La Maestra de Alcorlo


¡Qué suerte tuvieron los chavales y vecinos de Alcorlo el día que se jubiló Dª Marina y a su relevo apareció la nueva maestra!
Este relato es muy especial para mí, lo escribí principalmente por dos motivos: el primero para recordar a Mila (aprovecho también para agradecerle sus años de escuela con nosotros) y el segundo para que mis hijos conozcan, valoren y comparen el tipo de vida tan diferente que hemos vivido las dos generaciones a pesar de que solo treinta años nos separan, al leerlo recordarán mis viejas historias y conocerán otras que nunca conté a nadie.
Está basado en mis recuerdos de los maestros que conocí en Alcorlo y especialmente el de «la última maestra» que tuvimos allí y su influencia en nosotros, especialmente en mí. Todo ello desde la perspectiva de un niño que empieza a descubrir la vida.
Como es largo lo dividiré en capítulos. D. Carlos, Dª Marina, La Maestra y 28 años después.

Parte 1: D. Carlos.
Cuando yo tenía 6 años el maestro de los chicos era D. Carlos y el de las chicas Dª Marina que los chicos bautizaron como «La Pocha» (por favor, que me perdone) pero es que era una señora muy pero que muy mayor o al menosa mí me lo parecía; estaba casada con un señor (D. Eloy) que se pasaba la vida intentando pescar algo en el río con una larga caña de bambú mientras su señora daba clases.

Un día D. Carlos se fijó en mí que siempre caminaba de la mano de mi madre y le sugirió que ya tenía edad suficiente para ir a la escuela y que le fuese cogiendo el aire a los estudios.
La fama que tenía ese profesor era que o aprendías rápido o te llovían tortas a la más mínima por lo que estaban los críos medio atemorizados; a lo largo de la vida he escuchado que esa era una práctica habitual en las escuelas, me refiero a que «la letra con sangre entra», o sea que pegaban a los críos menos avispados y les ridiculizaban delante de sus compañeros, etc prácticas que afortunadamente hoy nos suenan a pesadillas que nunca ocurrieron.
Mi primera foto, seis años, cara de enfadado, antes de hacerla escuché a «un mayor» que había que cerrar la boca para que no salieran los dientes porque eso resultaba feo en las fotos, ja, ja,ja, siguiente  con nueve años ya.
Era tan pequeño y delgadito que me llamaban «El Agustinillo».

Mi primer día de escuela.
Mi madre me vistió de una manera especial (dentro de la humildad de la familia) pues era un día importante, «su primer hijo ya iba a la escuela», no era como el ir a revolcarse jugando a las chapas con la tierra del frontón.

Desde «Los Palos» que vivíamos hasta la escuela (final del pueblo) había un paseo. A la hora más o menos prevista para comenzar las clases mi madre me cogió de la mano para llevarme a la escuela y cuando comenzamos a caminar por la calle mayor vimos a D. Carlos que iba por delante en dirección a la escuela; ¡D. Carlos!… ¡D. Carlos! llamó mi madre al maestro hasta que volvió la cabeza, este se paró y mi madre le hizo entrega de su nuevo alumno. A partir de ese punto mi madre se volvió a casa y entiendo que como todas las madres y padres del mundo en el primer día de escuela de sus hijos se volvería llorando pues era la primera vez que nos separábamos, yo me sentía como un cordero que lo llevaban de la mano al matadero, la fama que tenía ese maestro de buen profesor pero a la vez «pegón» era proporcional, quiero decir que en el pueblo era considerado como un buen maestro pero parecía ser que los alumnos no le acompañaban en su sabiduría.

La escuela «nueva» era donde los chicos daban clase, era el último edificio del pueblo, justo al lado del Ayuntamiento, las chicas lo hacían en la que estaba en la plaza de la iglesia.

No creo que hubiera más de quince chicos en la clase, cuando llegamos ya estaban todos dentro; los bancos de haya con sus agujeros para los tinteros eran enormes de tamaño teniendo en cuenta mi escasa estatura, había muchos bancos de sobra y a mí me colocó en la última fila como si tratara de hacerme invisible para los demás, supongo que para evitar distracciones y al poco me llevaron algún lápiz y papel para que me entretuviera pintando cosas pero yo no tenía ni idea de que hacer.

El mero hecho de separarme de mi madre y verme en aquel ambiente carcelario junto con la fama de D. Carlos comencé a llorar y no encontraban consuelo para mí, mi primo Juan se acercó a ver si podía hacer algo, luego mis otros primos para ver si me tranquilizaba pero no encontraban la manera de consolarme. D. Carlos se acercaba de vez en cuando y me preguntaba por qué lloraba pero no acertaba a decirle nada, creo que el miedo me lo impedía, yo no quería escuela, yo quería irme con «mi madre»; continué lloriqueando hasta que me cansé porque comenzaron las clases y ya nadie me hacía caso.  Páginas de mis primeros libros.

Con D. Carlos estuve los tres primeros cursos, hasta 1971, jamás pegó ni a mí ni a ningún compañero por lo que puede ser que hicieran una montaña de un diminuto grano de arena, el respeto que trasmitía se mascaba en el aire, el silencio en las clases era espectacular y de vez en cuando nos recordaba que «quería escuchar las moscas volando», por todo eso no necesitaba poner la mano a nadie.
La persona de D. Carlos para mis padres era sagrada, no había nadie en el pueblo como el maestro y lo que decía Él «iba a Misa».

Sobre lo que aprendí con él apenas recuerdo mucho, entiendo que lo normal en esa edad, ahora veo en el libro escolar que no era un alumno muy torpe porque sacaba una nota media.

Recuerdo una anécdota de mis primeros meses de escuela: Ya he comentado que a D. Carlos todos los críos le teníamos miedo o muchísimo respeto que viene siendo parecido el caso es que me puso de deberes aprenderme la tabla del 9.

A mi se me fue de la cabeza esa tarde hacer los deberes y me levanté al día siguiente sin haber visto «la tabla» así que cuando comprendí la que me iba a caer comencé a llorar mientras mi madre me peinaba en la puerta de casa para irme a la escuela. Mi primo Jesús que era más mayor y que vivía un poquito más arriba preguntó que me pasaba y me consoló diciendo: ¡pero si es la más fácil! ¡Sabiendo las demás esa también la sabes! ¡Es igual pero al revés! y nos fuimos caminando de la mano calle arriba hacia la escuela repasando la tabla.
D. Carlos me la preguntó en cuanto tuvo un hueco y recuerdo que de tres o cuatro preguntas fallé en una pero al volver a repetírmela acerté así que comprendió que había hecho bien los deberes, ¡Uff de la que me libré!

Otra: Las lloreras solo duraron el primer día porque pronto le cogí el gustillo de ir a la escuela y perdí el miedo, era divertidísimo aprender y de que alguien te recordara de vez en cuando lo bien que lo hacías, era gratificante. Un día que andaba aprendiendo a dividir de deberes me puso media docena de divisiones ya de varios dígitos, vamos de esas que si el resultado es correcto es que «ya sabes dividir» lo que te pongan. Pues al día siguiente ahí estaba yo con los resultados todos correctos pero a D. Carlos no le salían las cuentas y me preguntó ¿Quién te ha ayudado a hacer los deberes, tu padre o tu madre? yo que no me esperaba tal pregunta bajé la cabeza y mirando al suelo le dije: «ninguno de los dos sabe dividir», sabía bien el maestro que yo no mentía…

Otra y ya: Una tarde a principios de Septiembre veníamos de «La Fábrica» unos cuantos chicos y al enfilar la calle mayor vimos un coche parado en la calle… la sangre se me congeló y me quedé clavado en el suelo mirando el coche mientras trataba de comprender… ¡ERA EL MAESTRO!  Adiós el verano, el jolgorio y la libertad de estar todo el día por la calle, me veía de nuevo en la prisión, por aquellos tiempos no había error, era ver un coche y ya conocíamos el dueño.

A estas alturas de la vida no recuerdo mucho más de D. Carlos, vestía traje y olía de una manera espectacular, de hecho era el único hombre que conocía que olía a colonia, olor que aún me hace recordar su persona cada vez que llega a mi nariz, no sé qué marca es pero es una colonia varonil de marca, esa que se ponen los hombres después del afeitado, puede que sea Varón Dandy.

Esa presión tan temprana por parte de D. Carlos y mi afán por aprender o por no hacer el ridículo de ser un zoquete delante de los demás me marcaron para siempre y hasta los diecisiete años que dejé los estudios nunca dejé nada «para septiembre».

El curso 1970/71  fue el último que dio D. Carlos, al año siguiente supongo que por cuestión de ley o porque no había suficientes alumnos para dos maestros el caso es que Dª Marina se hizo cargo de todos los críos y por supuesto de todos los cursos. Calculo que cerca de treinta alumnos.

Lo nunca visto, todos los chicos y todas las chicas juntos y revueltos, ¡viva la fiesta! una treintena de chavales de diferentes sexos y edades cada uno con sus problemas todo allí mezclado y revuelto, vaya caos que recuerdo sobre todo al principio.

Como la noche y el día se podía decir que se parecía el ir ahora a la escuela, si D. Carlos era demasiado «recto» Dª Marina era demasiado «torcida», ¡madre de Dios!, silencio nunca había, los alumnos se habían multiplicado y el trabajo la inundaba, puede ser que no le diera tiempo o no supiera organizarse para atender a todos el caso es que yo había días que volvía a casa enfadado porque recuerdo que le decía a mi madre: ¡otro día más que no he aprendido nada!, yo me moría de ganas por aprender, era lo que me había enseñado D. Carlos  pero ahora estaba atrapado en un dique seco, era como tirar el tiempo a la basura.

Gracias a Dios que eso solo duró un curso porque al año siguiente Dª. Marina se jubiló y  Dios nos vino a ver enviándonos a «La Maestra», una maestra de verdad, no era como D. Carlos, era incluso mejor, era joven, casi recién acabada la carrera, una maestra con vocación, con ganas de enseñar, una maestra que nos metería en vereda y nos haría recuperar el tiempo perdido, el sueño dorado, ¡era todo!, hasta guapa…

Capítulo 2, La Maestra.
A diferencia con los maestros anteriores esta no vivía en Alcorlo, vivía a 25 km de distancia por lo que todos los días iba con su coche, cuando la veíamos venir por «Las Viñas» se acababan de inmediato todos los juegos porque diez minutos después estábamos entrando a la escuela en riguroso silencio y sin empujones ni bromas, eso se quedaba en la calle hasta las once que era «el recreo», la escuela se había convertido en algo serio no cómo en el último año que era un despiporre.

Yo estaba en quinto curso y desde el primer momento «La Maestra» fue para padres, alumnos y vecinos como la referencia de lo que una persona debe ansiar en ser en la vida, tenía estudios, causaba respeto, era una persona distinguida y aunque económicamente su sueldo no fuera para tirar bombas tenía un empleo del gobierno asegurado y un trabajo cómodo y envidiado.

A lo largo de la vida de mis padres siempre que se habló (en Alcorlo o fuera de él) de «La Maestra»  _porque no era Dª Milagros ¡no! era sencillamente LA MAESTRA_  se hacía con mucho respeto, como si de un santo de la Iglesia se tratara, ni una broma sobre ella.

Éramos unos 28 chico/as en la escuela repartidos en todos los cursos, 8 de Octavo, alguno de Séptimo, 2 de Quinto, alguno de Cuarto y el resto ya más pequeños, los que recuerdo son estos: Jesús y Ángel E, Ángel S. Ana, Concha, Lola y Mellizos Cerrada, José Luis, Jesús, Tere, Concha Alcorlo, Ino, Antonio y Ángela E, Justina y Paco, María y Carlos, Julián, Carmen y Agustín, Encarna y Jesús A, Antonio e Isabel, Mellizas de Paco, Josefa, Josefa M, Angelines e Isabel S.M.

Ella sabía perfectamente de la capacidad que teníamos cada uno para aprender, estoy seguro que nos conocía muchísimo mejor que nuestras madres y aprovecho para recordar una anécdota: La limpieza de la escuela no la hacía «la señora de la limpieza» sino que la hacíamos un par de alumnos de los cursos más altos después de acabar la clase, era básicamente barrer, colocar bancos y sillas limpiar la estufa y poco más.
Para ganar tiempo «la señorita» _que así la llamábamos_ anotaba en un cuaderno las preguntas del examen del día siguiente, cuaderno que guardaba en el cajón de su mesa.

Como siempre hay alumnos  «muy listos» y no precisamente de esos que se pasan la noche estudiando si no que la pasan en el bar mirando la televisión pues hubo uno que consultó el cuaderno para saber qué preguntas caerían al día siguiente.
Tan magnífica información la compartió con otros compañeros  semejantes, quiero decir compañeros de bar y de los que no suelen aprobar casi nunca.
Al otro día examen. Sacad cuaderno y boli, pregunta uno… pregunta dos…. y pregunta cinco tal… lo recuerdo tan perfectamente como si hubiera pasado ayer mismo.
Al rato fuimos entregando cada uno la hoja del cuaderno arrancada (no había folios en Alcorlo). No puedo asegurar que todos los alumnos habíamos entregado ya el examen cuando «la señorita» dijo: ¡Sacad otra vez cuaderno y boli!, lo dijo en un tono áspero y no era normal que hiciésemos dos veces en el mismo día el mismo examen; al momento ya tenía delante el libro con el tema del examen y nos volvió a formular otras CINCO preguntas sobre el mismo tema. ¡Había descubierto el pastel! sin embargo no hizo comentario alguno sobre lo que había pasado pues de sobra lo sabíamos TODOS, ¡no era necesario! la lección de ese día la aprendimos todos los alumnos bien, incluso los alumnos de otros cursos, a partir de ese día igual que hasta esa fecha NADIE COPIABA porque la maestra «era una liiista».

Qué bien recuerdo cuando comenzaba el curso y llegaba con el coche cargado de libros con aquel olor «a nuevos» que inmediatamente forrábamos con plástico del que hubiese, bolsas de plástico (escasísimas) o sacos de los abonos para el campo que eran bastante gruesos, también con papel de lo que fuese, el caso era «salvar el libro» es otra de las cosas que la maestra nos enseñó, el respeto al libro, ese libro que pasaría a tu hermano más pequeño o a tu primo probablemente.

Libro forrado con bolsa del  «Sepu» y libro de lectura que podías encontrar en la mini biblioteca que teníamos en la escuela, por supuesto relacionada con el régimen político que había entonces, libros que de una u otra manera ayudan a formar tu joven y frágil personalidad.

Izquierda, Libro de lectura de primer curso (forrado). A la dcha, relacionado con el régimen… ¡Así son nuestros niños! contaban historias de la guerra, era como leer novelas de aventuras donde los niños eran protagonistas.

A continuación interior del libro de lectura.

Interior del libro “Así son nuestros niños”.

Las personas jóvenes y sanas no suelen tener enfermedades así que nuestra maestra no recuerdo que se perdiera clases, alguna vez supongo que sí, aunque parecía de hierro era de carne y alguna vez se sonaba la nariz por culpa de los resfriados pero estos se los curaría como el resto de los mortales, sobre la marcha.

Como mujer joven le llegó el momento de ser madre y coincidió con el final del curso 1973/74 así que para acabarlo nos enviaron a un «chico», D. José Luis, maestro de su misma edad aproximadamente.

Sobre D. José Luis afortunadamente y gracias a internet pude contactar con él hace unos años y nos seguimos cruzando algún que otro correo, especialmente cuando hay temas de Alcorlo, ojalá hubiera podido hacer lo mismo con D. Carlos pero la tecnología llegó tarde para ello.

Llegó el fin de curso de 8º de EGB y fuimos a examinarnos a Jadraque, era todo un acontecimiento el que un autobús nos llevara a los críos a otro pueblo, nuevas aulas, nuevas caras, muchos chavales (y chavalas) nuevos profes, era para nosotros como la «selectividad» prueba difícil, con ello acabábamos «la escuela» ¡qué nervios! Bueno, al final todo salió bien porque aprobé el curso a la vez que acabé la EGB.

 

Por aquellos entonces la construcción de la presa ya estaba comenzada y marchaba a buen ritmo, fue un autobús de los que llevaba a los obreros el que nos llevó a Jadraque.
Unos días después del viaje a Jadraque se acabó el curso y con él también se acabó de una manera definitiva y para siempre las clases en las escuelas de Alcorlo, era Junio de 1976.

Yo al menos no era consciente en ese momento de que eso estaba sucediendo, mi familia se marchaba a la ciudad en busca de otra vida totalmente diferente donde por lo general el padre trabajaría fuera de casa en cualquier fábrica, la madre en las labores domésticas y los hijos en el colegio EGB, Instituto o Formación Profesional (Maestría) y el que no servía para estudiar se pondría a trabajar inmediatamente aunque en aquellas fechas el mundo laboral estaba en uno de sus peores momentos de las últimas décadas.

Una cosa que nos dijo a todos los alumnos es que la escribiésemos con frecuencia para contarle como nos iban los estudios, tan solo la enviamos DOS cartas a lo largo del curso siguiente con las notas de mi hermana y mías, luego se fue olvidando la promesa, no por vergüenza de que las notas fueran suspensos pero con el tiempo todo se olvida o se va dejando.

Yo en aquellas fechas cumplía catorce años, era un crío muy infantil, delgadito y más bien bajito que no había visto mundo alguno, no tenía la más mínima picardía, no conocía nada de nada, de todo esto me di cuenta en la primera semana de clase en Maestría, el ambiente me hizo espabilar al menos un poquito.

“La Maestra” desapareció repentinamente de mi vida por el tema del pantano y de la EGB pero con frecuencia en casa la recordábamos sobre todo al comparar el tipo de “gente” (de alumnos) tan diferentes con los que ahora compartíamos clase, esas actitudes en Alcorlo era imposible de que existieran, me refiero a la figura del maestro, no había ni una décima parte de respeto hacia estos nuevos profesores del que profesábamos a nuestra maestra, las tizas “volaban” en la clase, a veces impactando contra la pizarra mientras el profesor escribía en ella…

Se pasaron tres años hasta que pusimos el teléfono en casa, era 1979, mi primera llamada fue para ella, la busqué en la guía que entregaban con el teléfono y su instalación. No tuve suerte y atendió la llamada su padre, al presentarme sabía perfectamente con quien estaba hablando y eso me sorprendió, luego me recordó que él mismo había visto alguno de mis exámenes, supongo que se los mostraría su hija como ejemplo de alumnos a los que educaba. En ese momento ella estaba en la otra planta de la casa, su padre me preguntó si quería que se pusiera pero no tuve valor, solo quería que supiera que ¡ya teníamos teléfono!, pensé que en otro momento la volvería a llamar pero a pesar de que supongo le daría el número no sé por qué motivo nunca nos llamamos, cierto es que yo tampoco volví a llamar, entre otras cosas porque mi timidez me lo impedía.

Muchos viajes a Alcorlo cada año, de caza, de pesca, el día de la fiesta, de acampadas, de pasar el domingo con los críos por allí etc, muchos viajes, ¡es mi pueblo!  Cada vez que pasaba por la carretera bordeando el suyo tanto a la ida como a la vuelta la sombra de “La Maestra” volvía a mi memoria ¿qué habrá sido de ella?

Esta pregunta no era exclusivamente mía pues cuando nos reuníamos en las fiestas de Alcorlo los que entonces éramos sus alumnos y recordábamos aquellos tiempos siempre aparecía la figura de la maestra y esa eterna pregunta a la que yo, años después, tenía el gusto de poder contestar.

Casualidades que tiene la vida hicieron que un amigo del trabajo (diez años después 1986) fueran familia y me puso al día, me comentó que tenía varios hijos, tal y tal y que la familia tenía un discobar o Pub en el pueblo donde vivía.
Por aquellos años pasaba las noches del finde con novia y amigos en bares y discotecas, algunos de ellos en su pueblo, siempre que estaba por ese pueblo escudriñaba cada persona femenina _especialmente las de su edad_ por si la casualidad quisiera que nos encontrásemos.

En una ocasión que estábamos en el interior de su pub me fijé en una mujer de muy buen aspecto y presencia que por la edad perfectamente podía ser ella, ¡hubiera jurado que era ella! ¡Quería, deseaba, que fuera ella! aunque solo fuera por saber qué aspecto tenía en la actualidad, _el aspecto suele decir mucho de las personas aunque a veces te traicione_   la luz en esos ambientes es siempre escasa y se encontraba de lado conversando con otras personas, por lo tanto difícil para sacar conclusiones.

Sin apartar demasiado la vista _igual que el cazador que vigila su presa_ unos minutos después volví a echar un ojo al lugar donde estaba, por si las condiciones de la posición y lugar cambiaban y me ayudaban a cerciorarme si podía o no ser ella y me encontré con la sorpresa de que ya no estaba allí, ahora la tenía a menos de tres metros y me pilló tan de sorpresa que no me dio tiempo a reaccionar.

En ese momento yo me encontraba de pie al lado de la barra del bar, con el brazo derecho sobre la barra _ postura que se toma cuando uno lleva ya varias horas tomando copas y/o cansado_  y ella venía caminando de frente en dirección a la puerta; si nada se interponía pasaría a corta distancia de mí, casi rozándonos, en ese instante a mi persona  le dio «algo», la adrenalina o lo que sea se me disparó y me puse «en guardia».

Estando ya muy cerca de mi persona recuerdo como nos miramos a los ojos fijamente durante varios segundos mientras se acercaba y pasaba a mi lado por la izquierda, casi rozándonos, seguro que me miró no porque me conociera sino porque yo debía estar “clisado” con los ojos abiertos “pero sin ver” igual que cuando estás “fumado” estoy seguro que «algo debió de notar para mantener la mirada más tiempo de lo normal».

¡Después de tanto tiempo la tenía allí mismito!, para mí fue como en los anuncios “de colonias” entre un chico y una chica, esos que con sus miradas hacen que se ralentizan las imágenes y el tiempo parece detenerse pero no tuve el valor de molestarla preguntándole si era ella… «La Maestra«, ¡NUESTRA MAESTRA! No tuve ocasión o mejor dicho no supe aprovecharla, posiblemente ya me sobraba algún cubata y aparte no conocía su aspecto porque ya habían pasado 14 años, no estaba seguro, pero ciertamente era “ella”, porque luego pregunté a mi amigo y me lo confirmó. La sorpresa y mi puta timidez me fastidió una vez más. A partir de ese momento estuve vigilante el resto de velada pero no volví a verla otra vez en toda la noche, ni de cerca ni de lejos.

A veces se quedan cosas “pendientes” en la vida que no te dejan vivir en paz, nudos sin atar, cabos sueltos y esa era una de ellas, ¡cómo me gustaría hablar con La Maestra! pero cuanto más tiempo pasaba más difícil se me hacía ¿querrá ella saber algo de mí? ¿Por qué nunca nos llamó? ¿Se habrá olvidado de todos nosotros? Lo dudo….

28 años después.
En uno de mis viajes fotográficos recorriendo los “pueblos olvidados” como bauticé la carpeta con las fotos de ese día donde visité San TotísRobledarcasLas Cabezadas y alguno otro más como volvía pronto a casa me dije: ¡se acabó, hoy va a ser!.

Pregunté un par de veces en el pueblo hasta encontrar su casa y allí me planté delante de su puerta, era el 15 de abril 2004 por lo que habían pasado VEINTIOCHO AÑOS desde la última vez que nos vimos.

Yo sabía lo que pasaría cuando la volviera a ver y quizás ese era el motivo principal por lo que iban pasando los años sin atreverme a visitarla.

Cierto es que noté en ella cierta alegría cuando descubrió quien tenía delante. Pasamos al interior de la vivienda y allí comenzaron a llover tantos recuerdos por parte de ambos que no tarde mucho tiempo en romper a llorar delante de ella como si fuera un niño, me era totalmente imposible contenerme, las palabras no me salían, la mandíbula se me movía sin poderla controlar, no podía hablar… ella sabe que no exagero.

Recordamos durante largo rato los CUATRO cursos que estuvo con nosotros, hablamos y recordamos los nombres de los alumnos y algunos vecinos del pueblo, luego comentamos cómo y porqué fue a Alcorlo, después los años siguientes a su última clase en Alcorlo, lo dramático que fue para todos la construcción de la presa, no le resultó nada agradable aquellos recuerdos, son cosas que se notan en el tono de voz, los gestos de la cara, etc., de hecho me comentó que pasaron muchos años sin que volviera a pasar por allí.

Era un momento muy importante para mí y a duras penas conseguí que mi primera cámara digital nos hiciera una foto pues ya estaba la pobre batería muy agotada de trabajar todo el día. Encima del monitor está la foto, siempre a la vista.

Una anécdota graciosa de aquellos días que ella no recordará: Yo tendría once años, era el medio día, mejor dicho la hora de volver a la escuela. Ella comía en “el bar del Pedro” que estaba al lado opuesto de la escuela por lo que tenía que subir calle principal arriba.
Cuando se dirigía nuevamente a la escuela en ese momento había un pequeño camión repartiendo vino en mitad de la calle, “era el vinatero”, mi primo Ángel de mi misma edad y yo subíamos detrás de la maestra guardando la distancia de seguridad y vimos que “algo iba a pasar”.

Un hombre joven dicharachero en mitad de la calle vendiendo vino cuando viera pasar al lado aquella pedazo de rubia guapísima de poco más de veinte años no se iba a quedar callado, éramos unos críos pero sabíamos que pasaba algo cuando se juntaban “hombres y mujeres” y así pasó, cuando se incorporó con un recipiente con el que estaba llenando unas botellas de vino y vio semejante mujer a su lado, bien vestida y con aquel “tipazo”…  no puedo recordar exactamente las palabras pero eran de esos piropos posiblemente obscenos típico de un macho Ibérico de pueblo. La maestra pasó a su lado sin inmutarse lo más mínimo, como si el vinatero hubiera sido invisible, pensando sin duda que tenía al lado gruñéndole un chimpancé sin adiestrar que llevaba meses sin ver a una hembra. Ella sabía mejor que nosotros la reacción que tendría semejante individuo cuando pasara a su lado e iría preparada.

Mi primo y yo nos quedamos rezagados viendo como el vinatero continuaba mirándola como movía sus caderas calle arriba y diciendo frases cortas a la vez que hacía aspavientos hasta que desapareció al final de la calle; mi primo y yo nos partíamos de risa del espectáculo que ya presuponíamos lo que íbamos a presenciar.

Muchas veces a lo largo de la vida recordé ese momento que me hacía sonreír tanto, por eso me acuerdo, por las veces que lo he recordado, no porque tenga una memoria de elefante sino más bien todo lo contrario.

Todo con ella era aprender, en una ocasión que cumplía años nos llevó unas magdalenas, algunos ni siquiera las habíamos probado anteriormente, eran otros años, eran otros tiempos, a media mañana las repartió y observó nuestro comportamiento a la hora de masticar, por lo visto pocos o ninguno lo hacíamos bien, nos explicó que se mastica con la boca cerrada y sin hablar a la vez, entiendo que lo estábamos haciendo como los animales ¿quién nos había enseñado eso? ¿Nuestros padres? nadie allí sabía esas cosas pero la maestra SÍ.

Solo puedo tener buenos recuerdos de su persona pues con ella SÍ que aprendimos todo lo que se podía aprender en aquella escuela, ella cumplía con su trabajo pero «ese trabajo» se puede hacer de muchas maneras y lo hizo perfectamente, si no llegamos más arriba es porque no había mejores medios o nuestros cerebros estaban limitados…

Tan solo recuerdo dos o tres excursiones que hicimos a los alrededores del pueblo y ella se encargó de hacernos unas fotos ¿quién si no?, se las pedí y en poquísimos días me las envió, aquí algunas. La siguiente es en la presa “De Arriba”.

Al pie del “Lituero”, junto al puente de “La Fábrica”.

 

Cada año desde entonces le envío una felicitación navideña y tenemos una charla telefónica que aunque no suele ser lo extensa que me gustaría para mí resulta muy agradable el saber que casi todo en la vida le va perfectamente.

Aprovecho para darle las gracias una vez más por todo lo que hizo por nosotros y recordarle que siempre será mi/nuestra maestra, aunque a lo largo de la vida hayamos tenido otros profesores la recordaremos como  la mejor y última maestra que tuvimos en Alcorlo. ¡Gracias Mila!

Al día siguiente de esta publicación encontré esto en la web.

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