Hoy, doce años después de la gran sequía que asoló España y gran parte de Europa, hemos estado paseando por Alcorlo, no por los escombros de las viviendas que se amontonan en lo que fueron sus calles, que por la gran sequía reinante en la actualidad bien podíamos haberlo hecho, sino por lo que queda de aquello que fue un pueblo, que no es más que una Ermita y un Cementerio puestos en una colina, cual atalaya, desde donde se divisa gran superficie del embalse, así como la presa construida a base de tierra y rocas que parece fundirse con el entorno para pasar desapercibida para el viajero.
Para ello nos hemos servido de la amabilidad y cortesía de un paisano de nombre Fermín Sanz que nos asegura que sus raíces vienen de ese pueblo. Actualmente es de los Alcorleños que más visita este lugar ya que, como el tiempo no perdona, la gran mayoría de los nacidos allí ya pasaron a mejor vida y es él ahora quien lleva de alguna manera el cuidado y vigilancia de las instalaciones.
Al poco de cruzar la presa que lleva su nombre y de pasar tres o cuatro curvas nos encontramos de frente con un edificio de aspecto religioso, una pequeña cruz destaca sobre el tejado. Teóricamente no se debería girar en ese punto de la carretera porque tiene poca visibilidad pero Fermín dice que hay que arriesgarse porque de lo contrario tendríamos que ir hasta el cruce de Congostrina para hacer el cambio de sentido y entrar en el camino que surge de frente en la curva que, de seguirlo nos llevaría hasta la escasa agua que la presa ha sido capaz de retener en los últimos años, nivel casi simbólico y poco utilizable.
A escasos veinticinco metros de la carretera nos encontramos a la derecha una pequeña cuesta que nos lleva a un aparcamiento bastante amplio para ser un lugar semiabandonado, visitado esporádicamente por algún
senderista o paseante y pocas veces por los socios de la Asociación Hijos y Amigos de Alcorlo, Ermita que ya se puede considerar como “antigua” ya que fue construida medio siglo atrás, en el 1988.
Lo primero que llama la atención nada más llegar al lugar es una cruz metálica, de aspecto oxidado, de sencillas formas y medidas bien elegidas, creando toda ella una forma muy armoniosa. Está ubicada en el borde de la explanada, pareciera que está ahí esperando para recibirte.
Fermín nos dice que fue una creación de Agustín, como detalle añade que la fabricó en el corral de la casa de su padre, que le costó una semana el medir, cortar y soldar los diferentes tubos que la componen, que empleó una semana de sus vacaciones en esa tarea y la semana siguiente en trasladarla al lugar y con la ayuda de unos cuantos paisanos la ubicaron allí. La siguiente imagen es del día de la instalación.
Cuenta Fermín también que dicen que en la losa de hormigón hay sepultado un frasco de cristal que contiene una moneda de 1 euro, además un trozo de papel impreso con tinta y con lápiz, en el que están registrados los nombres de las personas que intervinieron en su instalación ya que no todo el mundo allí presente se implicó en ello, algunas personas permanecieron sentados mirando como el resto hacía la labor.
La cruz la componen seis piezas, la parte central (a la que van embutidas las otras cuatro que forman la cruz) y la parte que va soterrada, entre hormigón y varillas de hierro. Se hizo así para poder trasladarla fácilmente en un vehículo utilitario.
También nos dice Fermín que durante unos años esa cruz por la noche estaba iluminada de una manera tenue pero que llegó un día que algún desaprensivo empleó energía suficiente como para destrozar el habitáculo que había a ras de suelo y que contenía dos focos con sendas placas fotovoltaicas y que curiosamente después del atropello las encontraron metidas en el hoyo dentro de una funda de buen aspecto de una Tablet, luego al parecer el mismo Agustín se encargó de reparar esa instalación eléctrica y para evitar la posibilidad de que el mal hiciera su aparición nuevamente anuló la iluminación de esa cruz y en su lugar fabricó otra cruz del mismo tamaño que la existente en el campanario, cruz a la que instaló más de ochenta led de pequeña iluminación y que se alimentan eléctricamente con la misma electrónica recuperada de la cruz grande.
Vista desde el cruce del camino que entra a la explanada claramente se podía calificar de estar viendo un “Gólgota”, a cada lado de la cruz se levanta un ciprés piramidal, ya de cierta altura, uno más desarrollado porque el otro sufrió el ataque de un corzo y su cornamenta lo despellejó. Cada ciprés representa uno de los ladrones que acompañaron a Jesucristo en la crucifixión.
Al parecer esta fue otra idea más que tuvo Agustín en el momento de pensar que a aquel lugar le vendría muy bien el tener una cruz, si no ya como la de madera que había en “el alto de las Eras” sí una cruz que no pasara desapercibida y dejara claro que aquel lugar era terreno religioso.
Una vez abandonamos el auto en la explanada subimos la pequeña cuestecilla hasta la puerta de la Ermita, a la izquierda y a esa altura nos llama la atención un cartel que dice “ALCORLO”, un cartel que por sus características y colores parece de fabricación más o menos reciente. En principio nos resultó curioso que no hubiera cartel por la carretera que hiciera referencia al pueblo de Alcorlo, solamente hemos visto alguno que dice “Presa de Alcorlo”, quizás algún miembro de la Asociación quiso hacer hincapié en el recuerdo del pueblo y no de la presa.
Fermín nos da paso al interior de la Ermita una vez abierta la cancela metálica y la puerta de madera. A la izquierda vemos el pilón con el agua bendita, por supuesto sin una gota de agua. También en esa pared hay varios cuadros que reflejan la gratitud hacia las personas que a lo largo de las últimas décadas tuvieron estrecha relación con Alcorlo, la Ermita o el Cementerio, entre ellos los fundadores de la Asociación, el matrimonio Angel y Martina, también el matrimonio Antonio y Juliana y al fondo otro de Agustín por sus trabajos de vídeo y fotografía relacionados con el pueblo.
La sala de la Ermita es amplia, de al menos 15 metros de longitud, al fondo y como es natural un altar en el que se encuentran ubicadas las imágenes que al parecer había en Alcorlo en sus últimos días antes del desalojo, allá por el enero del 1982.
A pesar de lucir bien el sol a esa hora en el interior reina la oscuridad ya que el tejado del porche dificulta la entrada de luz a través de las varias ventanas que tiene la Ermita a cada lado y en la parte frontal.
En la pared de la izquierda vemos una fila de cuadros de tamaño importante, en ellos hay fotografías aéreas del pueblo, algunas con el agua retenida ya por la presa llegando a las primeras casas, fecha en la que los vecinos ofrecían resistencia para abandonar lo que fueron sus moradas de toda su vida.
El altar lo preside la imagen de San Bartolomé que al parecer es el santo de este pueblo y que veneran cada 24 de Agosto desde tiempos que no se recuerdan hasta nuestros días, Fermín asegura que no siempre fue así, que tuvieron que retrasar la fecha de la fiesta grande porque las faenas del campo de aquellos entonces no permitían el lujo de abandonarlas por festejar a un santo, por muy importante que este fuera.
Detrás de San Bartolomé a la derecha, en un rincón y sobre las andas hay una representación de San Isidro con su Ángel arando la tierra mientras él rezaba, es una talla de escayola un tanto reciente, si “reciente” se puede llamar a tener ya más de cien años. De tamaño más pequeño, _y que suele pasar desapercibido_ nos observa San Antonio, una talla de las más antiguas de esa colección.
Algunas Vírgenes como la del Rosario, Santa Lucía o la Inmaculada y alguna otra más que ni Fermín recuerda su nombre rellenan la pared trasera del altar; también pequeñas cruces o recuerdos de algunos Alcorleños que a lo largo de las décadas fueron dejando por allí cuelgan de las paredes.
La sala está cubierta por media docena de bancos de madera por lo que una vez cerca del altar te obliga a continuar por la pared de la derecha en la que vemos una figura del Cristo Yaciente.
Al parecer esta imagen se logró haciendo una colecta, para ello, las mozas del año 1955 aproximadamente y por el motivo “del ramo” hicieron una colecta tanto en Alcorlo como en algunos pueblos colindantes como San Andrés del Congosto y Congostrina, el resto del dinero lo aportaría posiblemente el Ayuntamiento y/o los vecinos, entre ellos Eugenio Veguillas, “El Kaque”, persona muy cercana a las actividades religiosas.
Nos decía Fermín que entre las mozas de aquel año se encontraban las hermanas Lucía, María y Rosario Ayllón, que la imagen yaciente dentro del féretro de cristal la trasladaron en mula desde la Fuente de la Cañada hasta el pueblo, ubicada esta en el punto de unión de La Toba, Congostrina y Alcorlo, y que era todo un espectáculo nunca antes visto.
Tres cuadros con impresión de aspecto muy antiguo encontramos en la pared de la derecha, al parecer son los mapas más antiguos que se conocen del pueblo, 1896.
Nos llama la atención un Pendón semienrrollado y apoyado en esa pared, el material es de aspecto moderno, el anterior, el original, se perdió en el camino de los tiempos pero a través de fotografías y recuerdos se consiguió recuperar su aspecto, al menos en una parte importante.
Al parecer la idea de recuperar este símbolo fue de María Ayllón, luego entre Agustín y algunos miembros de la Asociación diseñaron el nuevo aspecto y la fabricación del mástil. En su mejor época Alcorlo tenía pendón y por ello privilegios que este le otorgaba.
Una vez vista la Ermita en su interior y cuanto en ella existía salimos del interior y Fermín nos condujo a través del porche al cementerio.
En la puerta que lo separa del porche hay un cartel que dice 1966, Fermín nos comenta que fue el año que se repararon las paredes y puerta del cementerio, al parecer fue con un dinero que el gobierno dio en compensación unos años después por una tremenda tormenta que desoló el pueblo y sus campos, en la que cayeron trozos de hielo cercanos al medio kilogramo, no dejó una sola teja entera, los animales del campo los dejó todos muertos o heridos, la teja de todo el pueblo la repusieron de una fábrica de Soria.
Este cementerio junto con la Ermita se construyeron ya cuando el pueblo estaba anegado, sobre el 1988 aproximadamente, todo fue gracias a un grupo de vecinos que aún quedaban viviendo allí y la mediación del párroco D. Fernando de las Eras que, enviaron un escrito al gobierno o a la Confederación para que les construyeran una Ermita y un Cementerio como punto de encuentro de las generaciones posteriores, para poder seguir celebrando reuniones y principalmente la fiesta de San Bartolomé en Agosto, y así ha venido siendo hasta estos días, más de medio siglo llevan ya.
El cementerio, dice Fermín, es conmemorativo, en él no se permiten enterramientos ni depósitos de urnas funerarias, sin embargo poco a poco, especialmente desde que existe la Asociación, el lugar se ha ido repoblando de restos de antiguas losas funerarias o esquelas referentes a difuntos fallecidos posteriormente al desalojo del pueblo, restos orgánicos ninguno pero recuerdos o detalles unos pocos.
En la parte derecha vemos un rectángulo elevado sobre el suelo unos cuarenta centímetros, paralelo al camino hay una fila de cruces de diversos tipos y formas, son las que se recuperaron del antiguo cementerio de Alcorlo.
En este cuadrado están los restos del cementerio antiguo, a veces sepultado por las aguas, por desgracia cada vez menos, la última vez que se anegó fue en la nevada Filomena del año 2019.
Como curiosidad nos indica Fermín de “lo que son las cosas”… el proyecto de este cementerio contemplaba el traslado de los materiales del cementerio antiguo con la profundidad de un metro, aquí no hay más de cuarenta centímetros, lo que significa que prácticamente ningún resto óseo se trasladó a este lugar.
Un detalle curioso encontramos en una de estas cruces, se puede apreciar en el palo vertical las marcas de gramos o kilogramos, está fabricada con los materiales de una romana, de una balanza de aquellas antiguas que trabajaban en cruz y una pesa se colocaba en el palo horizontal hasta que esta se quedaba paralela al suelo.
Al final del pasillo y al final de la fila de cruces encontramos una tumba que recuerda a una cama, en las fotografías más antiguas que tienen sobre el cementerio antiguo ya existía tal construcción metálica, los escritos tallados hablan de 1930.
Retornamos ahora sobre nuestros pasos y volvemos hasta la entrada. En la zona izquierda encontramos unos depósitos de plástico donde guardan el agua de la lluvia proveniente del tejado, la utilizan para regar los árboles que con tanto esfuerzo consiguen verles crecer. En estos momentos en la explanada de fuera se ve que hay varios de ellos plantados recientemente.
Nada más entrar al cementerio a mano izquierda llama la atención dos losas funerarias, una de ellas es grande pero solo se trata de la parte inferior donde claramente puede leerse R Y P, la otra es más pequeña, sus letras son bastante legibles y dice así: “A la memoria de Gregorio Gamo y Verges, natural de Tamajón, que falleció a la temprana edad de 18 años, 1871, su desconsolada madre y hermanas”.
Tanto la que tiene impresa la fecha como la grande son de bastante antigüedad ya que la “Y” de R Y P dejaría de usarse al menos doscientos años antes.
Al parecer esta losa la descubrió Agustín cuando trataba de arrancar con el azadón unos cardos en el cuadrado de tierra trasladada del cementerio antiguo y topó con ella, finalmente en vez de una piedra desenterró esta joya a la que siguiendo el hilo consiguieron dar con el certificado de defunción original en el que lo firma Félix de la Riva, cura de aquel entorno en esas fechas. Esto sucedía como el 2017.
La otra lápida, la más grande aunque solo la mitad de ella, apareció en el cementerio antiguo, la descubrieron el año anterior un grupo de amigos de Agustín, fotógrafos ellos, al parecer quien primero se fijó en ella fue un tal “Capitán Trueno”, mientras realizaban una sesión fotográfica en la zona, un trozo de piedra con una letra impresa afloró de la tierra, posteriormente contaba Agustín, que él mismo y su compañero Ángel Somolinos la trasladaron hasta aquel lugar, no sin pocos esfuerzos, era como el año 2022.
Aquí un enlace a un vídeo donde se habla de los cementerios que tuvo Alcorlo, al menos se conocen tres.
Lo que parece misterioso es que en aquellas fechas (2022) Ángel y Agustín preguntaron a paisanos de Alcorlo (ya muy mayores) sobre esas lápidas u otras semejantes y nadie recordaba haber visto lápida alguna en aquel cementerio, es probable que tanto la una como la otra, por su antigüedad, fueran quedando sepultadas por el paso del tiempo, ya que sus familiares no las conservaron.
A esa altura del camino y junto a la valla hay tres cipreses de tamaño pequeño, menos de un metro de altura, dos cruces y un conjunto de piedras parecen indicar que se refieren a tres tumbas, al parecer pertenecen a la familia Esteban Palancar.
Muy cerca de esta lápida pequeña y siguiendo el camino hacia el fondo vemos una losa de piedra esbelta en la que en la parte alta se encuentra tallada una cruz. A sus pies hay un trozo de mármol blanco y sobre él parece estar tallado el logotipo que utilizaba Agustín para sus trabajos fotográficos y audiovisuales; el logotipo lo componían varias montañas, un perro y una persona como haciendo fotos o mirando por unos binoculares.
En una esquina del trozo de mármol blanco se puede leer 15 que, al parecer y según oídas, corresponde al año que perdió a su primer perro; quizás quiso con ello poner allí un testigo de su recuerdo, un testigo al que mucho tiempo después le talló una cruz como símbolo religioso cristiano y posteriormente agregó un cartel en la parte más baja que dice: “Al amigo perdido, pero nunca olvidado”; algunos aseguran haber visto un vídeo de Agustín y su perro del día que trasladó la roca desde el Prado de los Olmos y la colocó allí, en el vídeo se veía a aquel primer animal de compañía, un perro de pequeño tamaño y color oscuro.
El rótulo del texto es bastante explícito y que integra a muchos casos ya que “todos tenemos algún amigo perdido”, ya sea de dos o cuatro patas, ya tenga pelo o plumas. En todos los cementerios que he visitado, cerca de la entrada hay una tumba al “olvidado”, aquí no iba a ser menos; Agustín era muy detallista.
Al frente de la losa con la cruz grabada crece una conífera esbelta, es un ciprés piramidal, en los lados hay dos piedras semejantes, del tamaño de un balón de fútbol, Fermín recuerda que Agustín hablaba de esas piedras como de fósiles marinos, de plantas fosilizadas, que las trajo de la zona de Santecilla, y no es de extrañar porque hace millones de años este lugar era un gran lago.
A continuación de esta losa hay otro símbolo religioso, una cruz oxidada, de un metro aproximado de altura, parece construcción reciente y sencilla, al pie hay una esquela de tres personas, una de ellas solo vivió un mes. Al parecer se trata de una cruz que fabricó e instaló allí Agustín, en recuerdo de sus abuelos maternos (Luis y María) y del primer hijo de sus padres, o sea, de su hermano.
Al igual que en la representación de la tumba anterior enfrente de la cruz hay un ciprés piramidal también, este mucho más desarrollado que el anterior, probablemente lo plantara antes, en una esquina de la esquela se lee “NOV 2014”.
Entre la cruz y el ciprés hay una planta baja, de la especie “evónimus medio pictu”, y una mata de lirios. ¿El porqué del “evónimus”? decía Agustín que era en recuerdo también de su madre que siempre tuvo en la puerta de la casa una maceta con este tipo de planta.
Esta esquela parece fabricada de manera artesanal, con una base de cobre, idéntica a la que hay sobre la piedra de la cruz, probablemente fabricada de un trozo de tubería estándar de las utilizadas para el agua de consumo humano.
Avanzamos un poco y encontramos dos tremendas plantas, son arizónicas que, al parecer, Agustín por el año 2015 trasplantó desde un rincón del cementerio al borde del camino donde se encuentran ahora, estas plantas nacieron solas allí.
Hasta el final del cementerio en ese lado izquierdo solo hay algunas muestras antiguas de cruces y esquelas; al final la cosa cambia, hay cinco nichos que al parecer fueron los UNICOS que se trasladaron con la profundidad reglamentaria, por lo que no sería de extrañar que allí se encontraran todos sus restos óseos.
Estos cinco nichos se trasladaron individualmente porque en el momento de las obras, del acarreo de material, se encontraban allí mismo sus familiares y pidieron al encargado de obras que así se realizara y este lo respetó.
Contaba Agustín que su abuelo Evaristo Esteban Ortega, fallecido el 2 de Enero de 1976, fue el primer difunto que ya no se enterró en el cementerio antiguo porque así ya se había decretado, y el último enterramiento en ese cementerio antiguo fue el 8 de febrero de 1975, un tío suyo, Leoncio Esteban Llorente, se llamaba el difunto.
Dejamos atrás el cementerio y salimos de nuevo a la explanada, una calle más o menos ancha recorre la pared del porche por su parte delantera, media docena de árboles de poco tamaño decoran y dan sombra a la explanada.
Antes de acabar de recorrer ese pequeño trayecto de calle ya llama la atención un monolito de piedras blancas, del tipo cuarcita, apiladas en modo vertical como desafiando a la gravedad.
Nos acercamos hasta allí con la curiosidad propia del lugar, el monolito surge del suelo, de una losa circular de más de medio metro de diámetro del tipo pizarra pero con partículas brillantes de plata, material muy abundante en la zona.
Alrededor de la pieza principal del monolito hay cuatro piedras que sobresalen del suelo ya que gran parte de ellas están hundidas en él, parece que nacieran allí. Las piedras son de materiales completamente diferentes entre sí, una de ellas parece fósil marino, otra fósil pero de otro tipo, otra es arenisca y otra es caliza.
Todas esas rocas forman un círculo y en la parte trasera de una de ellas, en dirección Sur, hay sujeto un pequeño espejo que al acercarse se ve un orificio que traspasa la piedra y en el centro del orificio se ve el extremo más alto del monolito.
Fermín nos explica el significado de todo ello ya que a golpe de pronto da la sensación de cementerio prehistórico o lugar de concentración de energía. Todo ello está como protegido por un círculo cavado en el suelo de diámetro más grande que el que forman las propias piedras.
Según Fermín todo ese conjunto de piedras que forman ese monolito o monumento tan peculiar fue idea de Agustín y de Ángel allá por el año 2021. En aquellas fechas esos dos paisanos, nacidos en Alcorlo, pasaban por allí algunas noches enteras de verano contemplando el firmamento y fotografiando estrellas, nebulosas y galaxias, para ello necesitaban saber la ubicación exacta de Polaris para orientas sus “máquinas seguidoras de estrellas” o lo que es lo mismo, aparatos capaces de seguir la trayectoria de las estrellas para de esa manera obtener mucha más luz en sus cámaras que la que un simple disparo pueda ofrecer, fue por ello que idearon ese monolito en tributo a la estrella polar, también conocida como POLARIS.
A esa hora el sol ya estaba bastante caído y Fermín nos aconsejó esperarnos a que anocheciera para mostrarnos el aspecto que aquel lugar tenía en la noche, por el día tiene un aspecto y por la noche muestra otro totalmente diferente.
Mientras tanto dimos una vuelta por la finca que no ocupará más de cinco mil metros cuadrados. Es el último reducto de Alcorlo, el único lugar donde los Alcorleños pueden reunirse de una manera cómoda y que puedan llamar “su tierra” o “su pueblo”.
Desde la parte izquierda del cementerio se divisa claramente el pantano, en este momento “más seco que verde”, cerca de la presa hacia el lado oeste se ve como una entrada a la montaña, en su día era la entrada a la cueva de “las figurillas”, muy husada en la prehistoria por los humanos. Sobre esa misma línea pero por encima de la carretera se ve que a la montaña le pegaron un par de bocados enormes, le falta el material que hoy conforma la presa ya que se trata de una presa de tierra y piedra, sin hormigón.
Continuamos la ruta bordeando el cementerio hasta llegar a la pendiente de la entrada. En ese momento el sol estaba tan bajo que puestos los pies en el cruce del camino el centro de la cruz quedaba exactamente ocultando el sol dando un aspecto místico, mágico y religioso a la vez.
Mientras caía la oscuridad nos tomamos unas cervezas a la vez que disfrutamos del silencio y la paz de aquel entorno, Fermín hizo una observación y nos dijo: ¿No es cierto que llevamos por aquí menos de tres horas y parece que llegamos esta mañana? Aquí el tiempo parece que se mide de otra manera… y ciertamente al paisano no le faltaba razón. Daba la sensación de que el volver a la ciudad no nos corría prisa alguna.
Estando en estas Fermín hizo que mirásemos hacia la espadaña de la Ermita, en ese momento ya estaba encendidos los 80 led que conforman la cruz, en ese momento apenas visibles.
Vista esa cruz luminosa desde el cruce del camino queda enfrente de la grande de hierro, todo ello conforma una imagen muy llamativa, entre otras cosas por la sensación de distancia y tamaño.
En navidad la cruz (nos dice Fermín) la sustituían por una estrella de Belén iluminada también, que también diseñó y fabricó en su día Agustín, puesta sobre la misma cruz, dejando esa temporada la cruz sin iluminar, pero desde que él no está ya no se ha vuelto a ver puesta allí ni en ningún otro lugar.
Fermín nos llevó hacia la puerta de la Ermita para contemplar también el alumbrado eléctrico del interior, dos focos orientados hacia el techo, de luz blanca, iluminaban el interior con comedida intensidad, parte de esta luz salía al exterior a través de los cristales amarillos produciendo una iluminación que se suponía de velas.
Una vela grande blanca estaba recién encendida en el altar, Fermín nos contó que desde que Juliana ya no está entre nosotros siempre que viene enciende una vela en su recuerdo, anteriormente lo hacía Agustín que en sus últimos años de la vida de Juliana le prometió que cada vez que fuera por allí le encendería una vela en su recuerdo, ahora le toca hacerlo principalmente a Fermín que es quien más veces va por allí. Juliana fue siempre muy religiosa y devota de San Bartolomé.
Al salir de la Ermita nos deslumbró un pequeño foco situado en el techo del porche y que está orientado hacia la puerta, todo ello con pequeñas placas solares fotovoltaicas independientes. Este foco crea un círculo bastante curioso y llamativo cubriendo la puerta de la Ermita y parte de la fachada donde hay un cartel de agradecimiento a cuantos colaboraron en la construcción de esas instalaciones.
Sin dar ni un paso más, solamente mirando de reojillo vimos una zona levemente iluminada, era el monolito a Polaris. Un foco situado en lo alto de un mástil de cinco metros de altura, en el que además del foco hay una pequeña placa solar y una veleta con un anemómetro es el que se encarga de iluminar el círculo con una iluminación no muy superior a la que produce la luna llena, suficiente como para ver sin problemas a través del espejo y del orificio de la piedra la estrella Polar.
Parece mentira que una cosa tan simple, un monumento tan sencillo y barato produzca una sensación tan extraordinaria como la de mirar por él y ver una estrella al fondo contrastando con un trozo de roca cercana, sin pensarlo te lleva a medir la distancia que les separan.
De vuelta ya otra vez hacia la puerta de la Ermita nos alejamos un poco de la puerta para contemplar mucho mejor la silueta y brillo de la cruz del campanario. En ese momento lucía radiante su brillo de blanco perfecto de 3.000º kelvin; no da reflejos ni brillos por lo que no te cansas de mirarla, como hipnotizado.
Tanto los extremos de la cruz iluminada como el centro brillan un poco más que el resto pues en el diseño Agustín quiso que en ese punto los led estuvieran algo más juntos entre ellos para dar ese puntito de gracia al conjunto. Quedó un diseño muy curioso y atractivo.
El sistema eléctrico consume tan poca energía que en verano es capaz de estar toda la noche luciendo hasta que llega la luz del día y se desconecta.
Ya con oscuridad absoluta dejamos aquel lugar, al comenzar la ruta de vuelta a casa no pudimos por menos que mirar hacia las instalaciones, allí, en lo más alto brillaba imponente la cruz, con su luz de blanco perfecto, como colgada en el cielo, del resto de iluminación apenas si llamaba la atención desde la carreta.
El viaje, la excursión a ese lugar mereció la pena, pasas por esa carretera y no eres consciente de lo que ese paraje y otros semejantes encierran, historia, cultura, tradiciones, hechos y deshechos, mil cosas, la mayoría curiosas e interesantes.
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Agustín y sus cosas. Alcorlopantano.com