Mis recuerdos sobre los inviernos de Alcorlo no son agradables, comenzando por las dos o tres veces que tenía anginas y continuando por el frío tan intenso que hacía en la calle e incluso en el interior de la casa.
El cambio climático es una evidencia, hoy ya nadie lo discute, mi madre contaba que hubo un invierno en Alcorlo que cayeron SIETE nevadas consecutivas, parece ser que fue en febrero de 1955, antes de que se deshelara una ya caía la siguiente encima, los arboles de la vega (especialmente los frutales) con las ramas resquebrajadas de no poder soportar tanto peso, era una nevada encima de otra, las animales ya no tenían qué comer en el corral y en el campo solo se veía nieve donde mirases.
Cuando llegaba el deshielo el río Bornova a su paso por el lugar conocido como “La Fábrica” destrozó varias veces el puente, el agua superaba el nivel y lo pasaba por encima, una bestialidad teniendo en cuenta que ese mismo río en verano poco más y se secaba eso sí que erallover y nevar (por si lo habíamos olvidado). «El puente de la Fábrica».
Mi padre contaba muchas veces que el río lo había visto helado completamente y el agua corriendo por debajo del hielo como es natural, incluso lo había cruzado caminando sobre el hielo alguna que otra vez, yo nunca llegué a ver eso, el cambio climático viene ya de lejos.
Los inviernos de Alcorlo se podían resumir con cuatro palabras: frío, viento, agua y barro. En los días de sol, por las tardes, las personas mayores y algunas mujeres con sus labores se sentaban en la zona de «Los Palos» al resguardo del viento del norte, al lado de mi casa;
desde allí se divisaba la carretera que va a Atienza, pocos coches pasaban pero la mayoría era por todos conocidos, ¡mira el pescadero ya vuelve! , ¡aquel es el coche del médico irá a Congostrina o a San Andrés!, por la mañana los críos jugábamos al fútbol en las eras antes de entrar a clase, desde allí se veía venir el coche de “la maestra» por «Las Viñas», era hora de guardar el balón porque quince minutos después ya entrábamos a clase.
Hoy nos quejamos de que no hay calefacción en todos los hogares, antes tampoco, una lumbre en la cocina que siempre tenía las «trébedes» sobre ella y varios pucheros alrededor a modo de parapeto para sujetar las ascuas, unos con agua caliente y otros cocinando los alimentos. Chimenea ancha donde las haya por donde se escapaba el fuego y con él el calor, chimeneas de las que perfectamente cabían bajar DOS papas Noel a la vez, era un incesante quemar de jaras y leña, una llamarada de unos minutos de duración que te tenías que alejar para un momento después acercarte, la tripa caliente y el culo frío. La gran mayoría de las casas del pueblo no tenían revestidas de yeso las paredes por dentro, eran como las casas de guardar el ganado, no había gran diferencia con los antiguos pobladores de las cuevas unos miles de años antes, poco habíamos evolucionado allí en ese aspecto.
En la escuela una pequeña estufa de leña era la única fuente de calor para todos así que muchos días no utilizábamos los percheros, estos se quedaban de adorno.
Nadie recibía una bronca por aparecer en su casa con la ropa llena de barro o mojada por haber estado varias horas jugando al fútbol mientras llovía débilmente, para un rato que teníamos no lo podíamos dejar pasar porque al tiempo le diera por llover un poquillo, era mucho más importante jugar en la calle que estar en la cocina mirando libros o tebeos que tendríamos ya demasiado vistos porque televisión solo había una y estaba en el «bar del Pedro». Hablando de tebeos comentar que recuerdo que le recitaba a mi madre los textos de algunos de ellos de tantas veces leídos y releídos.
El ir a dormir era sustituir tu ropa por otra igual o más gorda para meterse en la cama. Colchones de lana gruesos y a la vez blandos que se adaptaban a tu cuerpo y te engullían hasta hacerte desaparecer pero al menos retenían bien el calor, no recuerdo haber pasado frío en la cama salvo el momento de meterse en el sobre.
Los pastores todo el día en el campo con la anguarina ¿chubasqueros? ¿qué es eso? Algún “impermeable” se veía en los últimos años. Una manta de borra que al rato ya estaba empapada de agua y pesaba diez veces más, ¿botas de plástico para el agua? Albarcas y calcetines de lana, o lo que es lo mismo, todo el día con los pies mojados, esto era anterior a la década de los sesenta y lo recuerdo de “oídas”.
Otra actividad que era muy común era la de cazar liebres en la nieve, a veces se juntaban un grupo de jóvenes o no tan jóvenes para dar una batida por los alrededores, solo se necesitaba de un garrote pues la liebre utiliza su camuflaje para pasar desapercibida y permanece agazapada, quieta sin pestañear aunque te encuentres junto a ella pero sus pisadas la delataban, era la lucha por la supervivencia.
LA MATANZA. Cuando se acercaban “las nochebuenas” los cerdos ya se podían ir preparando…. Raro era el día que no sonaba chillar un cerdo mientras se le iba la vida. Chillidos agudos que se te metían en el cerebro a través de los oídos, sonidos que se escuchaban en todo el pueblo, mi colega «El Pepe» y yo nos íbamos mientras tanto a la vega a disparar piedras con los tirachinas a los pajarillos y a las pequeñas manzanas que quedaban en lo más alto de los árboles que habían aguantado las sacudidas de las ramas y los golpes de la vara, la gracia estaba en acertar al rabo, si le dabas a la manzana la destrozabas.
Después de los chillidos venían los olores de las vísceras y la carne, cuando volvíamos allí estaba el animal colgando de dos argollas del techo, agarrado de las patas traseras, sangre en la estancia y hedor en el ambiente ¡aggg, no puedo con ello!, luego las mujeres se encargaban de limpiar los intestinos en las aguas del río o de la fuente de “La Vadera” que parece ser manaba más caliente que el resto de fuentes. Después la operación de picar la carne y hacer los chorizos con aquella picadora de manivela, chorizos que colgarían durante mucho tiempo en la cocina cerca del fuego hasta que se “curaban”. Todavía existen la maquinita en casa de mis padres.
PATINAR EN LA PRESA. Mis primos de Madrid quizás no lo recuerden pero estoy seguro que si leen esto les vendrá un hilo de luz y se acordarán de lo que voy a relatar a continuación.
Era un fin de semana de aquellos que algún “madrileño” de los que habían emigrado a la capital se dejaba caer por el pueblo a visitar a sus mayores y con ellos venían los críos. Yo que tendría unos ocho años me fui con un grupo de críos (entre ellos mis primos y sus primos) a “la presa”.
La presa como su nombre indica era una presa para retener el agua que por la noche se aliviaría pasando por una turbina para producir electricidad y alimentar muchos pueblos de la sierra, el caso es que nos fuimos todos a la presa ya que era actividad más importante que había en esos momentos en el pueblo especialmente para los chavales.
El agua retenida por la presa quedaba por detrás de la montaña que llamábamos El Castillo Grande, en invierno apenas unas pocas horas le daba el sol por lo que en la zona de las compuertas el hielo permanecía constante durante muchos días. La presa y sus compuertas.
Foto inferior: al fondo los mecanismos de las compuertas y en la parte inferior el aliviadero.
La profundidad del agua en ese punto no era mucha posiblemente cuatro o cinco metros, allí estaban las compuertas, pasábamos por el estrecho pasillo que había detrás de ellas para cruzar al otro lado y ver los chorlitos colgando en la pared de la presa, ¡por supuesto que no había barandillas de protección a ningún lado!. (en la foto superior se ven dos personas en ese punto)
A alguien se le ocurrió la idea de patinar en aquella superficie súper helada y lisa como un cristal pero la incógnita era ¿aguantará nuestro peso sin partirse? Por supuesto que no iba a plantarse allí nadie para comprobarlo porque estaba claro que si se partía el hielo allí se quedaba sumergidito… así que a mi primo mayor se les ocurrió tirar una enorme piedra, calculo que de unos diez kilos ya que con más peso no hubieran podido.
Clon clon clon sonó mientras rebotaba resbalando por la capa de hielo hasta pararse varios metros más adelante, solo una pequeña muestra dejó en el hielo como consecuencia del primer impacto, del resto ni un rasguño.
Por si acaso la prueba no era suficientemente convincente tiraron varias pedruscos más en diferentes puntos, todos desde encima de las compuertas y con el mismo resultado.
El resultado era el que todo el mundo deseaba así que pronto se lanzaron los más valientes a patinar, a mí me entró un miedo que me fui corriendo a casa a esperar que un rato después comenzaran los gritos por las calles diciendo que los chicos del «fulano de tal» se habían caído a la presa…. Historia con final feliz pues no pasó nada digno de recordar, no recuerdo haber visto otra vez la presa cubierta totalmente de hielo como ese día.
EL FRÍO. Una tarde fui con mi padre a pescar con red _lógico pues con caña en esa época no sirve para nada pues los peces están aletargados y ocultos debajo de las grandes piedras o en los agujeros que escavaban en las terreras en otoño_ el caso es que echamos la red alrededor de una enorme piedra de la que parte de ella estaba sumergida en el agua y con una vara les obligábamos a salir. Cuando acabamos la faena y para extraerlos de la red la extendimos en una piedra grande y lisa de las que había en la zona del Lituero pero unos minutos después cuando quisimos recoger la red no podíamos pues se había helado el agua y estaba pegada a la roca, imagino que había menos de cinco grados bajo cero, y eso a media tarde que por la noche no se lo que llegaría a bajar. Para un esquimal esa temperatura no es nada pero para un chaval de Alcorlo de ocho años…. eso sí que era frío pero a la vez era lo normal.
Yo era una persona muy delgadita así que el hielo pronto me calaba los huesos y a veces mi madre me ponía dos pantalones, uno fino debajo y otro más recio encima, no eran termolactyl ni de Zara o del Corte Inglés, tampoco eran antihumedad y de fibras naturales ni ropa térmica de secado rápido sino que era la ropa que a tus primos o familiares se le quedaba pequeña y tu madre la reajustaba a base de tijeras hilos y agujas…
¡Témpanos!, ¡chorlitos! los llamábamos en Alcorlo, largos, finos, duros y transparentes, todo el rato estaban soltando una tras otra gotas de agua en cuanto ascendía un poco la temperatura, por las mañanas cuando subíamos a la escuela calle arriba era el espectáculo que la naturaleza nos ofrecía pues allí estaban colgando de las tejas. Las fotos siguientes son en la parada del autobús, en el Puente Nuevo. foto de E. Vacas.
En la calle mayor cerca de la plaza se formaban algunos charcos grandes que podían llegar a estar helados durante varias semanas porque apenas les daba el sol, recuerdo que un día mi primo y yo que tendríamos unos siete años cogimos a mi perro “Manolo” y lo empujamos hasta el centro del charco, nos partíamos de la risa al ver como el animal intentaba salir de allí y se le escurría una pata para cada lado, se caía de culo y lo volvía a intentar, a veces daba con la boca en el suelo, ¡nunca habíamos visto un perro patinar!, era divertidísimo aunque no lo parezca, nos reímos más que con el mejor chiste.
LA VEGA: ¡Qué tristes se quedan los campos en invierno!, los árboles de la vega totalmente desnudos, los campos desiertos de hortalizas, solo algún trozo de sembrado de berzas, el viento seco y frío del norte que había cruzado el Alto Rey, las mujeres con pañuelo a la cabeza, los hombres con la boina, los chicos con gorra o gorro, la moquita siempre presente en la punta de la nariz, guantes apenas se veían, como mucho manoplas que tu madre tejía con aquellas agujas largas y gordas, era más fácil fabricar manoplas que guantes pero muchísimo menos prácticas como es lógico. La materia prima venía de algún jersey de lana que ya se había quedado pequeño y/o roto en algún punto, todo valía menos gastar dinero, todo era reciclaje sin que la TV ni el gobierno te lo recordara constantemente.
ENFERMEDADES. Al primer estornudo de un crío de hoy ya están los padres, abuelos, amigos y familiares preocupados por el chavalín, en Alcorlo no recuerdo que hubiera más que aspirinas y caras, si estabas malo de verdad había que llamar al médico, pero si no parecía grave se arreglaba con leche y miel y a la cama dos o tres días, el cuerpo por sí solo haría el resto. Así pasó que mi hermano vivió solo 30 días (parece ser que por falta de alimento, ni dinero ni alimentos había para combatir sus necesidades); Amelia, una niña de unos cinco años de edad estuvo varios días suplicando por un poco de agua, aún recuerdo escucharla llorar en el interior de la vivienda mientras pasaba hacia la escuela por delante de su casa… agua, aagua.. aaguaaa… pedía, unos días después falleció, parece ser que el médico prohibió que se le diese agua…; otro niño que falleció de muy corta edad (parece que tenía una grave enfermedad en un ojo) apenas le recuerdo, Ángel se llamaba, el resto de los críos sobrevivimos a los crueles inviernos de Alcorlo pero hoy aún sigo recordando la eterna pregunta de mis padres: con todo lo que hemos pasado ¿cómo habremos llegado hasta aquí?
Estos son los recuerdos más vivos que me quedan sobre los inviernos de Alcorlo. Gracias una vez más por llegar hasta aquí, si crees que a alguien puede resultarle interesante no dudes en compartirlo. Muchas gracias, alcorlopantano.com