MAY THE FOURTH BE WITH YOU, (Que la fuerza te acompañe).
Si quieres ver a unos padres hundidos para siempre no hace falta arrebatarles todos sus bienes, solamente con que les quites a su único hijo ya tienen suficiente penitencia de por vida.
Ayer falleció Leticia, estudiante de 25 años, amiga de la familia, este es uno de sus dibujos, una compañera lo depositó en la mesa del tanatorio, después de los siete años de carrera solo hacía unos meses que había encontrado un trabajo digno en la agencia EFE, su primer trabajo.
Siete años de estudios amparados por otras tantas becas que sin ellas no hubiera sido posible ya que pertenecía a una familia de lo más humilde que se puede encontrar.
Aficionada a los libros desde su más tierna edad; alejada de juergas y drogas, sueño dorado de cualquier padre (padres separados desde sus primeros años de vida). Sin exigencias económicas hacia la familia, siempre humilde y modesta adaptando su ritmo de vida a la economía más precaria.
Sin embargo nada de esto sirvió para garantizarle una vida larga y próspera porque cuando ayer se disponía a ir a su trabajo a pocos metros de casa se desvaneció cayendo al suelo cual saco de patatas, perdiendo totalmente el conocimiento víctima de un trombo o infarto. Nada ni nadie pudo hacerse por salvar su vida que pendía de un hilo para una hora después ya estar en “el otro mundo”.
Hoy me llamó su padre, mi primera llamada del día, al principio pensé que era una broma, cosa rara en él pues nunca solía gastarlas, pero entre sollozos y palabras entrecortadas me contaba como podía que había perdido lo único que tenía; «Leticia me ha dejado, mi hija ha muerto, ya no tengo nada…»
En esos primeros instantes hay algo que no terminas de atar, no sabes o quieres entender el mensaje, pero segundos después lo tienes que asumir, asumir que la vida es solo un delgado hilo que en cualquier momento por alguien o por algo se puede romper y perderse; jamás me lo hubiera imaginado, Pablo no se merece eso, ni eso ni mil veces menos pero parece ser que esta vez le tocó a él de pleno; como diría el mismísimo Pablo «al perro flaco le van a parar todas las pulgas».
Pídole a Dios encarecidamente que no me haga pasar por ese trance pues dudo si después merece la pena seguir cada día con ese tormento, el de aguantar ese hierro ardiendo metido en el corazón sin saber ni entender ni siquiera comprender por qué hay que seguir dando las gracias por estar aquí cada día a pesar de ello.
Somos unos peleles en manos del destino. Después del día de hoy y con más fuerza les seguiré recordando a mis hijos en cualquier ocasión: “¡tened cuidado!” ¡como si eso sirviera de algo…! ¿Quién o qué decide cómo y hasta cuando estarás aquí? Preguntas y más preguntas para llegar a la misma respuesta: Quien más sufre es el que se queda.
Todos los padres lo pensamos y pocas veces lo decimos: Te quiero hijo/a aunque como decían mis padres: «algunas cosas no hay porqué decirlas porque ya se ven o se entienden».
Leticia, ¿qué mal le hiciste para no permitirte llegar ni a los 26 años? ¿Qué mal hicieron tus padres para sufrir ese castigo? Siempre la misma e t e r n a pregunta…
Descansa en paz Leticia, ahora que empezabas a recoger los frutos de tu esfuerzo y el de tus padres y familia, sueño dorado de cualquier joven comenzar a trabajar “de lo tuyo”; no te dieron la oportunidad de disfrutarlo, ¡maldita suerte la tuya! Tu padre no levantará ya la cabeza en el resto de sus días pero no será por tu culpa pues no hay duda de que fuiste una buena hija, siendo noble y buena y sin exprimirle ni su tiempo ni el dinero más que lo absolutamente imprescindible, por eso, porque no tuviste la culpa de tu marcha descansarás en paz.
Muchos compañeros de tu trabajo asistieron al funeral, seguro que por mucho tiempo permanecerás en su memoria.
«Que la fuerza te acompañe, Leti» aunque creo que tú precisamente no la necesitas, llegaste alto sin que la suerte de aquí no quisiera acompañarte.
Para los cristianos los hijos son un bien que Dios les presta y por lo tanto les puede arrebatar en cualquier momento por eso ese pasaje de la Biblia donde dice: “El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, bendito sea Dios”.
Escribo aquí intentando aplacar la rabia de esta injusticia que me corroerá por dentro mucho tiempo, una injusticia sin justificación, un suceso, una llamada telefónica que en un instante te cambiará la vida para siempre. ¡Ánimo familia!
Perdón por la extensión del texto; si crees que puede ser interesante no dudes en compartirlo. Gracias.