INTRODUCCIÓN: A lo largo de su vida mi madre siempre tomó los alimentos con AGUA y mi padre siempre con VINO. (Junio 2022, en modo borrador).
1—La cabra perdida, 2— Las patatas cochineras, 3— Cambio jamón por tocino, 4— La carne de pollo, 5— Los pescados del rio, 6 — La caza, 7 — El cepo y el Manolo, 8— La caza con losa, 9 — El buitre, 10— Los tronchos de las berzas, 11— Los corderos y cabritos.
Este post habla de mis recuerdos sobre la alimentación en Alcorlo en el siglo pasado, recuerdos vividos unos y escuchados otros de boca de los antepasados, todos ellos dignos de ser recordados, para entre otras cosas, valorar los alimentos que hoy tenemos en la mesa y darles su justa importancia.
Hemos llegado a un momento en la vida del ser humano que lo que antes era una cuestión y unos valores prioritarios hoy se han convertido en algo que no le damos la importancia que para mi entender deben de tener, hablo de los ALIMENTOS.
Antiguamente el momento de tomar los alimentos era sagrado, hablo del momento donde toda la familia se reunía alrededor de la mesa; por lo general no había que llamar a ningún miembro de la familia para tal cuestión porque posiblemente las tripas ya llevaban un rato demandando alimento y ansiosos se esperaba que llegara ese momento.
Si antiguamente la vida del ser humano giraba en torno a la alimentación, pues de ello dependía la vida, hoy por hoy parece que eso lo tenemos garantizado y nos preocupa más si tenemos conexión informática para comunicarnos con nuestros “amigos”, (amigos estos que quizás ni tienes el gusto de conocer físicamente) que el tipo de alimento que hoy vamos a ingerir.
Antiguamente los niños tenían que criarse “como los tomates de la vega”, sin coste alguno, si tenemos que comprar abonos y demás, si hay que estar pagando por ello pues… mal vamos, quizá no compense.
Los niños duros, los más duros, los más fuertes, los más resistentes a las enfermedades salían hacia adelante, los demás perecían por selección natural de las especies. ¡Por supuesto que también influía en la supervivencia el que más suerte tenía!, comenzando incluso por el instante de la creación en el que el espermatozoide que más cerca estaba o más suerte tenía en ese momento se convertía en el superviviente, el resto perecerían irremediablemente.
Yo no estuve muy lejos de seguir sus pasos, me refiero al perecer tempranamente, cada invierno padecía de anginas dos o tres veces, hasta que finalmente conseguí erradicarlas de la manera más sencilla, que no fue otra que declararles la guerra con la única arma que tenía, que no era otra que LA PREVENCIÓN y desde entonces llevo ya 22 años sin que ningún antibiótico haya pasado a mi cuerpo.
Siempre fui delgadito, mejor dicho extremadamente delgadito, una vez un familiar lejano que fue al pueblo en voz bajita le comentaba a un pariente mi extrema delgadez, cuando tenía ocho años mi aspecto físico no era algo que pasara desapercibido, tampoco era un estado esquelético pero puedo asegurar que el más delgadito del pueblo sí que era y en vez de llamarme “Agustinito” me llamaban “Agustinillo” porque parece sonar más más a diminutivo.
Rara será la vivienda de hoy que no tenga frigorífico, e incluso también congelador, y por supuesto llenos de alimentos, tanto es así que a veces tengo que tener cuidado al abrir la puerta porque algunos productos “se me tiran a los pies” como queriendo abandonar aquel lugar siempre tan frío, claro que, esto tampoco es la realidad más absoluta porque sin ir más lejos mi amigo Pablo (que ronda los 70 años de edad) hablando de su nevera me dice muchas veces que “como un día se me cuele un ratón allí dentro morirá de hambre” porque siempre la tiene vacía, su poder adquisitivo está como una parte importante de la población española, bajo mínimos, con la paga mínima del gobierno.
De oídas de mis padres y abuelos el momento de la comida era el más sagrado del día, en casa de mis abuelos maternos, (que a la hora de comer eran siete hijos más los padres), no había por ello siete platos con sus siete cubiertos sino que había una UNICA fuente en donde una vez el padre daba comienzo metiendo su cuchara en el plato los demás le seguían, con un ritmo tranquilo y de alguna manera todos iban observando cómo la comida iba desapareciendo del plato, de ahí viene el refrán que dice “oveja que vala, bocado que pierde”.
El menú era sencillo, todos los días el mismo, y dando gracias al de arriba; patatas guisadas por la mañana, cocido madrileño (garbanzos, tocino, patata, etc) al medio día y por la noche judías; al día siguiente lo mismo, ¡ah! Y de segundo lo mismo que del primero y de postre… pues dependiendo de la época del año, en primavera, verano y otoño fruta del tiempo y en los meses de invierno frutos secos como las nueces, castañas, uvas pasas, pipas de calabaza, etc. No debería de tener que aclarar que eso era en los hogares más privilegiados y que no todo el mundo en Alcorlo tomaba alimentos como los mencionados todos los días ni tres veces al día…
A mi tia Damiana (que era la más joven de los hermanos) al parecer le costaba algo de trabajo el alimentarse y su madre le tenía reservado muchas veces un huevo duro, pero de estos casos pocos, también hay un refrán aparente y relacionado para ello: “el que para comer no se mata, para el trabajo patarata”, creo que no necesita explicación y no lo digo por Damiana (que fue una trabajadora nata a lo largo de su vida).
En esto de la alimentación la vida ha dado un vuelco bastante radical en los últimos 70 años con respecto a nuestros días, mi padre en sus últimos años de vida (2008) ya venía anunciando lo bien que vivíamos en España, “¡hay pan tirado por todas partes, en España no hay hambre!” y su razón tenía, algo impensable en aquellos 1934 donde aún caminaba casi a gatas.
Yo recuerdo por los años 70 que a los perros en aquellos años les tirabas un trozo de pan duro y lo pillaban en el aire de un salto, por si al caer al suelo rebotaba y se lo llevaba su compañero que estaba mirando al pan con la misma atención que él. Hoy sin embargo los perritos mascota de mis hijos gastan más en comida cada día que algunos seres humanos.
Hoy tenemos millones de casos (que hemos padecido en nuestras propias carnes como padres, tíos, vecinos etc) de algunos niños inapetentes que se crían a base de potitos, y después de horas y más horas de santa paciencia entreteniéndolos de alguna manera consigues que se tomen el alimento para tratar de sacarlos pá lante. De los casos que conozco de cerca podía escribir medio libro sobre ello, incluido los primeros cinco o seis años de vida de mis hijos.
El primer hijo de mis padres (mi hermano mayor) le llamaron Martín, pero tan solo por 29 días porque falleció por falta de alimentación. Mi madre no tenía leche suficiente para alimentarlo y no había muchos otros medios para sustituir esa leche materna, en el pueblo en esos momentos tampoco había alguna madre amamantando para echarle una mano, dinero para otro tipo de alimentación “cero patatero” por lo que poco a poco fue estando cada día más débil hasta que un día hubo que llamar al médico. Al parecer el niño llevaba unos días tosiendo hasta que un día de aquellos y aprovechando que vieron desde el pueblo que el médico bajaba a hacer las visitas a San Andrés mi padre bajó al cruce de la carretera de ese pueblo para pedirle que fuera a visitar al niño, según palabras de mi madre: “no sé qué inyección le pondría que no acabó de ponérsela cuando al niño se le cayó la cabeza hacia un lado”, y según la mismas palabras de mi madre: “a continuación me dijo el médico: no os preocupéis, pronto tendréis otro” a lo que respondió mi madre: “Sí, estamos aquí para tener hijos todos los meses”…
Terrible mes de Agosto de aquel 1961 donde mi madre perdió en dos semanas a su padre y a su primer hijo y, curiosamente los dos por falta de alimentación, uno porque no quiso y el otro porque no pudo, pues mi abuelo llegó un día que harto de estar como un “inmigrante adoptado viviendo de la caridad” viviendo de casa en casa de cada hijo optó por negarse a comer, llamaron al médico y este les dijo que nada podía hacer por él, si no quería comer ¿qué podía hacer? Esa enfermedad él no podía curarla y así, el 19 de Agosto de 1961, a los 84 años de edad lo enterraban; ocho días después enterraban a su nieto.
En Alcorlo no se conoce que se pasara hambre en extremo en ninguna familia pero no hay duda de que algunas de ellas atravesaron dificultades y no todos los días comieron tres veces, ni dos, y me atrevería a decir que algún día… no tomaron alimentos como tales.
Alcorlo era rico en hortaliza e incluso también en cereal, la comida en casa de mis abuelos por allá en los años 50 se componía de patatas con algo de carne para desayunar, cocido por el medio día y judías por la noche, al día siguiente y si había suerte se repetía el mismo menú; prácticamente era así durante todo el año, se salvaban de ese menú el día de San Bartolomé que matarían alguna cabra vieja (las jóvenes estaban para producir), las rosquillas, y en navidades la matanza del gorrino, eso sí, todo bien medido que el año puede ser muy largo.
Los chorizos, lomos y todo lo que del cerdo se podía conservar en aceite se guardaba hasta la primavera y verano que eran los meses de trabajo físico más duro, luego se acompañaría con los tomates, cebollas, lechugas y demás variedad de la huerta, incluso recuerdo también las ensaladas con atún en conserva, aquellas latas grandes y redondas.
01 — LA CABRA PERDIDA. En Alcorlo las cabras se sacaban a pastar cada día en modo de rebaño común, hubo un tiempo que un paisano se dedicaba a ello por lo que recibiría un sueldo, normalmente en una cantidad de trigo ya que el dinero era casi como las brujas que existir existen (de eso no hay duda) pero ¿Quién les ha visto la cara?… era “El Cabrero”. Luis fue uno de ellos y quizás el único y el último en Alcorlo porque cuando yo ya tenía uso de razón de cabrero cada día iba un vecino diferente, uno o dos, que se asignaban a modo de adra, o sea, dependiendo del número de cabezas de ganado que se poseía la frecuencia de la obligación cambiaba.
Que se perdiera una cabra en el monte ya era algo difícil, son animales que marchan en manada y por instinto y para preservarse de los depredadores caminan más o menos juntas.
Los animales salían por la primera hora de la mañana hacia el campo y volvían ya a última hora del día, a veces ya de noche, cada animal o grupo de ellos conocían bien donde tenían que pararse aunque esto suene a broma esa era la realidad. Al fondo se ve el frontón y el escenario de los músicos, la fecha es cercana al 24 de Agosto, fiesta de San Bartolomé.
Mis padres tenían quince o dieciséis cabras que guardaban en una casa alquilada, por las mañanas antes de sacarlas a pastar había que ir un rato antes a ordeñarlas y a la vez vigilar e incluso ayudar a que las crías mamaran de sus madres, cosas que a veces se negaban hasta el punto de morir, algunos lo achacaban al mal de ojo que, con gran detalle, escribiré en otro apartado porque hay cosas que de no verlas no podrías creerte.
Tal era la memoria de estos animales que en una ocasión apareció una cabra despistada yendo hacia la casa de mis padres y recuerdo bien lo que comentó mi padre en ese momento: “esta cabra viene aquí porque hace años dormía aquí, de no haber sido por ella no sé si tu prima no hubiera fallecido, de esta cabra salió la leche que la sacó pá lante”. Cierto o no, el caso es que mientras nos dirigíamos hacia la casilla de nuestras cabras condujimos al animal hasta su residencia habitual para dormir y allí se quedó.
En una ocasión a mis padres se les perdió una cabra de las que teníamos, no volvió por la noche, el pastor dijo de no haberla echado en falta y al día siguiente mi madre y yo fuimos por los parajes que el pastor y su ganado anduvieron el día anterior.
Cruzamos valles y barrancos y subimos colinas, estuvimos por las “Dehesas de la Bartola”, las “Dehesas cimeras”, por “Mataconejo”, por el “Camino Zarzuela”, etc etc, tres o cuatro horas caminando, todo ello sin demasiado esfuerzo porque en aquel terreno y por lo general no hay valles abruptos. Después de la caminata finalmente no conseguimos localizarla, es posible, porque todo es posible, que la causa no fuera por pérdida en el monte sino porque alguien se adueñara de ella al entrar el grupo de ganado por la tarde/noche al pueblo, como curiosamente alguien me contó hace tan solo unos meses que algún carnicero de otro pueblo aprovechando las fiestas y el tránsito de personal por las calles del pueblo (poco común de esos días), en un momento dado dejaban la furgoneta por donde los animales entraban al pueblo y en un instante una cabra desapareciera de la calle… al parecer era una práctica habitual en aquellos tipos, cosas de las casualidades hicieron que me enterara sin intentarlo durante estas conversaciones o conferencias que hemos llevado a cabo por esa comarca con motivo de la presentación del libro y documental sobre los despoblados de Guadalajara y que me han llevado a conversar con los paisanos, ya mayores, de aquellos pueblos.
Sobre los años 60 sucedió algo similar, había por aquellos entonces alguna familia cargada de hijos y que tenían problemas para alimentar a tantas bocas, es posible que hasta fueran huérfanos de padre, la madre no tuvo otra manera que echar mano de una cabra (que no era de su propiedad) para garantizar que sus hijos comerían al menos durante un tiempo; por supuesto que en un pueblo tan pequeño antes o después todo el mundo se entera pero quizás por falta de pruebas o por caridad no hubo juicio, y es que la necesidad de unos padres por garantizar la salud de sus hijos te obliga a jugártela de verdad.
Un ejemplo que recuerdo haberles escuchados a mis padres sucedió en casa de mis abuelos paternos una noche de invierno.
2 — LAS PATATAS COCHINERAS. Contaba mi abuelo Evaristo que una noche se presentó un vecino en su casa para concretar algún tema, era invierno, en esos momentos mi abuelo Evaristo y mi abuela Ángela estaban al amor de la lumbre en la cocina, era ya después de cenar.
En Alcorlo como en tantos otros pueblos de la sierra la puerta de la calle a pesar de que tenía cerradura y una enorme llave no se cerraba nunca por el día, de hacerlo era por la noche o cuando ya no quedaba nadie por llegar a casa. Las puertas de la calle por lo general se dividían en dos partes, la mitad hacia abajo y la mitad hacia arriba, de tal manera que cualquiera que viniese a visitarte o a preguntarte algo no tenías porqué abrir más que la de arriba, con eso era suficiente, si no había mucha confianza la conversación trascurría con una persona dentro de la casa y la otra en la calle.
Tampoco era una costumbre obligatoria el salir a recibir a las visitas a la puerta de la calle, si había cierta confianza al escucharles cuando llegaban a la puerta con decir: “pasa” era suficiente, igualmente cuando se marchaban, no se les acompañaba hasta la puerta de la casa porque ya conocían el camino y además por lo general las casas eran muy pequeñas y con solo una voz en la entrada de la casa ya se enteraba todo el mundo de que habías llegado.
Cuando acabaron la conversación el vecino visitante se despidió de ellos con un “hasta mañana, que ya me voy a casa”. Era este vecino una persona de edad ya un tanto avanzada, lo malo y para mi desgracia y aunque quisiera mencionarlo no podría porque no recuerdo su nombre”, aunque por proteger su identidad no lo mencionaría. El caso es que mis abuelos se quedaron en la cocina en silencio, mirando cómo ardían los leños, mientras el paisano abandonaba su hogar cuando unos minutos después uno de ellos le miró a la cara al otro y le comentó por lo bajini: “no se ha escuchado cerrar la puerta de la calle”, por lo que mi abuelo (por ser el hombre de la casa, aunque en aquel hogar pintara menos que “La Tomasa en los títeres”) se asomó con precaución a la puerta de la cocina a mirar a ver qué pasaba porque no era lo habitual salir de la casa, de cualquier casa y en invierno sobre todo y no cerrar la puerta tras de sí.
¿Qué había sucedido? ¿Se le había olvidado al paisano cerrar la puerta al marcharse? Pues ¡no! Resultó que al entrar en la casa se fijó que allí, a un lado de la puerta tenía el comedero el gorrino, y por lo que fuera no había acabado su ración de patatas cocidas o quizás eran para el desayuno del día siguiente, el caso es que el paisano cuando se marchó y aprovechando de la confianza que tenía con mis abuelos se paró unos segundos para quitarse la chaqueta y llenar una de las mangas de patatas; claro, el tiempo que le llevó tal operación para él solo fueron “unos segundos” pero la realidad fue diferente ya que se pasaron “minutos” porque como dice la ley de Murphy: “La duración de un minuto depende del lado de la puerta del wáter donde te encuentres”, para el paisano solo pasaron unos segundos cuando en realidad fueron minutos, tiempo que dio lugar a que mi abuelo saliera a interesarse qué le había sucedido a la puerta para no cerrarse.
Como mi abuelo se asomó con sigilo y comprendió la necesidad de aquella persona no hizo nada, se volvió a la lumbre como si nada hubiera pasado. Tengo que aclarar que en Alcorlo, por aquellas fechas los cerdos comían lo que no podían comerse los humanos, las patatas aquellas no eran más grandes que las nueces, no es que no sirvieran para consumo humano ¡es que había que compartir la comida hasta con los cerdos!
Lo bueno de esta historia es que al menos aquel señor, esa noche, comería patatas, eso sí, sin alioli ni pimentón y posiblemente sin aceite, con suerte las acompañara con un poco de pan duro, pero al menos no se pasaría la noche escuchando aullar a los lobos porque el hambre de sus tripas le impidieran dormir.
3 — CAMBIO JAMÓN POR TOCINO: Mi familia, mi hogar, (padre y madre), al matrimonio me refiero, lo considero como matrimonio estándar de Alcorlo, dinero claramente tengo que decir que no había, porque lo poco que aportó mi madre al matrimonio (mi padre fue NADA o casi nada) lo fue enterrando mi padre en el campo comprando abonos para la tierra con la intención de que la cosecha lo compensaría pero no fue así exactamente.
Los abonos minerales (nitrato de Chile) se pusieron de moda allí comercializándose por los años 60. Por si no había poco donde gastar el dinero mi padre cogió la enfermedad de las “fiebres maltas” que lo dejó al borde del precipicio, poco más y no lo cuenta, por lo que para su salvación tuvieron que desprenderse de una barbaridad de dinero de aquella época. Estas “fiebres maltas” (brucelosis) vienen principalmente por tomar leche de cabra sin hervir o por estar en contacto con animales con esa enfermedad, yo mismo a veces la tomé pues “la ignorancia es la madre de todos los males”.
Este contratiempo hizo que los pocos ahorros que tenían mis padres se fueran a casa del boticario de Cogolludo a cambio de unas inyecciones de antibióticos, otra cosa no se podía hacer.
Mis padres en las nochebuenas solían matar un cerdo, creo recordar que incluso dos, yo no recuerdo este episodio pero sería por el año 1965 cuando en una ocasión que apareció por allí un “tratante” de esos que te cambiaban los jamones del gorrino por tocino, en relación CUATRO a UNO, o sea, lo que pesaran los jamones se convertían en cuatro veces el peso, pero en tocino, eso sí, aquel tocino tenía vetas rosadas y sabía a “ostias benditas”, o sea, el tocino pata negra de los de hoy, no como ese otro más barato que solo “mana” aceite de él, aquel se pegaba al cuchillo y era suave, mejor estaba aquel tocino que el jamón de baja calidad que de vez en cuando se me ocurre comprar por aquello de “comer jamón” porque de algo hay que alimentarse.
Durante aquellos más de trece años que viví en Alcorlo no puedo decir que pasara hambre NUNCA, pero en mis recuerdos leo que la comida no se tiraba y el perro que teníamos si le echabas un trozo de pan a la boca, antes de llegar a ella el animal ya estaba tomándolo por el aire, quiero decir con esto que el perro tampoco estaba gordo, más bien aclararé que en Alcorlo no había perros gordos, sin embargo “EL Manolo” estaba fuerte, yo, con seis o siete años me subía sobre sus lomos a caballito y el animal era capaz de dar algunos pasitos.
4— LA CARNE DE POLLO. Mi padre era cazador, principalmente utilizaba la escopeta pero también utilizaba otras artes más ideales para ello, para evitar gastar dinero en munición o hacer ruido con el disparo y ahuyentar y poner en aviso a la caza. Aunque más de la mitad del año la caza menor está prohibida (porque los animales del campo tienen que reproducirse) no faltaba carne en las patatas o en el cocido, tampoco la pesca del rio que era otro complemento alimenticio importante para la salud, por lo general barbos y bogas, tan abundantes en el Bornova o sardinas del pescadero de Jadraque pero aun así cuento esto porque me parece increíble que se pueda creer al leerlo hoy.
Estando yo una tarde sobre las compuertas de la presa de electricidad jugando con otros críos se presentó mi hermana para que fuera a casa a merendar porque mi madre había comprado ¡un pollo! y lo había frito… ¡un pollo! Un pollo frito era un plato exquisito… como hoy si tu vecino te invita a una ración de gambas a la plancha o langostinos… cada vez que lo pienso… un pollo hoy es la comida más básica y barata que hay… ¡un pollo frito!… ¡con qué poco te bastaba para ser feliz! Claro, seguramente “aquel pollo” tampoco era como los de hoy…
5 — LOS PESCADOS DEL RIO. Alcorlo tenía un buen rio pesquero, ¿por qué? Principalmente por dos motivos, uno porque tenía suficiente caudal para que los peces vivieran y se reprodujeran en él. El Bornova en aquel lugar no era como esos otros ríos de la sierra que casi se pueden llamar arroyos, como el Pelagallinas o el Rihondo, ambos afluentes de él, era un rio bastante caudaloso; en alguna ocasión vi en verano como las aguas del Riohondo no llegaban a juntarse con las del Bornoba, se quedaban en las huertas de la vega del “Verduzal”.
Otro motivo por el que el Bornova tenía mucho pescado es porque en la primavera, fecha de la reproducción de los peces de rio, lo que se conoce como “desove”, los peces suben rio arriba buscando aguas más limpias y eso hacía que en los meses de finales de abril todo el ríos se pusiera lleno de pesca, pesca que a lo largo del año íbamos mermando a base de redes, cañas e incluso a mano en los meses de verano.
El gran peligro de los pescados del rio, como la trucha o los barbos, eran las espinas, tenían una fila de espinas grandes que forman la columna vertebral pero luego tenían otras filas de espinas finísimas por la pate del lomo (una a cada lado de la principal) que esas sí que eran realmente un problema con ellas, sobre todo si no se conocía bien la anatomía de ese animal y por lo tanto que estaban allí.
Mi madre tenía bastante aprensión de tomarlos, no vivía en el momento de tomar como alimento los “peces del rio” no ya por ella sino por la salud de sus hijos; siempre estaba con el miedo presente de que se nos clavase una espina en la garganta y tuviésemos un gran problema y aunque en el pueblo nunca se conoció desgracia personal por un incidente de esa categoría el miedo no se lo quitaba nadie y al más mínimo indicio ya se había levantado de la silla como si hubiera sido impulsada por un resorte.
En una ocasión mi padre y yo pescamos una enorme trucha, era tan grande que mi padre la pasó por la romana, quizás fueran dos kilogramos y medio de animal, para mi padre fue un momento de felicidad, un buen logro, sin embargo mi madre no mostró ningún signo de felicidad, la troceó en rodajas, la pasó por la sartén y chimpún. Cierto es que toda la pesca de ese rio tenía un sabor especial, nada como la pesca del rio Henares, las truchas sabían realmente buenas no como las que ahora podemos comprar en el hiper, ¡nada que ver!
El rio hondo (El Riohondo) es un afluente del Bornova, sus aguas son mucho más finas que las del Bornova, cuando en la primavera subían los primeros barbos al desove su carne era un tanto basta pero cuando ya llevaban nadando por aquellas aguas durante un par de semanas su carne se convertía en algo similar a las truchas de criadero de hoy.
En el aspecto de la alimentación creo que la pesca que tomamos allí durante aquella primera etapa de la vida sería importante para nuestra salud aunque se tratara de barbos, luinas y truchas, no en todos los pueblos ni en todos los hogares de Alcorlo tenían ese privilegio a la hora de alimentarse, a veces pescábamos de sobra y lo regalábamos a algunos vecinos o incluso se lo vendíamos a otros que no tenían la capacidad de pescar.
6— EL JUDIITAS: Así le apodaban al conductor de aquel camión que cada año y en un par de viajes se llevaba a Madrid el excedente de judías de las vegas de Alcorlo.
Las judías de Alcorlo tenían buena fama, tanto era así que las de la variedad “fabada” en Madrid se vendían como oriundas de León, lugar donde esa variedad es la reina. Al finalizar el verano se pasaba de recolectar el cereal a recolectar las hortalizas y legumbres. Como en general había excedencia de cosecha para el consumo familiar, durante los últimos años de Alcorlo mi padre se encargó de organizar la preparación de la carga del camión que se las llevaría a distribuirlas principalmente por Madrid.
Mi padre se llevaba una comisión por tal labor, se encargaba de organizar la carga teniendo en cuenta cuantos vecinos venderían y qué cantidad aproximada. El día X se presentaba allí un señor (que era el jefe) y dos operarios más para preparar el viaje. El precio estaba más o menos ajustado pero siempre había algún centimillo que arañar bien por parte del comprador o vendedor ya que no era aquel el único comprador que pasaba por allí en esas temporadas.
Recuerdo un año, creo que el último, que los precios no eran los esperados por los paisanos de Alcorlo y cuando comenzaron a ajustar las primeras ventas algunos propietarios se negaron a dar su producto por semejante precio; el comprador hacía cábalas para ver de qué manera podía llevarse el producto de la mejor manera económica posible para él y se le ocurrió la siguiente artimaña: En todas las viviendas las judías estaban ya bien limpias y envasadas en sacos, lo único que faltaba era pasarlas por la romana y echar cuentas; una vez que el saco de judías estaba sobre la romana el comprador (con la excusa de que no se veía bien el peso exacto por falta de luz), romana en mano se acercaba hacia la puerta de la vivienda y por el camino con el dedo movía la pesa de referencia que decía el peso, de esa manera restaba algunos kg al peso real.
Algunos paisanos que no habían tenido la posibilidad de pesar su producto con antelación y pensando en la honradez del ser humano (totalmente inexistente en la mayoría de los casos) la treta del comprador le salió bien y les timaron con el peso, pero a otros no les cuadraba el peso y hacían que se volviera a pesar ante la incredulidad de ver que sus judías habían adelgazado mucho en muy pocos días.
Yo, que en aquellas fechas tenía once o doce años y al ver aquella trampa tan descarada no me lo podía creer, yo, que mi religión me hacía creer en la honestidad del ser humano y estaba viendo cómo hasta que mi padre era cómplice del robo, me parecía algo increíble, cosas de película, por lo que en la siguiente vivienda esperaba ansioso para ver cuánto tardaban los paisanos en descubrir el truco del peso o si eran capaces de ver cómo les engañaban como a niños por ser humildes y honestos.
Una vez contado este episodio vergonzoso relataré un hecho sobre la alimentación (que es de lo que trata este post) relacionada con estos individuos que “iban a Alcorlo a por las judías”, me da vergüenza ajena el recordarlo.
Al conductor del camión le apodaban el “Judiitas”, apenas recuerdo mucho de su aspecto, de mediana edad y complexión normal, parecía amable y educado y según mi padre era muy católico, creía en un Dios que vigilaba sus actos y cuando se disponía a tomar alimentos siempre reservaba una parte de ellos sin tomarlos, por ejemplo, si tomaba un plátano dejaba un trozo de él y lo arrojaba lejos de él hacia un lado, “eso era para darle gracias a su Dios por esos alimentos que le permitía tomar”. El otro compañero era algo más mayor y quizás por su edad era más serio, no tan amigable.
Ese día que se presentaban allí a cargar el camión de judías tenían que alimentarse porque la faena les llevaba todo el día, así que al medio día le encargaban a mi madre que les hiciera la comida, supongo que esa faena ya iba incluida dentro de lo que mi padre cobraría por el encargo de reservar todo aquel camión o incluso dos camiones de judías y aquel día le encargaron que para comer tomarían cabrito, así que mi madre marchó hasta la carnicería a por lo que les pidieran, medio cabrito o quizás uno entero.
¡No, no, no! No pienses que ese día en casa todos los miembros de la familia comeríamos cabrito, en la mesa que había una fuente llena de cabrito frito solo se sentaron los tres individuos de las judías y mi padre, mi madre y sus dos hijos comimos una vez acabaron ellos, pero como no dejaron ni las sobras podía decir que mi hermana y yo NO PROBAMOS el cabrito, como tampoco lo hizo mi madre, pero no fue así exactamente porque para que el demonio no enrede lo voy a contar con detalle tal cual pasó.
Mientras mi madre estaba pasando por la sartén aquel manjar y como no le cabía todo el material en la misma fritura (pues le llevó un rato) mi hermana y yo revoloteábamos por la cocina con aquel olorcillo a carne que según olía debía saber a gloria celestial pero ni una tajada se le ocurrió a mi madre darnos, por si la echaban en falta, ¡buena era mi madre para eso, antes se quedaba sin comer a que alguien la tachara de ladrona!
En el mismísimo momento en que mi madre desapareció de la cocina y nos dejara allí al cuidado de que algún gato entrara y se llevara alguna tajada, mi hermana y yo nos miramos a los ojos y en ese instante lo vimos claro, en cuanto el culo de mi madre desapareció por el quicio de la puerta de la cocina mi hermana y yo tomamos una tajada ella y otra yo y salimos de allí cual gatos escalera arriba hacia la planta superior, allí, al final de la escalera dimos buena cuenta de aquel bocado tan exquisito que nos cayó del cielo; tendría yo unos ocho años.
Creo que en los 52 años siguientes no recuerdo haber tomado alimento alguno tan exquisito y con tanto gusto como aquel, o al menos que apreciara tanto, exquisito a más no poder. Finalmente aquel día TODOS probamos el cabrito, unos más que otros ¡claro! Hasta el perro “Manolo” también participó dándose un buen festín con los huesos del animal. Cuando digo “todos” no puedo asegurar que mi madre también lo hiciera… si hubiera estado envenenado lo hubiésemos sabido, jajajja.
Después de leer el episodio del cabrito te habrás quedado juzgando a mi padre por el hecho de que su esposa e hijos no participaran en aquella comida, cierto es que estuvo mal, muy mal, yo hoy como padre si hubiera tenido que elegir quien se quedaría mirando en vez de comiendo aquel manjar no hubiera dudado y hubiera sido yo pero la educación y la tradición de aquellas fechas dejaron pocas dudas, sobre todo sumado a la avaricia y egoísmo de aquel comprador y vendedor de legumbres. También estoy seguro que mi padre tampoco insistiría mucho o quizás ni lo propuso en que todos participásemos porque sabía que sus hijos y esposa ese día comerían, sí, pero a todos nos gusta comer de lo bueno, hoy en día sería impensable que eso pudiera suceder como sucedió aquel día.
En cuestión de preferencias y a pesar de mi corta edad (viví en Alcorlo hasta los 13 años) sí me di cuenta muchas veces que en la mesa “El Padre” tenía preferencia en la comida, la esposa se quedaba en el escalón inferior y en cierto modo era algo natural, la esposa pretendía y asumía que el marido estuviera bien alimentado y fuerte físicamente porque se le suponía era el puntal más fuerte de la casa, de su salud y vitalidad podía depender el resto de la familia, por eso repito, que esa reacción en mi padre o esa actitud era bien vista por la sociedad de aquel momento, al menos en Alcorlo.
6 — LA CAZA. En Alcorlo al igual que en los demás pueblos de aquella comarca se metía en la cazuela cualquier animal que se terciara ya que por lo general todos (a excepción de los sapos y alguna especie de culebra) lo demás no tenía amparo si podía acabar en la olla; entre otros animales que he comido estos son los que a golpe de pronto recuerdo: ranas, hurones, peces del rio, lagartos, conejos, liebres, palomas, perdices, gorriones y alguna que otra especie de animal que no recuerdo.
Desde que pode caminar siguiendo a mi padre por el campo mil veces le acompañaría en las cacerías, tanto de día como de noche, aún recuerdo noches sin luna caminar por la orilla del rio y ver en la oscuridad más absoluta cómo saltaban chispas cuando dos cantos se golpeaban al caminar sobre ellos.
No se trataba de ir al monte y volver con veinte conejos y doce perdices sino de ir a por uno o en el mejor de los casos una pareja de piezas, quizás de perdices, liebres o conejos.
En una ocasión estábamos por la zona de “Las Palomeras”, cerca de la linde con Hiendelaencina, por allí aún quedaban restos de construcciones de pozos y galerías de minas de plata del siglo anterior, cuando de repente apareció un conejo corriendo y se metió en un agujero entre unas piedras.
El agujero no tendría más de dos palmos de anchura, la entrada la formaban unas lajas de piedra clavadas verticalmente sobre el suelo, las quitamos de allí sin mucho esfuerzo y pronto apareció lo que en su día fue una galería subterránea paralela al suelo, poco profunda, de no más de quince metros de longitud y como mucho de metro y medio de altura; recuerdo bien que dentro se podía estar casi de pie derecho.
Como en aquellas fechas no se solía llevar linterna (ni teléfono móvil de los de hoy que todos llevan una pequeña linterna) mi padre encendió una cerilla, entre otras cosas para ver si el conejo se encontraba por allí o se había marchado por otra salida.
Antes de llegar al final de la galería vimos que el conejo estaba allí, hecho una bolita, totalmente asustado como no podía ser de otra manera, así que mi padre me dijo que saliésemos a la calle a por la solución para capturar aquel conejo sin disparar un tiro.
Al poco volvió mi padre con una vara de zarza más gruesa que un lapicero y llena de púas, vamos, lo normal en una rama de zarza. Volvimos a entrar en la galería en busca del conejo con la única arma que era la vara, el animal como no tenía escapatoria hacia la salida permaneció allí agazapado. Cuando llegamos ya al alcance de la vara mi padre hizo como para pegarle un palo con la vara, lo que trataba era de que las espinas de la vara de zarza se clavaran en la piel del animal, acto seguido rotaria la vara sobre sí misma para hacer que el resto de piel se enroscara en la vara, semejante a cuando se hace un rizo en el pelo.
La cosa no salió mal porque al momento el conejo estaba enganchado en la vara pero comenzó a moverse rápidamente en aquella estrechez de lugar y consiguió deshacerse de la garra de la zarza y por entre nuestras piernas desapareció por la abertura de la galería por la que entramos; la idea fue buena, no era la primera vez que mi padre utilizaba esa técnica para cazar pero esta vez salió mal para nosotros y bien para el conejo aunque se fuera molesto por los pinchazos.
7 — EL CEPO Y EL MANOLO. Estando otra tarde ya cerca de la puesta de sol por aquellos mismos parajes nos dispusimos a plantar uno o dos cepos zorreros con la intención de pillar algún conejo o aunque más difícil liebre, aquella tarde nos acompañaba Antonio, quizás el amigo de mi padre más fiel y a la vez compañero de aventuras, muy aficionado también a la caza y al campo, infinidad de veces recuerdo su persona con nostalgia y pena… buena persona… muy noble y honrado.
Yo tendría unos nueve años y la caza no me interesaba tanto como jugar con el perro Manolo por lo que como ya había visto otras veces la técnica de poner cepos (que también tiene su miga) me dediqué a corretear con el perro.
Sin ni siquiera alejarnos del lugar, mientras mi padre instalaba el segundo cepo, el Manolo pronto cayó presa en el cepo primero, el perro Manolo había metido la pata y se la había pillado el cepo. Claro, yo tenía precaución de no pisar allí pero no controlé que el perro con mis juegos correría por aquel punto donde ya estaba el cepo preparado y enterrado. El perro comenzó a chillar y yo creo que no hubo animal a medio kilómetro de distancia que no se enterara del percance, y yo creo que por esa causa al día siguiente cuando a primera hora del día fuimos a ver si había presa en el cepo el campo estaba limpio de animales, no vimos nada de nada.
No recuerdo que le hiciera herida al animal aunque ahora que lo pienso bien le podía haber roto el hueso de la pata porque aunque no era brutal la fuerza de la mordaza del cepo sí era como para prestarle atención si metes el pie allí; en mi inconsciencia de crio no caí en la cuenta de lo que podía pasar y mi padre y Antonio estaban más pendientes del lugar donde pondrían el segundo cepo y las posibilidades de tener éxito que de mi inconsciencia.
8 — LA CAZA CON LOSA. Existe una técnica para cazar tanto perdices como cualquier otro animal de ese tamaño que camine o repte con la sola disposición de poner una losa o laja de piedra en su camino. Losa o Laja son términos para definir una piedra de tamaño plano semejante a una tabla. En este caso con una losa de tamaño de dos palmos es suficiente para capturar presas del tamaño de una perdiz o conejo.
La técnica es la siguiente: Sobre un lugar donde habitan perdices, eligiendo un caminito o lugar donde se dan baños de arena, se instala la trampa. Consiste en poner la losa en posición vertical como a 45 grados de inclinación, y la técnica consiste en eso, sujetarla de tal manera que con tan solo tres palitos se mantiene pina pero en cuanto algo “pisa” el disparador o palito de abajo (que se encuentra situado a la altura del suelo) la piedra cae con su peso aplastando o bloqueando al animal. Si el caso es para la perdiz conviene hacer un hoyo debajo porque se han dado casos de que la caída de la piedra con su peso ni mató al animal ni lo retuvo allí y consiguió escapar, de esa manera, estando ya parte del cuerpo dentro del hoyo es posible que el animal no muriera por aplastamiento pero al menos la encuentras capturada.
No tendría yo más de seis años cuando una tarde mi padre me dijo que me fuera con él a revisar unas “losas” que había puesto para cazar perdices por “La Casa del Val”. Tengo que aclarar que cuando tu padre te decía “vente conmigo” no te estaba preguntando si querías o no acompañarle, eso estaba claro, pero a pesar de todo ese día le dije que no quería ir, que quería ver la película del oeste que ponían esa tarde en la televisión del bar del Pedro, recuerdo que era sábado.
Por aquellas fechas la tv hacia muy poquito que había tenido su llegada a Alcorlo y por lo tanto era la única que veíamos, me dice Ángel (hijo del Pedro y dueño del bar) que era 1968, por lo que yo contaba seis años de edad. Luego, hace pocos años me enteré de que el gobierno de entonces regaló a cada Ayuntamiento de cada pueblo una televisión para que todo el mundo conociera “un poco del mundo” que había más allá de las montañas de su pueblo, personalmente creo que eso no le importaba mucho al régimen del momento, creo que la intención era tener controlado al pueblo con el contenido de la tv como son los informativos o cualquier otro tipo de programación que por supuesto era favorable al régimen político del momento.
El caso es que aquella tarde (que aún no he olvidado pero sí perdonado a mi padre por ello, porque su intención era pasarme los conocimientos que él había adquirido a lo largo de su vida por si alguna vez necesitara de ellos) me marché con él muy a mi pesar.
Hasta el lugar fuimos caminando durante media hora si no fue más, a mí me pareció ir como “al más allá”, creo que era la primera vez que me alejaba tanto del hogar, la tarde estaba buenísima, es posible que fuera septiembre; llegamos hasta aquel alto desde donde se vislumbraba Alcorlo a lo lejos, tan a lo lejos que me parecía estar ya en otro pueblo pero en vez de disfrutar de aquel momento con mi padre y de su intención de enseñarme a cazar, mi pensamiento seguía rondando con el Oeste americano y aquellos hombres que ponían orden a base de disparos, ¡eran mis héroes y yo de mayor quería ser como ellos!
9 — EL BUITRE. Esto me lo contó un señor ya mayor vecino del pueblo de Robledo de Corpes, compañero de trabajo durante varios años y que tiene que ver con la alimentación. Recordába así Hilario aquellos años de joven y la falta de alimento donde si podían hacían uso de ese refrán que dice “ave que vuela, a la cazuela” lo hacían.
Pasaba el año 1950 aproximadamente. Resulta que había una nevada importante, varios días llevaban con los campos bien blancos cuando en los cielos hizo aparición un buitre. En la zona del congosto de Alcorlo, justo en el lugar que hoy se halla construida la presa, allí mi padre ha visto buitres muchas veces, incluso al parecer llegaban a anidar allí pero en mis años en Alcorlo ya no eran frecuentes, de hecho no recuerdo haber visto nunca ninguno.
Llegó un momento en el que el buitre, más bien creo que por falta de fuerzas que por otra causa, se posó en los alrededores del pueblo, entiendo que con el fin de descansar o de buscar algo de alimento o quizás se encontrara enfermo.
De todos es conocido que ese tipo de ave no suele llevarse al puchero porque deben tener esos animales una carne poco agradable de tomar, el caso es que o bien por necesidad o por curiosidad buscaron en el pueblo a alguien que tuviera una escopeta para darle matarile.
Hilario me decía: “dos días o más tuvimos que tener la carne de aquel bicho cociendo sin parar porque estaba tan duro que no había manera de hincarle el diente, pero finalmente nos lo comimos, sí, nos lo comimos”. Cuento esto para que nos hagamos una idea de lo que realmente es echar mano a los alimentos que la naturaleza nos brinda con los peligros en este caso de que, por ejemplo, el animal estuviera enfermo; bueno, al menos se dieron una comilona y reservaron la alimentación destinada para ese día para otra ocasión.
10 — LOS TRONCHOS DE LAS VERZAS. Además de la comida tradicional, los críos especialmente, también tomábamos frutas, brotes, semillas y multitud de plantas que con frecuencia encontrábamos solo con salir un poco del pueblo y que voy a mencionar algunos que recuerdo y que con frecuencia sigo tomando hoy cuando los encuentro por el campo.
Fresas silvestres. En Alcorlo no conocí (salvo en los últimos años) otras fresas que las que se criaban en la zona de “los callejones”, había allí una pradera muy apropiada para ello, eran muy pequeñitas, del tamaño de garbanzos pero tenían un sabor estupendo.
Los pámpanos o tallos de la parra, en primavera, por el mes de abril las parras comienzan a echar largos tallos, antes de que se pongan duros tienen un buen comer, los comparo con los espárragos trigueros.
Las moras de zarza, ni que decir tiene que para los que las conocimos de niños a finales de agosto cuando te topas con un zarzal de ricas moras no puedes evitar darte un buen hartón.
Las bellotas, hace unos años mis hijos me vieron comiendo una bellota (como si fuera una cabra, jajajaja) y se quedaron extrañadísimos, ni sabían que esos frutos secos o no tan secos eran comestibles también por los humanos. En el término de Alcorlo por lo general no había apenas carrascas o encinas, no como hoy que ya las hay grandes por cualquier parte, para conseguir un puñado de bellotas había que ir hasta “El carrascal de la Toba”, un lugar ya lindando con dicho pueblo.
No quiero decir con ello que todas las carrascas de aquel lugar eran del otro pueblo sino que al ir la linde de los pueblos por aquel terreno muchos árboles de aquel carrascal pertenecían a Alcorlo y sus vecinos, pero aun así recuerdo a mi madre contarme que en una ocasión (ella de jovenzuela) había ido a aquel paraje acompañada de una amiga a por una alforja de bellotas y cuando estaban subidas sobre la carrasca vieron acercarse a un señor que no era de su pueblo; cuando lo divisaron ya era tarde para descolgarse del árbol y tener que dar explicaciones y quizás hasta pagar alguna multa así que se quedaron inmóviles y sin pestañear sobre el árbol hasta que el peligro desapareció caminando a lo lejos y es que, según mi madre, algunas carrascas daban las bellotas más dulces que otras y de año en año ya conocían qué árboles interesaban más que otros.
En la época de la Navidad, en los aguinaldos, daban un puñado de bellotas porque nueces hubiera sido un lujo ya que eran escasos los nogales que había en Alcorlo, tan solo recuerdo que hubiera DOS de ellos, eran de tamaño impresionante, estaban en la “Vega de Abajo”. Existía una “ley” en Alcorlo sobre los nogales y era que en la época de recogida de las nueces estaba “prohibido” pararte debajo del árbol, se entendía que nadie podía impedirte pasar por allí pero si te paraba es que estaban recogiendo sus frutos y eso estaba reservado para el dueño y como el campo “tiene ojos” no faltaría nadie que a lo lejos te vigilara… leyes del campo.
Los quesitos: Existe una planta de flores violetas (puede que sea la malva) que cuando se cierra la flor y se caen los pétalos al poco tiempo cria una especie de bolita semejante a un pan diminuto, del tamaño de un guisante; creo recordar que los llamábamos “pan y quesitos” tenían un sabor muy agradable y aunque no eran para mantenerte con ello sí que nos entreteníamos un rato degustándolos.
Los garbanzos verdes: si hay algo que de verdad me gustan son los garbanzos antes de ponerse duros, ni guisantes ni nada ¡garbanzos! Eso sí, los tienes que pasar por lavarlos primero porque las cápsulas donde se crian tienen una especie de salitre que te ponen los labios fatal.
Los berros: Al parecer es un alimento riquísimo en muchas vitaminas pero como no se puede comercializar fácilmente queda reservado a quienes viven en pueblos o lugares de riachuelos… ¡Cuánto os echo de menos! ¡Déjate de lechugas ni mierdas de eso que no saben a nada!
Las manzanillas de los espinos. El fruto de los espinos es una bolita roja del tamaño de un escarambujo, es como una manzanita diminuta no mayor que el hueso de una aceituna, en otoño/invierno se encuentra fácilmente y no hay año que no las pruebe…
Me contaba mi padre que una tarde de caza, ya volviendo al pueblo casi de noche, venían él y su primo Víctor, traían tanto hambre que en un “piazo” que estaba sembrado de berzas, que había en la vega de arriba antes de llegar al pueblo, no pudieron por menos que cortar varios “tronchos” y comérselos como si fueran zanahorias ¡y ya lo creo que tenían mejor comer que las propias zanahorias!”
11 — LOS CORDEROS Y CABRITOS ATADOS DE PIES Y PATAS EN LA PLAZA: Si hay algo que me entristece de verdad cuando recuerdo la vida en Alcorlo es aquellos días en los que en la plaza del pueblo se agrupaban multitud de cabritos y corderos atados sus cuatro patas en el mismo punto con un trozo de cuerda; acostados de lado en el suelo, todos allí gritando, no puedo decir que llamando a sus madres aunque no pueda asegurar que así no fuera…
Algunos de ellos yo me había encargado de darles de comer cuando eran recién nacidos y tenían dificultades para alimentarse; cada mañana antes de ir a la escuela había ido a ayudarles a que mamaran… ¡qué imagen más dramática! ¡Qué sonidos más penetrantes! Los había visto crecer y por ello y con mi ayuda se habían hecho grandes y por ello ahora su vida se acabaría unas horas después sin llegar a completar su ciclo de vida de animal adulto… Era la vida y así te la estaban enseñado, el tener animales era para conseguir dinero con ellos no para ser mascotas y cogerles cariño, sin embargo hay una delgada línea que separa los dos conceptos.
Solían venir de Jadraque o Cogolludo de vez en cuando a por los cabritos y corderos para emplearlos de menú en sus restaurantes.
La mujer en el mundo rural. No quiero generalizar con el género masculino/femenino pero esto sucedió tal cual como a lo largo de la vida mi madre alguna que otra vez, sobre todo cuando hablaba de la salud, me lo recordaba, eso sí, sin reproches más de los necesarios hacia mi padre.
Me contaba que un día llegó el carnicero al pueblo y mi padre se encontraba en la vega o de viaje y mi madre aprovechó la visita de ese día del carnicero para venderle unos cabritos y así lo hizo; normalmente en mi casa ese tipo de operaciones (salieran bien o mal) las realizaba siempre mi padre.
Ese día el carnicero se lio a comprar animales y se quedó sin dinero para pagar todas las compras por lo que no le dio lugar a pagar el importe de los cabritos a todo el mundo, entre otros a mi madre y como había cierta confianza con él quedaron en que en breve volvería y abonaría lo suyo.
El carnicero este viajaba con una moto, una derbi modelo “Antorcha”, lo sé bien porque años después yo tuve esa misma moto y creo recordar que al llegar a Jadraque volvería o mandaría a un camión a por la mercancía, no lo recuerdo, aunque también fuera posible que el camión llegara al pueblo y se marchara a la vez que él.
Total que justo cuando el carnicero se marchaba del pueblo llegó mi padre a casa y mi madre le contó la operación de la venta.
Mi padre en vez de aceptar que la operación había sido buena y correcta se puso en el lado contrario y al verse sin el dinero de los cabritos y ni siquiera un papel donde dijera que “el carnicero tal y tal le debe tantas pesetas por la compra de tantos cabritos” comenzó a discutir con mi madre sobre el tema de que si cobrarían o no ese dinero que tanto necesitaban así que mi madre al ver que el carnicero aún no había llegado al cruce de San Andrés tomó corriendo el camino del “Vallejo” para salir a su encuentro en la carretera.
Todo ese trayecto de casi un km mi madre se lo hizo corriendo, sí, eso no es nada para una persona de cuarenta años que está un tanto entrenada pero cuando ves que tu operación se puede ir al garete por tan solo unos segundos que llegues tarde no te paras ni a respirar.
Lo bueno es que antes de que el carnicero llegara a la altura donde hoy se encuentra la Ermita de Alcorlo mi madre ya lo estaba allí esperando, eso sí, con la lengua fuera. Todo su afán, su carrera, era para que le diera un justificante (que le había pedido su marido) de los cabritos que se había llevado. El carnicero al verla tan jadeante y deteriorada por la paliza se quedó totalmente sorprendido, no comprendía la desconfianza, no era una persona de hacer semejante acción entre otras cosas porque la voz se hubiera corrido y de haber sido así su negocio hubiera caído en picado en Alcorlo.
No recuerdo si le dio o no documento alguno sobre la compra de los cabritos pero mi madre y por mucho tiempo se le quedó una especie de “presión en el pecho” producto de aquel sobre esfuerzo que a bien seguro tengo le pasaría factura años después, cuando al parecer un enfisema pulmonar, que continuaría con varios infartos de miocardio, acabarían con su vida a la edad de 66 años.
CONTINUARÁ…
¿Que pasará con Agustin, su familia y vecinos?
Esperando, con ansiedad, la continuación.
Gracias.
Un saludo
Alguien que les conoció asegura que alguno falleció por el 1994, otro en el 2008 y los demás siguen pateando este mundo…