Uno más, Otro más ¿el último?

Pocos lugares pintorescos me quedaban por descubrir en la provincia de Guadalajara y este era uno de ellos, “Los Frailes del Sotillo”. Recordaré este día en la historia de mi vida como uno de los más gratificantes, a lo largo de la jornada Josemi y yo nos relatamos y recordamos mutuamente algunas aventuras de nuestra larga vida social y laboral, reí más durante este día que en todo el 2018; las fotografías que haríamos no era lo más importante pues con ellas nunca ganaríamos concursos, ni las venderíamos a buen precio, pero el pasar un día en el campo gozando de libertad _la misma que nos arrebataba la esclavitud del trabajo_ del día tan luminoso, de la salud, de la buena compañía de Josemi, siempre tan tranquilo, optimista y de buen humor, eso, todo eso, no tiene precio. Enlace a la galería de fotos. click AQUÍ

Llegar al  pueblo del Sotillo (Guadalajara) no tiene misterio, desde Guadalajara se toma la carretera A2 y a la altura de Almadrones en la salida 107 te desvías hacia la derecha para Mirabueno y Las Inviernas. El pueblo está en una hondonada resguardado de los vientos del norte. Nada más pasar media docena de casitas te recibe la fuente, 6 caños echando agua, en ese momento a toda pastilla.
Ante la duda tomamos la calle de la derecha que nos introdujo en las angostas calles del pueblo, tan estrechas que los espejos retrovisores corrían riesgo de quedarse allí mismo a vivir para siempre, de nuevo volvimos al punto de partida, la fuente; tomamos la otra alternativa, camino de la izquierda con el que bordeamos el pueblo siguiendo el cauce del arroyo provocado por la fuente. Altos chopos beben constantemente de ella así que a lo largo del camino hay multitud de ellos, rectos como velas y altos cual mástiles de veleros, algunos nogales centenarios también se encuentran en ese lugar, el camino está bien para ir con un auto que no sea demasiado exigente.

Como a medio km llegamos a un lugar que parece ser el final del camino pues allí la pista cambia de ambiente totalmente, es mejor seguir a pata, un merendero a la izquierda con aspecto de abandonado y una barbacoa de antaño acompañada de esqueletos de algunos cerezos a los que solo les queda el tronco es lo único que llama la atención, eso y la pequeña placita que parece haber sido preparada como final del trayecto en auto.

Allí cargamos las mochilas y aparejos de fotografía. En mi haber dos mochilas que curiosamente pesé antes de salir y daban como resultado ocho kilos, más el trípode. En el interior Canon 7D, Canon 80D, Tokina 11/16, Nikon 70/210, sigma 18/35 ART, filtros ND y más cosas pensando en que las nubes nos acompañarían cerca del mediodía y por la tarde, y más detalles de los que puedes necesitar en el monte, en fin, la artillería necesaria para hacer frente a cualquier necesidad pues yo al menos no sabía con lo que me iba a encontrar por el camino.

Los Frailes suponíamos que estarían cerca, entendiendo por cerca menos de un kilómetro. Nos enredamos con la fotografía en la primera hoz del barranco con la misma ansia de quien sabe que no habrá un mañana, teníamos mono por fotografiar, el cielo estaba limpio, solo roto por la estela blanca de algún avión muy frecuente en la zona.

Me subí un poco al cerro para hacer una fotografía del pequeño valle y entre las rocas los vi, allí estaban, a lo lejos, mostrando su silueta particular contra un cielo de azul intenso, “Los Frailes del Sotillo”. Aparentemente prometían más de lo que había imaginado.

Antes de meternos encima de ellos comenzamos la primera sesión de fotos tanto a ellos como a nosotros pues ¿por qué no retratarse a uno en plena faena? Dependiendo del nivel del agua del pantano se puede caminar hasta dejarlos detrás o incluso ni siquiera llegar a su altura, esta vez lo pasamos pues el nivel de la presa está al 30 por ciento de su capacidad máxima. A continuación una simulación cuando el embalse está lleno.

Realmente la fotografía “bonita” está al llegar a ellos, vistos desde lejos, luego una vez encima ellos quedan tan altos que no se aprecia bien su silueta. Cuatro “frailes” en perfecta fila parecen mirar a un altar, el resto de frailes quedan por detrás, desordenados y diferentes entre ellos mismos.

Pasamos allí un rato más, que si filtro polarizador contra los reflejos del cielo en el agua, que si mirando al cielo a ver si llegan las nubes prometidas, en ese momento pocas y muy difuminadas, que si por aquí ya lo tenemos visto pues continuar aguas abajo se hace complicado pues las rocas se meten en el agua con sus paredes verticales así que cargamos de nuevo todo lo desperdigado por bolsillos, manos,etc y nos encaminamos hacia el coche pues ya eran las 14:12 y Josemi no está para echar carreras y menos con su mochilón de al menos diez kilos y es que los casharros que lleva son de esos “profesionales” todo grandes y pesados y encima su espalda en gran parte está rígida y llena de chapas y clavos. 

Cruzamos el pueblo del Sotillo sin ver ni sentir un alma, todo parecía estar esperando los puentes de fines de semana y vacaciones, tan solo una vivienda de la entrada parecía estar habitada, las gallinas se removían en el pequeño jardín delante de la puerta.

Una vez llegamos al punto más alto de la carretera donde se puede contemplar el pueblo a tus pies le pedí a Josemi que parase, las Tetas de Viana estaban allí esperando a que las hiciésemos una foto, aunque lejos (30 km) se distinguían bien contra el azul claro del cielo.

Eso no era distancia ni para mi viejo Nikon 70/210 ni para el moderno Sigma 70/200 así que montamos el trípode y probamos los dos objetivos en la 810 A (vaya maquinón), nada que ver en tecnología ni en época ni en precio, (80 euros contra 1200) pero que en calidad óptica o resolución vimos que el más “pobre” ganó al “rico”.

Tanto viento hacía que hubo que buscar refugio detrás de una caseta pues el viento movía el trípode y cuanto había que poder mover en la zona.

Tan solo llevábamos allí unos minutos y las campanas del pueblo comenzaron a sonar; yo al principio no le di importancia pero Josemi (mucho más curtido en esto) me comentó que “sonaban por nosotros”, yo no me lo creía pero las dudas fueron despejadas pocos minutos después cuando al lado de nuestro auto paró una furgoneta con un vecino del pueblo y comenzó el interrogatorio. Resultó que hacía una semana habían desvalijado la primera nave del pueblo y alguna casa, algo muy habitual en nuestros pueblos de la provincia que andan semi abandonados.

Josemi se acercó al señor con su enorme  cámara, objetivo y trípode en la mano y el señor no se acababa de creer el cuento de que “éramos fotógrafos” pues aquello parecía más bien un aparato de esos de “mirar a la luna” que una cámara de fotos pero Josemi (que es muy campechano) no dudó en darle y darle explicaciones y contarle cosas y hasta mostrarle la foto de las “Tetas” en la pantalla, no por convencerle sino porque probablemente nunca había visto nada igual y posiblemente no lo volviera a hacer en su vida.

La idea era ir por la tarde a Pelegrina pues según las previsiones meteorológicas habría grandes nubes a partir del mediodía, la idea era hacer un timelapse de una puesta de sol con el castillo al fondo pero como aún quedaba varias horas hasta el ocaso pensamos en visitar Sigüenza pues tenía pensado desde hacía algún tiempo ir por la zona para posibles fotografías nocturnas.

Paramos en Mirabueno a darle matarile al bocadillo y la fruta, lo hicimos desde el mirador o balcón donde se divisa gran parte del valle del río Dulce; al fondo se divisaba el castillo de Cantalojas, el día con su viento estaba excelente para ver en la distancia. Durante la comida entre bocado y bocado más de lo mismo, anécdotas y risas a toda pastilla, ja ja ja, lástima que el viento era algo molesto. Un gato muy manso de aspecto al «Isidoro» nos acompañó todo el rato mirando con ojos amorosos los bocatas y esperando pacientemente que fuera cayendo un trocito tras otro, salvo el animal y una sola persona que vimos por una calle el resto del pueblo era otro fantasma más de la provincia.

Antes de llegar a Sigüenza nos acercamos hasta la colina del repetidor que hay antes de llegar al pueblo pero…. ¡no! No pintaba bien pues los edificios importantes dan la espalda así que cruzamos el pueblo, las vías del tren y continuamos hasta media ladera, allí encontramos un lugar para parar sin molestar a los demás conductores y con la aplicación SkyGuide consultamos la posición y movimiento de la Vía Láctea a lo largo de los próximos meses dejando la ubicación ya grabada y continuamos viaje hacia no sabíamos bien donde pues las nubes lejos de ir en aumento iban en disminución ¡vaya mierda de previsión meteorológica!

Cerca está Palazuelos, un pueblo que aún se mantiene totalmente amurallado, tiene un castillete sin ninguna forma graciosa por lo que desde el exterior no promete la fotografía, quizás en ambiente nocturno; dimos una vuelta pero ni nos apeamos del auto. De ahí continuamos al siguiente: Carabias, tiene una Iglesia un tanto peculiar, un gran soportal con varias columnas marcadas con “ciertas marcas” que nos dieron que pensar, parece ser que hace poco tiempo un camión bañera de hormigón resbaló con el hielo y fue a parar con la esquina de la Iglesia y soportal provocando que la esquina se viniera abajo, poco más y la Iglesia entera se podía haber derrumbado cual caída de fichas dominó.

En ese momento la idea de Pelegrina ya estaba olvidada tanto por el tiempo por llegar allí como por las nubes que, cada vez más, brillaban por su ausencia, solamente las estelas de los aviones eran la gracia del cielo en ese momento.

Continuamos hacia Imón, las salinas quizás prometían para hacer alguna foto curiosa. Al rato de salir de Carabias y en mitad del campo observé como un perro de tamaño mediano y blanco puro corría con ganas entre la tierra labrada, parecía que huía de algo, sin embargo no había nadie ni nada en las inmediaciones que provocara la estampida, los pueblos estaban lejos, es una imagen que aún me raya la cabeza ¿porqué o de qué huía? ¿Dónde iba? ¿por qué corría? De poder volver atrás en el tiempo hubiésemos parado y observado un rato al animal, puede que estuviera perdido o desorientado y posiblemente acabara víctima de un accidente de tráfico con las consiguientes consecuencias imprevisibles.

Paramos en las lagunas de sal en el punto de “siempre” junto a la puerta del almacén. El aire era frío aunque no fuerte, ideal para “curar jamones” aun así dimos un garbeo entre las piscinas, me hubiera gustado otro ambiente con nubes y sin frío ni prisas pero era lo que había… más fotos click AQUÍ.

Dejamos las salinas y buscamos el bar del pueblo, lo encontramos gracias a mi anterior viaje a dicho pueblo (hace pocos años) que si no hubiera resultado imposible localizarlo ya que parecía otro pueblo fantasma, ni un alma por la calle, ni un movimiento, ni un sonido … ¡nada!

A través de los cristales transparentes de la puerta se apreciaba las piernas de un señor mayor iluminadas por los rayos casi horizontales del sol, empujé la puerta y pasamos. Tan solo dos personas había en la sala, una señora muy delgada y de aspecto muy mayor y un señor, la estufa calentaba bien la estancia y era de agradecer pues yo sentía frio en la calle, demasiado frío para los 15 grados que prometían los meteorólogos.

Comentamos con ellos el problema de los pueblos de Guadalajara, concretamente la ausencia de vecinos, nuestra ruta de ese día y nos interesamos por un castillo que se divisaba sobre una bonita loma a unos 15 km de distancia desde Imón, era el de Riba de Santiuste, cuarto de hora después ya estábamos llegando al lugar.

Nada más dejar el cruce hubo que parar en seco pues el castillo recibía el último rayo de sol de ese día, me adentré en una tierra sin sembrar buscando el mejor encuadre para el castillo y su cerrete pues una fila de chopos impedían su visión desde la carretera así que corriendo (como siempre) hice varias fotos desde varios puntos, al poco llegó a mi lado Josemi, cámara en mano pero el sol ya había desaparecido.

Continuamos la marcha en el auto hacia el pueblo con el fin de dar la vuelta al auto, antes de llegar a las primeras casas, al lado derecho había un señor de aspecto mayor trabajando la tierra, posiblemente su huerto, sombrero, largas barbas muy canosas y rastrillo en la mano,  parecía trasladado en el tiempo o sacado de una película, al escuchar el ruido del auto se incorporó y saludó levantando la mano, yo le devolví el saludo de igual manera, dimos la vuelta allí mismo y nos volvimos para Sigüenza.

Llegamos ya casi de noche, las luces estaban ya encendidas, recorrimos la muralla por fuera del castillo y Josemi, gran conocedor de la historia de esa zona, me contaba anécdotas de la guerra de la independencia contra los franceses en 1808 y sobre el “Pozo de las nieves” de ese lugar, no te cansas de escucharle hablar…

Para hacer un poco de tiempo hasta que llegara la noche y con ella las estrellas dimos un breve paseo por el casco antiguo, yo tiritaba de frío como un perro pequeño, hasta miré debajo del jersey por si se me hubiera olvidado ponerme la camiseta de invierno ese día pues esa era la sensación térmica que sentía.

A las 20:06 comenzamos a hacer la primera fotografía nocturna desde mitad de ladera, lugar que habíamos visto unas horas antes. El frío que yo sentía era insoportable. Después de un par de fotografías y con las prisas me di cuenta de que no me había asegurado el enfoque y por supuesto no estaba en su mejor posición así que de nuevo a comenzar. Las fotografías eran de 30 segundos de exposición pero en la tercera y cuando iban transcurridos veinte y de repente se metió en escena un tractor con más de “mil quinientos focos” instalados a todo su alrededor… bueno, reconozco que mil quinientos no, solo diez o doce pero que molestaban como eso, como mil quinientos, total que me arruinó la fotografía. Después de otras tres exposiciones con diferentes combinaciones de tiempo etc para luego mezclarlas pues la fachada de la Catedral de Sigüenza tiene más iluminación que medio pueblo junto y siempre salía una mancha blancuzca en vez de una pared iluminada.

Ya puestos en el lugar aún podía resistir tres minutos más y cambié el objetivo de 18mm a 11 para abarcar a las tres estrellas más luminosas que había enfrente junto a Sirio, son esas tres que son idénticas en forma, brillo y distancia, es el cinturón de Orión. La casualidad quiso que pasara un avión detrás de otro y como era noche absoluta no viera el tendido eléctrico que había cerca fastidiando la toma así que recogí a “toda pastilla” el equipo y me tiré de cabeza dentro del auto que Josemi ya tenía arrancado y con la calefacción en marcha, la temperatura decía el móvil era de cuatro grados, la sensación térmica de dos, yo hubiera jurado que en ese punto era CERO y lo otro MENOS CUATRO.

Diez minutos después estábamos celebrando el día tan fantástico que pasamos tomando un tentempié en un bar, por el camino seguimos repasando nuestras andanzas por este mundo, técnicas, sociales, laborales, etc y en un santiamén y sin enterarme llegamos a casa, eran las 22:00; pasamos solo doce horas fuera del hogar y me pareció que fueron varios días, eso sí, los zapatos apenas hicieron cuatro kilómetros así que la próxima  vez y deseando que Josemi salga victorioso de su cercana “reparación” y de nuevo volvemos al campo, este día fue Uno más, Otro más ¿el último? ¡nunca se sabe! quizás ahí esté la gracia.

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Agustín y sus cosas.  alcorlopantano.com