme, supongo que a media noche me retiraría con mi madre a descansar que estaría harta de trabajar en la vega y a esas horas ya con pocas ganas de fiesta y menos de bailes.

N5162 Para la gran mayoría de críos de mi edad y para muchos mayores era la única ocasión que teníamos en todo el año de escuchar música en directo porque los demás sonidos venían del «transistor» que ya se comenzaban a ver por los bolsillos aunque en mi casa había y aún conservo  el único aparato multimedia que entró en aquel hogar de Alcorlo, esa radio de la fotografía montada de un kit por un familiar.

Para mí era un espectáculo el escuchar aquellos instrumentos sonar todos a la vez y con sonidos tan diferentes, solo había cuatro o cinco músicos y bailarinas ¡NINGUNA! ja, ja, ja,  yo siempre he sido muy curioso y me quedaba alelado mirando cómo el señor movía el pie y a través de un mecanismo de barras una bola golpeaba al tambor, el de la trompeta movía los dedos y el de la guitarra las cuerdas, yo no dejaba de mirar a ver si veía que había dentro de aquel agujero de la guitarra porque yo había visto moverse la cuerda de los arcos que fabricaba pero no hacían ruido alguno sin embargo aquellas cuerdas hacían música.
La música comenzaba cuando caía el sol y estaría hasta no más de las tres o las cuatro de la madrugada, yo nunca vi ese momento como decía antes.

Todo trascurría principalmente en tres puntos que eran: El Frontón (que era donde estaba el baile), «el bar del Pedro» y «el WC» que era cualquier pared, rincón o zarzal de las inmediaciones, servía perfectamente para ese cometido porque la iluminación de Alcorlo era muy «ecológica» quiero decir que había pocas lámparas y de poca potencia y tan separadas una de otra que en la calle de «El Legío» o «La Zalamuela» si te encontrabas con una persona entre las dos lámparas no sabías quien era hasta que no habría la boca.

Año tras año era lo mismo, ni tío vivos ni aparatos de esos que te dejan «sin gota de sangre» de las vueltas que dan y de lo que te zarandean así que todo en los peques giraba en torno al puesto del «Solfa», un señor que acudía cada año con su camioncillo cargado de chucherías y juguetes de feria, tus padres solo te darían unas pesetillas así que había que ir en busca de los abuelos que yo desafortunadamente solo tenía los de parte de mi padre.

El Sr Solfa solo tenía algunos juguetes de puro plástico y almendras garrapiñadas que mi padre se encargaba durante media noche de rifar y sacar el producto a cambios de un puñado de golosinas.

Yo en aquellos años (siete u ocho) me moría de ganas de tener «un revolver» para matar a los malos, cuando no estaba estudiando estaba leyendo los tebeos que mis primos me llevaban de vez en cuando de la capital y me metía en la piel de algunos personajes, me tiraba mucho tiempo esperando que llegara la fiesta para ver si me podía comprar un revólver y hacer así más reales mis imaginaciones pero los que tenía el Solfa eran demasiado pequeñitos y luego el grande, el escala 1:1 del calibre 45, el del  «Harry el Sucio» a tamaño real, era plateado y tan grande que no me cabía en la mano, ante quedarme sin ninguno y tener aquel 45 magnun opté por la segunda opción; aún recuerdo la última vez que pisé la casa donde vivíamos poco antes de que el agua del pantano la inundara, descubrí mi revólver en un vasar de la cocina… allí se quedó porque yo ya tenía 16 años y aquello había pasado a otro plano pero lo sigo viendo con la claridad como si fuese hace unos meses, creo que ese modelo u otro muy parecido se sigue fabricando, la diferencia con el de hoy es un tapón ROJO en el extremo del cañón para que se note que es un juguete aún en la noche, sin embargo aún conservo una canoa con dos indios que me regalaron cuando apenas tenía ni memoria, quizás cuatro años… Gracias Boni.

Decía que todos los años era igual el día de la fiesta hasta que llegó uno en el que ¡llegó la pólvora!.

Ese año además del Solfa llegó otro feriante con artículos pirotécnicos y escopetillas de feria ¡mi sueño dorado! ¡poder disparar una escopeta! lo nunca visto para los chavales, petardos y escopetas, me atrevería a jurar que ese año no quedó una hucha entera en el pueblo.

Saqueé la hucha que tenía a medias con mi hermana, era de plástico, de tamaño y aspecto poco más que un pomelo, con la abertura en la base, mis padres nos habían prohibido el romperla pero con mucha pericia y paciencia descubrí como sacar de una en una las escasísimas monedas que allí guardaba, luego fui en busca de mi padre y más tarde a por mi único abuelo «El Evaristo» que vivía justo en la plaza de la feria.

Mi abuelo _recuerdo perfectamente_  me dio «UN DURO», o sea cinco pesetas, de valor a día de hoy de unos cinco euros, creo que entre todas las monedas de la hucha no llegarían a ese valor; ese «duro» lo dilapidé «cero coma» en unos pocos tiros y petardos pues al parecer la pólvora ese año iba cara, seguro que con los disparos no daría a ningún palillo pero que me supieron a gloria bendita eso sí es cierto, creo que fue la inversión que mayor recompensa me devolvió en muchos años y que en mayor brevedad dilapidé y eso que no obtendría premio alguno pues no recuerdo. Como me moría de ganar por disparar y no tenía más munición en el bolsillo el resto de la noche anduve revoloteando por la caseta de feria mendigando a amigos y familiares a ver si me dejaban disparar algún que otro plomo.

Ese feriante cambió el color de la fiesta, ese año había ruido y explosiones por todas partes, algún crío se le ocurrió echar el petardo en el baile a los pies de los enamorados que estaban bailando así que los mozos y mozas estaban tan pendientes de rozarse como de impedir que un petardo les explotase en los pies y les jodiera el momento, cuando se percataban del peligro lo aplastaban con el pie ¡me cachis! y luego andábamos intentando recuperarlo para volver a intentarlo con la poca mecha que aún le quedaba.

Y así trascurría la fiesta, los chavales tirando tiros en la caseta de ferias y petardos, los jóvenes bailando con las mozas y los abuelos contemplando el ambiente y recordando lo jóvenes y buenos mozos que habían sido.

Muchas caras nuevas, además de los Alcorleños había mucha gente de los pueblos colindantes o cercanos y algún que otro chaval que venía con ellos no se atrevía a separarse de su familia, nunca entendí el porqué…

EL DÍA DESPUÉS.

Después de las primeras horas del «día después» todo se iba difuminando como cuando te despiertas de un sueño o pesadilla, acabábamos de entrar de nuevo en la rutina que duraría 364 días, de nuevo veías a gente transitar con las mismas ropas de costumbre como si nada de aquello hubiera sucedido. ¡chico, vamos a la vega! era la voz de tu padre o madre recordándote que se había acabado el jolgorio y había muchas cosas que hacer antes de jugar un rato al fútbol en el frontón a última hora de la tarde.

Para un chavalín las primeras horas del «día después» eran importantes, la fiesta se había acabado pero ahora volvíamos allí a buscar tesoros perdidos la noche anterior, me refiero a monedas, petardos sin explotar o cualquier objeto por muy insignificante que fuera, la fiesta se había ido pero quedaba la ilusión de encontrar algo, fuego ya no había pero quedaba el rescoldo.

Todos andábamos por allí dando vueltas con la cabeza cacha sin levantarla del suelo removiendo con la zapatilla cualquier papel envuelta de caramelo o cosilla que nos llamara la atención por si debajo había algo que nos pudiera interesar.

A mi primo y a mí nos pudo costar cara la aventura del petardo. Resulta que encontramos un petardo aparentemente sin reventar pero por más que nos esforzábamos en mirar no veíamos  en qué extremo de los dos se encontraba la mecha, no le veíamos el «rabo», no podíamos dejar pasar la oportunidad de hacerlo estallar así que lo colocamos en el suelo y nos colocamos uno enfrente del otro en cuclillas mientras le acercábamos un mechero con el brazo totalmente extendido y «ni mu ni ma» aquello no hacía nada, lo intentamos por el otro extremo y más de lo mismo, no era el primero que de esa manera habíamos conseguido explotarlo pero aquel parecía muerto.
Con paciencia nos acercamos con la curiosidad de un crío para ver si desde muy cerca (un palmo) veíamos algún signo de que aquella mecha prendiera a la vez que acercábamos nuevamente el mechero con la intención de que cuando lo hiciera alejarnos a toda leche; quizás estuviera húmedo porque por la tarde se regaba la plaza esparciendo cubos de agua para que no se levantara mucho polvo en el baile pues el suelo era de tierra. Nuestras caras no estarían a más de un palmo del petardo cuando de repente explosionó dejándonos  «sin gotita de sangre en los bolsillos». No pasan más cosas malas porque Dios no quiere, cualquier resto del petardo o piedrecilla del suelo podía haber impactado contra nuestros ojos provocándonos graves lesiones, menos mal que no pasó nada salvo que estuve todo el santo día con un pitido agudo en los oídos que apenas me dejaba escuchar nada, en fin, ¡cosas de críos!

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Hace unos años (20 de Agosto 2010) tomé la fotografía siguiente desde Valdearenales y junto a ella publiqué este texto: Son las 22:57 de una noche de verano, luna llena, viento en calma, miro a esas aguas del pantano con nostalgia, tristeza y resignación, los recuerdos y la tristeza confunden mi memoria, los sonidos de los grillos y las ranas, de los niños jugando en las calles, los olores de la siega, de las ovejas, todo llega de nuevo a mi memoria como si no hubiera pasado el tiempo sin embargo ahí está Alcorlo, mi pueblo, reposando para siempre en el fondo del pantano.  Nikon D90 objetivo 18-55, 3.5- 5.6 G II ED ISO 640 F5.6 25 Seg, flash integrado.

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Quiero agradecer una y mil veces más a E. Vacas y su familia el gesto de prestarnos sus fotografías para publicarlas tanto en la web de Alcorlo como en esta ya que son documentos únicos e irrepetibles y de gran valor sentimental para todos nosotros. Puedes ver algunas fotografías relacionadas con el día de San Bartolomé de aquellos años desde alcorlo.com o desde este ENLACE.

Muchas gracias por haber llegado a este punto. Si te pareció entretenido o interesante no dudes en compartirlo. Muchas gracias. alcorlopantano.com

Un comentario en “La Fiesta de Alcorlo”

  1. Muchas gracias Agustín por compartirnos este fabuloso relato que con excelente estilo literario nos haces revivir esos maravillosos recuerdos que cobran vida nuevamente en nuestra alma y corazón y nos transportan a esa infancia tan feliz -sin pantallas ni cachibaches de ahora- que a pesar de la dureza rural en tu caso, mis respetos para tantos chiquillos como tú- a los que veníamos de la capital Alcorlo significaba vivir las aventuras veraniegas de Tom Sawyer por poner una comparación, una forma de libertad en lo recóndito de un valle escondido a poco más de un centenar de kilómetros de la bulliciosa capital. Excelentes fotografías que hablan por sí mismas.

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