La Tumba

Septiembre 2021. Rev Nov 22. Todo comenzó hace ya muchos años, tantos como veintiocho, a mi madre le dio un infarto la noche de nochebuena y falleció tres meses después. Recientemente mi hermana y yo hemos llegado a la conclusión que el infarto vino después, porque al parecer unas horas antes ya tenía problemas en los pulmones porque nos comentó que escupió sangre en un pañuelo antes de sufrir el primer desmayo, según se apeaba del ascensor en la planta octava del hospital general de Guadalajara, la tarde que iba a visitar a mi padre que se encontraba en la novena, ingresado unos días antes por neumonía.

Alguna que otra casualidad relataré aquí pero una que se me ocurre es que el número de sepultura donde se encuentra está en la calle 10 (mes de mi cumpleaños) pasillo 16 (fecha de mi cumpleaños) hueco 16 también.

La pérdida tan súbita e inesperada de mi madre, y como es natural, me pegó un palo la vida que aún no he sido capaz de recuperarme. En aquel momento quería hacer algo por ella, algo para mantener vivo su recuerdo y lo primero que se me ocurrió fue diseñar y fabricar una cruz para colocarla en su sepultura. Esa cruz o lo que allí se pusiera tenía que ser sencilla, humilde, barata, si mi madre hubiera visto que habíamos gastado innecesariamente una peseta en ella, en su persona, en su figura o en su recuerdo y de haber podido hacerlo nos hubiera dado una buena tunda y sermones a cada rato, ¡aquí solo se gasta lo que es absolutamente imprescindible para la vida!

En una ocasión, por allí, por finales de los años 70 el trabajo estaba fatal y algunos se dedicaban a ir de puerta en puerta vendiendo jamones, jabones, colonias, toallas de playa, etc., un día apareció por allí un señor que “sabía vender”, vendía objetos de aseo, colonias, etc, a mi madre que le parecería fácil de convencer e incluso algo “paleta e ingenua” le entró diciéndole: “mire señora, le voy a regalar este frasco de colonia y este otro producto y tal y tal” y mi madre que “pues todo lo que sea regalo bien venido sea” lo iba sujetando entre las manos, seguro que se pondría contenta al saber que alguien le regalaba cosas, pero de repente y cuando ya tenía todos los regalos entre las manos la frase de aquel sujeto continuó diciendo: “todo eso se lo regalo, SÍ ME COMPRA tal y tal”; según contaba después mi madre de repente todos aquellos regalos parecían estar al rojo vivo y no sabía cómo sacárselos de encima cuanto antes… cada vez que lo recuerdo me imagino la escena y no puedo más que sonreír…

En esos momentos yo acababa de entrar a trabajar en la empresa donde permanecería durante 25 años. Para fabricar la cruz no escatimé en gastos (si se puede decir gastos las tres bolas doradas que lleva la cruz y que al cambio no me costarían más de treinta euros), el tubo que utilicé para fabricar la cruz lo tomé del montón de chatarra que teníamos acumulado en “el punto limpio” de la empresa, un tubo rectangular y oxidado, sería probablemente de los restos de una instalación vieja.

Mi suegro al escuchar el comentario sobre el diseño de la cruz me comentó que “esas tres bolas pronto te las quitarán de allí”, por lo que en previsión y como van enroscadas las metí un taladro y un pasador para evitar que eso pudiera pasar, nadie va al cementerio con un puntero de dos milímetros de diámetro y con un martillo para llevarse tres bolas que cuestan treinta euros, el caso es que a día de hoy, 28 años después, siguen estando allí, descoloridas en la parte de arriba por el paso del tiempo donde aguantan el calor y el sol del verano y el frío, escarchas o nevadas del invierno pero allí me siguen esperando.

La cruz debía de llevar la foto del fallecido, compré un marco o cuadro de material plástico para evitar que se deteriorara con el paso del tiempo, busqué una foto más o menos reciente de las no muchas que teníamos de ella y elegí una del día de mi boda, ya habían pasado cinco o seis años de eso pero por aquellos entonces no se hacían muchas fotos.

En la parte de abajo puse otro cuadro con una esquela donde rezaba: LUCÍA ESTEBAN LLORENTE, Nació en Alcorlo el 1 de Junio de 1927, pasó por la vida haciendo el bien, entregó su alma a Dios en Guadalajara el 2 de Marzo de 1994, ahora descansa en paz”, y abajo, en la esquina inferior derecha con letras muy pequeñas decía: “tu familia no te olvida”.

Cuando falleció mi padre este texto lo cambié por este otro: Nació en Alcorlo el 1 de Junio de 1927, entregó su alma a Dios en Guadalajara el 2 de Marzo de 1994”; no supe encontrar para mi padre otra frase parecida a la de mi madre que definiera su paso por esta vida por lo que anulé la primera.

Todo el mundo que conoció a mi madre coincidía en lo buena persona que era, no había nadie que le pidiera algo que pudiera darlo que no lo hiciera, recuerdo perfectamente lo servicial que era, no tenía aficiones por lo que el tiempo lo empleaba ayudando a mi padre en las reformas de la casa o en sus quehaceres, era como LA CRIADA siempre obediente y dispuesta para todos los de la casa. Lavadora había en la casa pero para ahorrar “luz” lavaba a mano en la pila del corral. Nunca escuché a nadie, ni de cerca ni de lejos, comentar ni una palabra en contra de su persona, ni familiares cercanos ni conocidos lejanos; no puedo decir lo mismo de mi padre ya que en ciertos aspectos era bastante diferente a ella.

No quería que aquella tumba fuera como las demás que suele haber en cualquier cementerio, casi todas de mármol gris y frío, todas MUERTAS, yo quería que aquella tumba estuviera VIVA, no sabía de qué manera pero lo que tenía claro es que no sería una tumba o sepultura como las demás y pronto encontré una solución.

Mi madre SIEMPRE tuvo plantas en casa, los geráneos y las rosas de rosal eran su mayor ilusión, en Alcorlo los tenía en los balcones de la casa y en la puerta, en la calle, había un rosal de rosas de color rosa, de esos que a veces no se ven las hojas de la cantidad de rosas que llegan a echar, eran rosas olorosas que ya no se suelen encontrar; como la casa era la primera de la entrada al pueblo era bien conocido.

Cuando nos mudamos a Guadalajara al principio la casa solo tenía una planta así que puso algunos en las ventanas de la calle y en el corral pero como la calle no tiene salida porque es “calle cortada” pronto aprovechó y puso un pequeño bidón metálico en la acera y plantó al principio un rosal, unos años después y al trabajar yo en un vivero le regalé un “evónimus medio pictus”. El “evónimus” es una planta un tanto graciosa, las hojas tienen dos colores, amarillo y verde, es muy pintona de aspecto y muy resistente a temperaturas y escasez de agua. Esa planta estuvo allí muchos años, más de una década, por todo ello pronto pensé en ella para incluirla en el jardín del cementerio.

La cruz la instalamos poco tiempo después de que mi madre nos dejara, lo hicimos una tarde en poco menos de un cuarto de hora. Al cementerio fuimos mi hermana, mi padre y yo; mi padre llevaba una cruz muy humilde y pequeña envuelta en unas bolsas de plástico, una cruz que había fabricado él de una manera artesanal y rudimentaria, sujetas las pletinas con un trozo de alambre, etc, tenía poco más de 60 centímetros y recuerdo que una pequeña chapa donde había escrito el nombre de mi madre, pero esa cruz no llegamos a ponerla porque ante el aspecto de la primera no tenía mucho sentido el colocar dos cruces allí, ojalá hoy la encontrara por los restos de trastos que aún quedan por un rincón del corral de la casa.

Mil últimas y únicas palabras cuando acabamos de colocar la cruz y a modo de despedida fueron: “bueno, pues aquí queda madre”… mi padre en ese instante, con su cruz en la mano, no pudo evitar que se le cayera un lamento que sonó parecido a cuando a un perro le das un puntapié en las costillas, fue un sollozo inesperado y sin palabras… De ahí volvimos al coche, un Renault 6, para dejar a mi hermana en su barrio y a mi padre en su casa.

De momento aquella sepultura no era más que un rectángulo con la tierra abarrigada en el centro como un surco de hortaliza de la vega, con el tiempo la caja del difunto se hunde y “la barriga” desaparece como la de una embarazada después del parto pero pronto se llenaría de plantas.

Las primeras plantas en llegar a allí fueron la gran parte de los geraneos que tenía por la casa, otros fueron a parar a la parcela de mi suegro, aprovechando que sería pronto primavera aunque de sobra sabía que no aguantarían el invierno porque el frio los mata. Curiosamente ese año la primera escarcha cayó en la zona la noche del 24 de Diciembre, al día siguiente estaba yo en el cementerio, las hojas estaban heladas y por supuesto no se recuperaron; pero al menos esa temporada, esos algo más de seis meses allí lucieron porque el agua nunca les faltó.

Lo primero y recordando a “La sombra del ciprés es alargada” de Miguel Delibes, y que los cementerios están plagados de ellos y con lo que aprendí en mis nueve años trabajando en un vivero pronto puse allí cuatro “cipreses piramidales”, uno en cada esquina. Estos “piramidales” se distinguen de otras variedades porque crecen muy rectos y muy finos, el resto engordan más y no son tan estilizados aunque estos no estaba previsto que vivieran muchos años porque las tumbas hay que tenerlas preparadas porque no sabemos en qué instante nuestro cuerpo dejará de tener vida por lo que así ha sido a lo largo de estos 28 años que, cada cuatro o cinco años los tenía que arrancar y plantar otros tantos cipreses nuevos y pequeños aunque al principio, al ser tan pequeños pasaran desapercibidos entre las tumbas del cementerio aunque realmente no llegaron nunca a superar poco más de un metro de altura.

Puse los cuatro primeros cipreses y a la vez varios de los geráneos que mi madre con tanto mimo criaba en el corral aunque sabía que el geranio no soporta los hielos, aun así los planté allí, en su tumba, al menos los tendría allí al menos seis o siete meses antes de que se los cargasen los hielos. En el centro puse una thuya, una planta que tiene forma de pirámide y que aguanta bien el clima exterior. Finalmente quedó cumplida mi idea de conseguir una tumba VIVA aunque con un ser querido muerto, con el ser querido no podía hacer nada pero al menos mantendría vivo el aspecto exterior de su sepultura. Aquel gesto me ayudó a que el duelo fuera más llevadero.

Aquellos geráneos permanecieron vivos exactamente hasta la noche del 24 de diciembre de aquel año, curiosamente la misma fecha aniversario del infarto, noche en que cayó el primer hielo de la temporada, normalmente a mediados de noviembre ya se ve la escarcha haciendo uso al refrán de “por los Santos la nieve en los cantos”.

El 25, día de la Navidad y, como no podía ser de otra manera, pasé por allí y me los encontré con todas las hojas más blandas que la gelatina, eso me ayudó a asumir que la muerte hay que aceptarla y a la vez de alguna manera tenerla presente con frecuencia para agradecer tanto la propia vida como la de los demás seres queridos.

“En la casa del pobre dura poco la alegría”. Mi madre falleció en Marzo y en abril o mayo ya estaba la sepultura llena de plantas por lo que con frecuencia pasaba por allí a regarlas, la tierra es arenosa para facilitar la tarea de excavar nuevas fosas por lo que suele retener bien la humedad, con una vez al mes calculé que sería suficientes los riegos en primavera y otoño, más frecuentes en verano y casi inexistentes en invierno.

Creo recordar que fue la segunda vez que pasé por allí a regar aquel pequeño jardín cuando descubrí que los CUATRO CIPRESES no estaban, ni estaban ni los encontré tirados por allí, solo dejaron los huecos. Mi suegro a pesar de que nunca (que yo supiera) pasó por allí a verlo, ya me auguró que “eso que estaba haciendo allí no se podía hacer”, que “en los cementerios no se puede plantar nada”, pero yo pensaba ¿a quién le puede molestar que aquí haya cuatro plantas? Y seguí pensando: “si pago un canon por este trozo de tierra ¿acaso no puedo poner aquí lo que me plazca?” Eso sí, teniendo presente siempre el respeto hacia los convecinos.

No puedo negar que me cabreó bastante dicha acción pero a la vez pensé: “vamos a ver quién tiene más aguante, el que se lleva las plantas o yo a reponerlas”, mi siguiente pensamiento fue: “como se le ocurra a algún operario del cementerio venir a decirme ni una palabra sobre los cipreses y como me pille con la pala en la mano no voy a tener compasión, porque no le voy a dar con la parte plana de la pala, ni tampoco solo una sola vez… que se prepare”… Con o sin razón, era mi pensamiento en ese momento, que era una locura… pues SÍ, pero era mi pensamiento en ese momento y que no hubiera dudado en ejecutarlo con el consiguiente arrepentimiento un segundo después

Veinte años después de aquella fecha un operario me llamó la atención por hacer fotos dentro del cementerio… Me echó un sermón de diez minutos, sermón que aguanté estoicamente como haciéndome el idiota ignorante, no quise comentarle ni contradecirle ni una palabra sobre ello, me hice el tonto, resulta que ¡si pasaba por el ayuntamiento y llevaba un “puto papel” podía hacer fotos y si no llevaba el papel no! ¡cómo odio la maldita burocracia de este maldito país! Aunque en los demás pasará parecido. Por supuesto que no le iba a decir que llevaba ya más de diez años haciendo fotos a diestro y siniestro por aquel cementerio; el hombre se cargaba de razones como si conociera todas esas leyes mejor que un juez y no quise decirle: “Tanto que entiendes de leyes y no habéis sido capaces de colocar un cartel en las puertas del cementerio recordando la prohibición de hacer fotos, como están en los cementerios de Madrid (por ejemplo) y es que el de usuario de a pie, el aficionado fotográfico de calle, no tiene porqué conocer todas las leyes; ¡claro, que como me vio con un camarón en las manos pensaría que era un profesional de la fotografía!… la gracia de esto es que no era el encargado o vigilante del cementerio sino que era un trabajador más, trabajador que tendría algo en contra de los fotógrafos.

Tengo que aclarar que en parte esto del sermón de la fotografía venía motivado por un curso que unos meses antes hizo la Agrupación Fotográfica de Guadalajara, curso impartido por José Benito Ruiz y que luego pasaron los veinte o treinta asistentes, cámara en mano, por el cementerio a modo de poner en práctica lo aprendido, por lo visto cuando los operarios o responsables del cementerio descubrieron el tropel moviéndose por “entre y supongo sobre” las tumbas en busca de alguna fotografía digna pusieron el grito en el cielo y …no es para menos… En la parte de arriba un ejemplo de mis fotos en el cementerio a primerísima hora del día, con escarcha.

A lo largo de estos 28 años innumerables veces fui al cementerio por uno u otro motivo desde regar, vigilar, mantener o simplemente para visitar. Cada cumpleaños de ellos, cada aniversario, cada cierto tiempo, siempre tenía un motivo o una necesidad de ir por allí.

Al cementerio prefiero ir solo y así si te apetece llorar pues lloras, si te apetece reír pues ríes, como si quieres hablar contigo mismo y hacerlo en voz alta… Como han dicho algunos, entre ellos Charles Chaplin: “me gusta caminar bajo la lluvia, porque así nadie puede ver mis lágrimas” y yo añado: “a nadie le importan mis lágrimas porque más que cualquier otra cosa son mías”.

Antes de ese 1994 los cementerios para mí carecían totalmente de importancia, allí se enterraba lo que ya no servía pero ¡quien me lo iba a decir a mí que todo me cambiaría de repente! pasó de ser un lugar nunca visitado a ser visitado con mucha frecuencia, a contemplar la vida de otra manera, desde otra perspectiva, desde el lugar donde estás y a ala vez desde donde puedes verte mañana mismo sin ir más lejos y SIEMPRE lo hice con prisas, quizás solo una docena de veces fuera con algo más de tranquilidad porque el resto lo hice siempre a contrarreloj, aprovechando media hora que tuviera libre siempre que pasara cerca y teniendo en cuenta que habían pasado ya cuatro o cinco semanas sin ir por allí. Aprovechaba para podar o recortar los cipreses para que no llamaran la atención con su altura, echar cuatro o cinco cubos de agua a las raíces, arrancar malas hierbas, etc total media hora… Esto me da una idea de lo ajetreado que he andado siempre y del estrés con el que de alguna manera ha transcurrido mi vida, sencillamente por querer hacer cosas y más cosas que muchos de los comunes mortales las hubieran dejado para otro momento.

15 años después de que falleciera mi madre lo hizo mi padre, fue de muerte accidental por lo que en cierto modo nos pilló de sorpresa, digo “accidental” porque parecía que era muy probable que acabara su vida con un accidente por atropello ya que solía transitar los arcenes de las carreteras. Finalmente encontró la muerte al caerse por la escalera de la vivienda según subía a la planta superior a recoger una ropa tendida en la terraza.

En cuanto pensamos en que “había que enterrarlo” mi mujer, mi hijo y yo lo pensamos creo que a la vez, incluso puede que lo pensara también mi hija pero no puedo asegurarlo ¡las plantas del cementerio había que arrancarlas y despejar aquel jardín”, así que pronto aquella misma tarde saqué un rato y despejé cuanto árbol y arbustos había en aquel rectángulo, solo dejé la cruz, me dolió en el alma, la thuya ya era grande y bien hermosa con coloridos verdes oscuros y claros, casi amarillos, una pena, me vino bien porque era sábado por la tarde, por lo tanto no trabajaba ese día, curiosamente fue mi primer día de vacaciones de la temporada de invierno, dos días después de mi cumpleaños, 18 de Octubre; una de las últimas frases que recuerdo de mi padre fue el día de mi cumpleaños cuando por la tarde fui a visitarle al hospital: ¡vaya cumpleaños que te estoy dando! “no se preocupe por eso”, se me ocurrió decirle.

Inmediatamente y como dirían mis padres (ambos) ¡me faltó tiempo para poner aquello al día nuevamente! Con la experiencia que ya tenía preparé un cuadro, esta vez cuadrado en vez de ovalado, porque eran DOS personas las que incluiría la fotografía, hice un montaje en el ordenador y los separé y rellené la fotografía con flores de espliego o cantueso, (lavanda por la Alcarria). Para protegerlo de la lluvia hice un sanwich con dos cristales sellados a todo su alrededor con silicona como una ventana de climalit, por supuesto el primer cristal es de esos que no dan reflejos al mirarlos.

 

El texto del cuadro de la parte de abajo lo cambié  y quedó así: “LUCÍA ESTEBAN LLORENTE. Nació en Alcorlo el 1 de Junio de 1927, entregó su alma a Dios en Guadalajara el 2 de Marzo de 1994. Debajo: AGUSTIN ESTEBAN VACAS, Vino a este mundo en Alcorlo el 5 de Mayo de 1929, se acabó su vida en Guadalajara el 18 de Octubre de 2008.

Posteriormente unos años después cambié la fotografía del cantueso por dos fotografías más antiguas en blanco y negro, de las pocas que tenemos de ellos en la edad sobre los 45 años, las fotos anteriores eran de cuando las bodas de sus hijos, y así están en la actualidad. Tanto el cuadro que rodea la foto como el de los textos los fabriqué con un pletina en ángulo de acero inoxidable para evitar tener que pintarlo de vez en cuando o que se oxide.

 

 

 

Hace unas semanas (agosto 2021) compré unos cipreses para sustituir los cuatro que había en la sepultura y que la Filomena había conseguido destrozar por lo que estaban casi completamente secos y con pocas posibilidades de supervivencia pero recordando el día que tuve que arrancar la hermosa thuya y los cuatro cipreses y para evitar no pasar nuevamente por esa circunstancia decidí fabricar algo que sustituya a los cipreses, creo que influenciado por el monumento que hicimos recientemente en Alcorlo a la estrella Polaris; Enlace al vídeo “Tributo a Polaris”.

Creo que ha sido un buen acierto; no me resulta agradable el arrancar una planta, todo lo contrario, voy criando y plantando pinos y carrascas siempre que tengo ocasión, sobre todo en la zona de Alcorlo, mi pueblo.

Los cipreses los he sustituido por cuatro “bolardos” o monolitos que en la parte superior sujetan engarzados otros tantos bloques de piedra de cuarcita, por supuesto elegidos entre los no tantos pedruscos que se pueden encontrar en los parajes de Alcorlo. Están sin proteger con pintura, el tiempo los oxidará dando un aspecto natural e interesante a la vez igual que hiciera con la cruz que hay en la entrada a la Ermita de Alcorlo.

En mis paseos por los cementerio de algunos pequeños pueblos he visto sepulturas, tumbas o mausoleos que parecen insultarme; en uno de ellos encontré una que parecía la tumba de un gigante de los que describe la Biblia porque de tamaño era casi el doble de lo estándar, toda de mármol, de aspecto como el resto pero de tamaño desproporcionado.

Nada más cruzar la puerta de aquel cementerio parecía decirme a gritos: ¡mirad qué sepultura tengo, aquí yace el más rico de este pueblo, el más grande, el más famoso, el fenómeno, etc”. Me hubiera gustado saber de la vida de aquel fallecido o de su familia que tan gustosamente mandarían construir una tumba tan grande que llamara la atención desde cualquier punto del pequeño cementerio, quizás fuera “la del rico del pueblo”. “Pues que sepas que te van a recordar exactamente igual si tu sepultura es más grande o más pequeña, quizás nada, y si alguno te recuerda posiblemente sea por lo hijoputa que fuiste, que te hiciste rico a costa de explotar a tus semejantes, explotador, ladrón e incluso asesino si hablamos en la época de la postguerra porque asesino es tanto el que manda ejecutar como el que ejecuta”.

Nada que ver con la humilde placa que tiene en Águilas Paco Rabal, hasta me vi negro en encontrarla, pensé que sería de esas grandes y vistosas y si no hubiera sido por una señora muy amable que me llevó hasta ella nunca la hubiera encontrado. Enlace al post de Paco Rabal.

Alguna que otra casualidad puedo relatar aprovechando esto de “las prisas”. Entre las innumerable veces que lo he visitado en muy contadas ocasiones me encontré con el momento de enterrar a alguien en las proximidades, allí coincidí en tiempo y lugar con la comitiva por lo que mi visita fue muy fugaz.
Un día que pasé con las prisas de costumbre me encuentro que estaban sepultando al fallecido justo al lado, no recuerdo sí en la parte de la izquierda o derecha pero todo aquel lugar estaba llenito de gente por lo que ante esperar a que se fueran o volver en otro momento opté por lo segundo. Las plantas estaban semienterradas por la abertura de la tumba anexa por lo que pronto volvería a “dejar las cosas como estaban”.

Sin ir más lejos en esta última ocasión, en la instalación de los cuatro monolitos (sept 2021) había preparada una sepultura muy cerquita, como ese mismo día no me dio lugar a pintar la cruz volví unos días después, pues bien, la tumba permanecía abierta, eso sí, cuatro palas y las cuerdas para introducir al féretro estaban allí ya esperando al fallecido por lo que aunque todavía no había actividad en el entorno no lo dudé ni un instante y me volví, completísimamente estoy seguro que en cuanto me hubiera puesto a mojar la brocha en el bote de pintura llegaría la comitiva…  Al fondo se ven las herramientas preparadas de los “operarios enterradores”.

Estas casualidades fruto de la ley de Murphy a la que tanto alusión haré en el futuro e hice en el pasado es algo que no le encuentro el motivo ¿por qué se tiene que dar la circunstancia en el tiempo y lugar de que concurran las cosas y que a su vez suelen ser siempre para causar efectos negativos? ¿Acaso sucede lo mismo con resultados positivos y no las tenemos en cuenta? Ja ja ja.

Esta es una historia como otra cualquiera, miras una sepultura y no sabes qué se esconde detrás, parece que no hay nada pero seguro estoy que en cada una de ellas hay mucho que contar desde el amor hasta el odio que se desarrollaron en la vida de ese individuo, aventuras, sufrimiento, alegrías… de todo, pero ciertamente todas y cada una de ellas tienen algo que contar.