Capítulo 022 La Bañera.

Según el veterinario el Yuco era de una raza mezcla entre  “chiguagua y perro de agua” pero nunca he visto animal con más fobia a mojarse en la bañera, igual de muy joven que de mayor. Cada dos semanas o cuando el animal comenzaba a oler a “perro” lo pasábamos por la bañera, casi siempre era yo quien hacía los honores.
Cuando lo llamabas desde el cuarto de baño como mucho se acercaba hasta la puerta pero era quitarle el arnés y ya no sabía qué hacer para evitar el baño.
El agua para él debía estar justo a su temperatura corporal, igual que si se tratara de un bebé pues en cuanto la notaba un poco más caliente o un poco más fría comenzaba con un canturreo mezcla de “quejío flamenco” y “chillido sordo” que te rompía el alma e inmediatamente andabas regulando los dos controles de la temperatura, o sea, el del agua caliente y el del agua fría, una lástima porque al poco tiempo de irse sustituimos el sistema por uno de esos que es automático, le marcas la temperatura y él solito se ajusta, una maravilla.

Toda la operación no duraba más de diez minutos, había que enjabonarlo un par de veces porque la primera vez el champú desaparecía entre el pelo pero la segunda ya salía espuma por cualquier punto. Le trataba igual que a los bebés con los ojos ¡que no le cayera ni una gota de jabón!, la cola con los pelos tan largos que tenía llevaba gran parte del tiempo lavarla y aclararla.

Todo el rato que estaba allí dentro buscaba constantemente el mínimo despiste por mi parte  para ponerse de patas sobre el borde e intentar salir pero se escurría de las patas traseras y acababa con el culo en el fondo de la bañera, todo esto sin olvidar su canturreo y mis palabras tranquilizadoras.

Por más que lo escurrías era imposible que saliera ni seco ni semiseco, todo el pelo empapado parecía una esponja así que le ponía su toalla en el suelo y ahora el espectáculo era totalmente al revés, daba gusto verlo revolcarse sobre la alfombra una y otra vez, cuando la toalla había embebido la mayor parte del agua lo envolvía en ella y lo sacaba para que se tumbase en su cama pero de eso nada, tenía que salir correteando a restregarse por todas las alfombras y correpasillos de la casa, aún lo sigo viendo con la cabeza de lado apoyando la oreja contra la alfombra y empujando con las patas traseras como haciendo un surco, primero de un lado y luego del otro.

Cuando ya se había calmado un poco no había que decirle donde se podía secar más rápidamente porque lo tenía bien aprendido, ¡en la terraza donde daba el sol!
Al principio intentamos secarle con el secador de pelo pero era escuchar el zumbido y salía corriendo, pero si lo sujetabas y lo intentabas con más brío incluso llegó a “enseñarte los dientes” así que desistimos en la primera ocasión.

Una vez que estaba completamente seco el animal aparentaba casi el doble de volumen, el pelo lo tuvo suave hasta el último día, el olor que le quedaba era una mezcla entre mimosín y sudor de mamífero y el tacto era impresionante ¡no te cansabas de sobarlo!

Era ese y en los días siguientes al baño cuando el animal lo subíamos al sofá mientras mirábamos la televisión, él NUNCA hizo ademán de subir, al contrario, cuando lo subías no se encontraba cómodo y a la más mínima se bajaba y se tumbaba a tus pies.

En esos días me hacía mucha gracia verlo caminar por la calle visto desde atrás, detrás de las nalgas tenía pelo larguísimo en comparación con el resto y parecía que llevaba una falda que se cimbreaba derecha e izquierda a ritmo de las pisadas.

En la última parte de su vida le cogió miedo al baño o a la bañera y cierto es que los dos deseábamos que pasara ese rato cuanto antes porque los «cánticos» eran casi permanentes pero no podía ser esa una operación excusable.

Este es el ENLACE a un vídeo que grabamos sobre este relato. Febrero 2014, un mes después de sufrir el primer ataque de cadera y una vez recuperado de ello.

Algunos momentos «en el sofá».


Gracias por llegar hasta aquí. Si crees que a alguien más le puede interesar no dudes en compartir. Agustín y sus cosas.