Hallowen, ahora y siempre

8 de noviembre de 2022. ¡Como hemos cambiado…” decía la letra de una canción de “Presuntos Implicados” de hace al menos una docena de años. ¡Cómo la vida ha ido transformando nuestra propia vida!, nuestras costumbres, cómo en tan pocos años hemos sido capaces de transformar tanto nuestra propia vida.

Por fortuna a Alcorlo no llegó nunca el  “Hallowen” porque lo emborracharon de agua en el 1982, pero no por ello la fiesta, ¡qué digo la fiesta! ¡El día o la noche de los difuntos! Se vivía de otra manera totalmente diferente a como la sociedad, el sistema impuesto y que nosotros solitos hemos creado, nos ha abocado a vivirla de esta manera, donde al contrario de aquellos años que recuerdo de mi niñez, en vez de recordar a nuestros seres queridos que se marcharon se ha transformado principalmente en una visita OBLIGADA de los mayores al cementerio y de los jóvenes y niños a la fiesta, esa fiesta donde se comienza por el aflojar la cartera al pasar por la máquina registradora de la tienda de disfraces y de los lugares donde disfrutaremos la noche entera de aquellas maneras, luciendo los glúteos tan bonitos que me hace estas mallas ensangrentadas, porque antiguamente esas mismas “mallas” eran medias que encima llevaban una falda hasta la altura mínima de la rodilla, ahora parece que el complemento de la falda no es necesario, incluso si la prenda (que llaman “mallas”) es dos tallas más pequeña de lo que debería ser mejor que mejor porque vamos a lucir y a disfrutar cuanto más podamos.

En aquellos años de la década de los 70 la noche anterior al día de “Todos los santos” o del “Día de los difuntos” en Alcorlo se hacían hogueras, los jóvenes y niños pasábamos varias horas antes de cenar deambulando de un sitio para otro disfrutando de aquel espectáculo de luz y color en la noche ya que en esas fechas los días son muy cortos y las noches demasiado largas y a la vez demasiado frías porque ya lo dice el refrán “En los Santos la nieve en los cantos”, hasta eso ha cambiado, la nieve trata de convertirse en recuerdo de solamente los más mayores.

Después de cenar escuchábamos a nuestros mayores recordar a los suyos al amor de las llamas de las jaras ardiendo debajo de la chimenea, a los que se fueron, a los que se habían ido incluso sin apenas avisar, sin haber vivido esa vida que todos esperamos de llegar a los ochenta años con buena salud y que de siempre, desde el momento de tener conciencia, nos pareció que teníamos asegurada.

Sobre todo las mujeres, madres y/o abuelas se las notaba llorar a sus semejantes desaparecidos para dentro, para no contagiar con sus lágrimas a los nietos ni a nadie pero que a pesar de todo su empeño con su tono de voz no podían engañar ni a ellas mismas.

Historias de apariciones, sombras y ruidos raros por las noches que no eran precisamente de los ratones, presencias, el respeto al lugar del “camposanto” que nadie se acercaba allí por las noches; hoy es cementerio pero antes era camposanto. El cuento que existía en todos los pueblos donde alguien apostó que esa noche no tenía valor para ir hasta la puerta del cementerio y dejar allí clavado un clavo como testigo, para que al día siguiente todo el mundo pudiera dar fe, el cuento continúa que una vez puso el clavo en la pared del cementerio junto a la puerta y trató de alejarse notó que “alguien” le retenía.

Sin atreverse a mirar para atrás, ya que suponía que era algún alma en pena que se la tendría jurada, al parecer se pasó la noche entera suplicándole perdón y que le dejara marchar; lo que no sabía era que con las prisas, el nerviosismo y sobre todo la oscuridad, había sido él mismo que al clavar el clavo lo había hecho atravesando el poncho con el que se protegía del frío quedando de esa manera amarrado a la pared, ya sabemos que el miedo es libre y por la noche todos los gatos son pardos. Con la llegada del alba todo se aclaró y el miedo cedió dando paso al ridículo.

La noche de los difuntos era una noche de reflexión y de recuerdos, sobre todo para las mujeres ya que algunos hombres aprovechando que era víspera de fiesta parte de la noche la pasaban en “la taberna del Pedro” dejando en paz a los muertos y dando guerra a los vivos, teniendo de aliado el anís del Mono, el coñac Terry para los más valientes y para los menos pudientes el vino de la casa en porrón.

Era una noche mágica aún para los críos de mi edad, rondando los nueve años. Recuerdo un año que mi hermana y yo tomamos una calabaza y la cortamos por la mitad, luego le sacamos las pipas que una vez secas servirían como alimento, el resto de la calabaza pasaría a ser comida de los cerdos o las cabras porque no recuerdo ni un solo guiso en la mesa a base de calabaza.

A la calabaza le hicimos solo un corte para que casaran bien las dos piezas, luego le tallamos una dentadura arriba y otra abajo, con dientes triangulares, por donde se escaparía luego la luz de un cabo de vela de aquellas que eran finas y largas que estaban enrolladas como una madeja de lana en una tabla. Un par de agujeros simulando las cuencas de los ojos era toda la obra, era chata porque nariz no tenía.

Nadie estuvo allí presente para decirnos cómo había que cortar la calabaza ni qué cuchillo era el más indicado para tallar la dentadura, ni por supuesto para vigilar que una operación contraria del cuchillo nos pudiera producir un corte en las manos… todo estaba por descubrir a esa edad y cualquier accidente menor se curaba con mercromina y un trozo de “esparatrapo” (esparadrapo le decían los de la ciudad).

Vivíamos en la primera casa de la entrada al pueblo y una vez llegaron las primeras sombras de la noche la colocamos sobre la pared del huerto del Herrero, que quedaba a la altura de la vista y un tanto alejada de la única bombilla de 15 watios de potencia que colgaba de un palo. La obra a cierta distancia era visible y muy llamativa, no recuerdo haber visto esa noche en el pueblo otra calabaza con aspecto de calavera ni con ni sin luces en el interior. Hoy seguramente tendría iluminación led que cambiarían de color constantemente y con músicas o sonidos de ultratumba, todo muy llamativo y sin peligro de cortes ni accidentes por manipulación de utensilios o herramientas por parte de los niños para su fabricación…

Realmente quedó muy bonita, sobre todo muy llamativa, porque el color amarillo de la llama de la vela multiplicaba el color anaranjado de los dientes y labios de la calabaza que, lejos de dar miedo daba la impresión de que se estaba riendo.

Creo que ha quedado claro lo que decía al comienzo del texto “¡Cuánto hemos cambiado!” lo que no estoy tan seguro es si ha sido a mejor…

Habrá faltas de ortografía, comas donde no hacían falta o sobrarán, errores en las frases y demás porque lo escribí según me salió y del tirón…. Gracias por llegar hasta aquí.

NOTAS POSTERIORES:

ALFREDO, un descendiente de Alcorlo comenta esto sobre el origen de la calabaza en Alcorlo y me parece bastante coherente.
«Recuerdo que mi abuelo Andrés también ahuecó una calabaza y le hizo ojos, dientes y tal vez nariz y le puso una vela encendida dentro. En aquella época nunca vi tal cosa en Madrid.
Lo que no comprendo es por qué dicen que esa costumbre viene de Irlanda. No creo que nadie de Alcorlo en los 70 hubiera viajado tanto para copiar esa costumbre aunque es cierto que hubo anteriormente ingleses en La Constante».

MIGUEL  me comenta los orígenes del Hallowen con este texto:

«O Samaín es una fiesta llena de magia y misterio, que entronca con la herencia céltica de Galicia. Te contamos qué hace tan especial a esa noche de difuntos… y porqué no tiene nada que envidiar a Halloween.

¿Qué es O Samaín? O Samaín deriva de la palabra gaélica samhain (literalmente: “fin del verano”) y designa la fiesta celta que conmemora el cambio de estación (del verano al invierno), celebrando con él tanto el final de la cosecha como el último día del año conforme al calendario celta, lo cual tenía lugar la noche del 31 de octubre o “a noite dos calacús” (la noche de las calabazas).

Durante la noche del 31 de octubre al 1 de noviembre se hacía una celebración muy especial que, de hecho, constituía la fiesta celta más importante, lo cual tuvo gran importancia en la Europa pagana anterior al cristianismo.

En el comienzo del Año Nuevo celta se conmemoraba el tránsito de la luz (verano) a la oscuridad (invierno): un momento mágico en el que, por una sola noche, quedaban abiertas las puertas del más allá, lo cual era aprovechado por las almas de los difuntos para visitar el mundo de los vivos. Es esa procesión de espíritus la que daría origen a leyendas típicamente gallegas como la de la Santa Compaña.

Así se celebra O Samaín: Los antiguos druidas desempeñaban un papel muy importante en la fiesta de O Samaín. Y es que esa noche era el mejor momento para realizar ritos adivinatorios sobre aquellas cuestiones que más interesaban a los aldeanos.

Era costumbre que, durante la noche de O Samaín, los druidas recorrieran las casas pidiendo alimentos a sus moradores, a fin de honrar con ellos a las almas de los espíritus que visitaran la aldea durante la noche (¿Os suena de algo?).

En la noche de O Samaín la tradición manda hacer todo lo necesario para ser buenos anfitriones, en caso de que los espíritus decidan visitar nuestra casa. Así, ni se recoge la mesa ni se apaga la chimenea, con el fin de ayudar a los fantasmas a combatir el hambre y el frío.

Ahuyentar a los malos espíritus también es una tarea propia de Samaín. A tal efecto, se tallan calabazas, a las cuales se da la forma de una calavera y se introduce una vela encendida en su interior, a modo de farolillo. Además, los habitantes de las aldeas se disfrazan con pieles y cabezas de animales, con la intención de despistar a estas almas malévolas (Una vez más, ¿no os resulta familiar?).

No hay nada más arriesgado que abrir la puerta de tu casa la noche de O Samaín al oír que alguien la está golpeando desde fuera. Si accedes a hacerlo y se trata de un hada, esta bendecirá tu hogar… pero, si tienes la mala suerte de abrirle a un trasgo (duende) este te dará sobrados motivos para lamentar tu decisión.
Posiblemente los celtas que emigraron a EEUU adaptaron la fiesta a lo que tenían allí».

Un comentario en “Hallowen, ahora y siempre”

  1. Recuerdo que mi abuelo Andrés también ahuecó una calabaza y le hizo ojos, dientes y tal vez nariz y le puso una vela encendida dentro. En aquella época nunca vi tal cosa en Madrid.
    Lo que no comprendo es por qué dicen que esa costumbre viene de Irlanda. No creo que nadie de Alcorlo en los 70 hubiera viajado tanto para copiar esa costumbre aunque es cierto que hubo anteriormente ingleses en La Constante.

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