Capítulo 018, El Golpe.

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Una noche de verano del 2011 nuestra rutina diaria podía haberse visto acabada radicalmente, se confabularon todos los Dioses del Cielo y consiguieron reunir un cúmulo de circunstancias adversas (lo que suelo llamar la Ley de Murphy) para darnos un susto de muerte pero por suerte no consiguieron más que eso ¡darnos un susto!

El Yuco conocía perfectamente el horario de bajar a la calle tanto a primera hora del día como al medio día o por la noche, no era difícil, la primera salida era en cuanto nos levantábamos y aseábamos y aún sin desayunar, ya se encargaba él un ratito antes de hacer algunos ruidos deambulando por el pasillo y haciendo acto de presencia delante de las puertas de los dormitorios para que lo viésemos, al medio día y por la noche también lo tenía fácil ya que era justo después de soltar el cubierto; a veces se impacientaba y comenzaba un canturreo mezcla de querer hablar, gimoteo o llamada de atención como los niños pequeños cuando no se les hace mucho caso, en este vídeo se le puede ver.

El animal en aquellos años tendría unos 10 años, puede que fuera 2010, con esa edad no había escalera larga ni empinada para él, siempre bajaba disparado las dos plantas hasta la puerta de la calle de la comunidad que normalmente se encontraba cerrada, allí esperaba impacientemente a que yo llegara.
Normalmente yo bajaba cargado con las bolsas de basura, envases y/o cartones o botellas de cristal e incluso a veces hasta con el paraguas y por supuesto su correa, o sea, todas las manos, brazos y sobacos atascados de cosas. Cuando doblaba la última escalera allí me lo veía siempre dando pequeñas vueltas nerviosito perdido esperando a que le agarrara con la correa y salir tirando de mí como un pequeño tractorcillo.

A veces la puerta de la calle estaba abierta porque siempre hay un par de vecinos en cada comunidad que tienen que llevar la contraria a todo el mundo a lo que entendemos por “razonable o normal” y esa noche fue una de ellas.

Somos pocos vecinos en la comunidad y normalmente no te encontrabas a nadie en las escaleras, si al salir de casa no se escuchaban ruidos en ellas significaba que “el campo estaba despejado” por lo que el perro bajaba casi siempre suelto, suelto y como un tiro a consecuencia de la excitación que le causábamos en casa diciéndole cosas para que saliera animado y yo bajaba inmediatamente detrás de él lo más rápido que podía a la vez que sin parar tocaba el timbre del vecino de la planta inferior _que normalmente nos acompañaba en el paseo nocturno_ entre otras cosas yo bajaba rápido con la incertidumbre de si la puerta de la calle estaría abierta aunque la gran mayoría de las veces estaba cerrada, quiero añadir que aunque así fuera el perro no salía a la calle sino que se esperaba en el rellano nerviosito perdió hasta que le agarraba con la correa, sabía que no debía salir él solo y si lo hacía tampoco salía como un loco corriendo calle arriba sino que se quedaba allí mismo en la acera esperándome.

Tenía aprendido tan bien  lo de esperarnos en la puerta de la calle que en una ocasión se bajó solo hasta allí, nunca supimos cómo salió de casa, y se esperó gran rato en el portal incao de culo hasta que bajásemos alguno, los vecinos entraban y salían pensando que estaríamos por allí alguno de la familia pero al final fue un vecino quien nos avisó que el perro llevaba allí un rato, nunca supimos cómo burló la puerta de la casa.

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Era muy típico en él cuando volvíamos de la compra y descargábamos todo en el portal en el primer viaje de subir los primeros paquetes ya bajaba como una flecha desde la planta segunda, luego nos acompañaba escaleras arriba y abajo, a veces hasta la primera planta y se volvía a bajar y otras veces se quedaba abajo hasta el último paquete.

La noche de autos fue muy diferente, todo estaba configurado para que sucediera el golpe, la cosa fue así: Como he descrito anteriormente yo bajaría atascados de bolsas de basura correa y demás, pararía un momento a tocar el timbre del vecino y casi sin parar llegaría a la puerta de la calle, cuando doblé la última esquina de la escalera el perro ya se encontraba muy cerca de la puerta, ¡maldición!, ¡la puerta estaba abierta! Pero no hay problema, pensé, el perro me esperará ahí como de costumbre. Delante de la puerta hay aparcamiento, normalmente siempre hay un automóvil enfrente de la puerta por lo que un perro no vería lo que hubiera en el centro de la calle y menos lo que sucedería en la acera de enfrente pues bien, esa noche Murphy quiso ponerlo todo a su favor para provocar la tragedia.
Enfrente de la puerta lo que había era un hueco entre dos automóviles, este hueco permitía ver perfectamente qué sucedía desde la puerta hasta el otro lado de la calle que era precisamente dos personas paseando algunos perros… ¡sin automóviles aparcados al otro lado de la calle tampoco!.
Como si le hubieran pegado «fuego en el culo» el Yuco cruzó la calle en busca de aquellos perros como si se la tuviera jurada, justo en ese momento yo ya me encontraba en la puerta y vi que un coche subía calle arriba más bien rápido, inmediatamente vi lo que iba a pasar sin poder evitarlo más que dando voces… Yuco, ¡YUCOOOO!!!… ¡me quedé sin perro! Es lo único que pensé durante unas milésimas de segundo antes de que el coche le diera el golpe.

Sonó un pequeño golpe y un chillido corto  y el perro desapareció detrás de uno de los coches que había aparcados por lo que no sabía si las ruedas habían pasado por encima de su cuerpo, si había salvado la situación quedándose entre las dos ruedas, o sea, debajo del motor o si había sido arrollado.
Solo pasaron unos breves segundos hasta que lo descubrí pero toda mi vida junto a él pasó en ese corto espacio de tiempo… ¡me he quedao sin perro! o peor aún ¡se ha quedado tetraplejico! Tiré las bolsas de la basura allí mismo y fui a ver como estaba, aparentemente no tenía nada, solo un golpe en alguna parte, entiendo que en la cabeza pero no había sangre, supongo que el auto le impactaría en la cabeza y por inercia rebotó hacia atrás. Palpé toda la cabeza y miré su dentadura, luego las patas y costillas pero no encontré nada anormal, ningún hueso hundido o roto, para mí fue como un pequeño milagro.

Por lo visto todo estaba por pasar, todo podía haberse evitado o también cabe pensar que pudo pasar exactamente lo mismo cualquier día anterior pero no se dieron todas las circunstancias, me explico: 1) la puerta tenía que estar abierta, 2) el perro ir suelto, 3) ningún vehículo aparcado delante de la puerta para poder ver lo que pasaba al otro lado de la calle, 4) que pasasen perros o gatos que eran los únicos motivos por los que el perro salía corriendo y por último 5) que pasase un coche en ese mismo momento, solo un par de segundos que es lo que se tarda en cruzar la calle.
Cierto es que se salvó por los pelos. El conductor no paró… ¡solo era un perro y pequeño que poco daño podía haberle causado al automóvil!

A veces he pensado si habría alguna relación entre aquel golpe y su problema de cadera posterior, cronológicamente no puedo saberlo puesto que no se la fecha exacta y muchos más detalles, los días siguientes como esa misma noche no notamos cambios en su comportamiento.

Mi suegro decía con frecuencia: ¡cómo vive este perro! ¡hasta para ser perro hay que tener suerte en esta vida! Y cierto debió ser porque no fue la única persona  que decía cosas semejantes.
Suerte tuvo cuando se perdió de sus anteriores dueños, aunque dudo mucho que “se perdiera” porque nadie lo buscó en 11 días que estuvo en la perrera, si no lo hubiera hecho no habría dado con nosotros y de esa manera llevar esa vida de “perros” que le dimos.

Suerte también es que nunca se le conoció enfermedad o accidente importante salvo como es lógico por “coleccionar años”.

Recuerdo otro “susto” que nos dio cuando contaba ya nueve o diez años.
De vez en cuando ya pensabas que de alguna manera ya iba siendo mayor _aunque nunca supimos su edad cierta_ y que en cualquier momento te podía dar un gran berrinche porque su vida se acabara.
Estábamos en la playa de vacaciones, media tarde, todo super tranquilo, los niños desperdigados tirados a sus anchas en los sofás y otros tumbados en el suelo encima de un cojín, con los helados en la mano mirando la televisión en el salón, yo en la habitación contigua mirando la pantalla de mi ordenador y el perro tumbado de costado a mi lado entre mi silla y la puerta, todo normal, reinaba la más absoluta normalidad, así eran las sobremesas/tardes de la playa.
En una de mis visitas al frigorífico donde tenía que sortearle para poder pasar me di cuenta de que el perro no respiraba, le moví un poco con el pie y ni se inmutó, le moví más y más fuerte  y no obtuve respuesta, era una masa inerte allí espanzurrada al lado de la puerta de la habitación ¡ya está! Me dije, razón tenía mi suegro que llevaba varios años diciendo que era el último año que ese perro bajaba a la playa (se refería por la edad).
Me planté en mitad de la puerta del salón y con voz firme y convincente dije: ¡El perro se ha muerto!, creo que todo el mundo levantó su culo como si se acabara de sentar encima de un cojín de chinchetas y fuimos corriendo a ver qué podíamos hacer y… cuando llegamos a la puerta de la habitación vimos que…  allí estaba él, tan pancho, supongo que de las voces como respuesta a mi afirmación se había incorporado y estaba como esperándonos… ¡qué felicidad sentí! No se si le di un achuchón o DOS o solo se quedó en las ganas (por lo molestarle).
Todos se pensaron que era una broma mía pero bien lo sabe el Altísimo que no hablaba en broma, le moví con el pie y “aquello” no respondía, o sea, ¡como si estuviera muerto! Lo que pasaba es que estaba tan plácidamente dormido que su ser andaba errante por el “Reino de Hades” más allá de la última galaxia de un mundo errante.

Los sueños del Yuco eran bastante curiosos, la respiración se volvía tan lenta que parecía que no iba a continuar, a veces gimoteaba porque debía estar soñando, a veces soñaba y daba tiritones o cortos espasmos como si fuera perseguido, otras veces roncaba…. En fin, que se metía unas siestas del carajo.

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