Capítulo 003 Tenemos un perro.

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Por aquellos años no había en las casas ni una décima parte de los perros que hay hoy. Con el “España va bien” se llenaron los campos de chalets y se pusieron de moda los animales de compañía principalmente perros, algunos con la excusa de vigilar la casa ladrando a cualquiera que pasase caminando por la acera dándole un susto de muerte y otros por el hecho de sobar un animal y tener “alguien” con quien hablar y con qué entretenerse, vamos lo que se llama «una mascota«.
Los primeros meses era sacar un perro, unos años después se convirtió en sacar a tu mascota  pero los últimos años era sacar a tu amigo y compañero.
La primera norma que puse es que el animal debía de salir a la calle como mínimo  3 VECES al día con un mínimo de tiempo de 20 minutos en cada salida, parece que acerté pues mirando muchos años después por la web es lo que se recomienda.
A lo largo de todos estos años he visto algunos casos que solo lo sacan unos minutos un par de veces al día y eso si no está lloviendo que si es así en cuanto hace sus necesidades sale pitando para casa por eso mi vecino le dijo mil veces “Yuco, eres un perro privilegiado” ya que salía a la calle siempre que había un mínimo de tiempo para él sin importar si hacía poco que había vuelto de pasear, por ejemplo el de ir a por el pan a media mañana.
Vivimos en la periferia del pueblo y el “campo” está ahí mismo así que creamos un recorrido “estándar”. El recorrido era muy sencillo camino del canal abajo hasta el puente “San Miguel y volver por el otro margen del canal, la distancia no llega a 1 km pero como los perros tienen que ir buscando muestras de sus congéneres  o semejantes en cada lugar pues coincidía el tiempo acordado con la distancia.
Especialmente los meses antes de surgirle el problema de la cadera caminábamos cada noche los tres (mi vecino Martín se apuntó a las rutas nocturnas) una media de una hora dando la vuelta al pueblo por la periferia y si no hubiera sido por cuestión de tiempo habríamos estado aún más rato por la calle sin importarnos si era invierno o verano, solo perdonábamos si llovía o hacía una noche “de perros”. Dedicaré un capítulo a los km recorridos durante todo este tiempo que estimo en unos 18.000  que aunque a primera vista parece imposible han sido muchos años y muchos paseos, lo analizaré con detalle.

Cierto es que en contrariamente a lo que yo pensé que sucedería antes de tenerlo es que mis hijos NUNCA se pelearon por sacarlo a la calle y pronto comenzó la eterna pregunta que nos acompañaría varios años ¿a quién le toca sacar al perro?.

Esta pregunta solo se escuchaba al medio día porque por la mañana le tocaba siempre a mi mujer o a mí (dependiendo de mi horario de trabajo) y por la noche siempre a mí porque al parecer el “perro era mío” (decía mi mujer)  o al menos eso rezaban los papeles y yo tan contento de tener algo que era exclusivamente mío…. siempre optimista.

A los pocos meses ya entramos en la rutina de levantarse pronto y más o menos a la misma hora. Su reloj biológico funcionaba como un “reloj suizo” y a la misma hora cada día  ya se le escuchaba transitar (con el silencio de esas horas) al animal pasillo arriba pasillo abajo conociendo que ya era la hora de que el personal se levantara para sacarlo a la calle, al menos un miembro de la familia .

Decía que el animal andaba pasillo arriba pasillo abajo porque jamás entro en el dormitorio de matrimonio salvo cuando había cohetes en las fiestas y se refugiaba allí, en el lugar más hondo de la “cueva”, como haría en plena naturaleza, ya sabíamos dónde encontrarlo, junto a mi mesilla de noche porque no cabía meterse debajo de la cama. En el último año de vida también pasaba con cierta frecuencia buscando también refugio por causa de su estado de salud sobre todo cuando yo me iba a dormir, al momento aparecía él y se acurrucaba al lado de mi mesilla de noche pasando olímpicamente de su mullida cama.

Decía que te levantabas pronto y allí estaba ya él “vigilando”, hincado de culo, a veces revolcándose en la alfombra pasillera o estirando sus miembros, al momento de verte ya estaba alrededor tuyo estorbando, caminaba pasillo arriba pasillo abajo impaciente siempre buscándote fueses donde fueses, si entrabas al baño ya estaba entreabriendo la puerta y metiendo la cabeza para asegurarse que estabas allí y como nunca sabías si le corría prisa el salir a la calle en pocos minutos ya estábamos paseando.

Mientras te preparabas para salir a la calle ibas y venías varias veces a la habitación, comedor, cocina, etc y esto hacía que te lo encontraras en el pasillo varias veces y siempre te estorbara porque ya lo dice la ley de Murphy, “el animal de compañía se pondrá siempre en el lado de la puerta que más estorbe” y para eso este animal tenía especial precaución en cumplir esa ley, hasta tal punto de que alguna vez llevó un pisotón en alguna pezuña con el correspondiente chillido que unos segundos después lo acompañaba la correspondiente bronca por parte de la mujer o los chicos que se levantaban de inmediato a ver que había pasado porque no era normal que el animal diese el más mínimo ruido ¿qué le haces al perro? ¡Siempre haciéndole de rabiar!!! ¡Hay que joderse, como si a mí me gustara maltratar a los animales! Bueno, era el “San Benito” que me colgaron y de nada servían ya mis explicaciones el caso es que el animal no quería estorbar pero lo hacía fatal porque en el pasillo hacía quiebros como los recortadores de toros me explico: torcía la cabeza para un lado y luego cuando estabas muy cerca se movía para el otro y al final pues “choque” ¡claro!. Aquí unas fotos de esos días. https://picasaweb.google.com/103679889331782719531/Capitulo002

próximo capítulo: El perro y la piedra. Gracias por llegar hasta aquí. alcorlopantano.com